La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 48

Lug abrió los ojos solo para encontrarse con un cielo nublado y triste. Movió la cabeza hacia la derecha y vio a Humberto sentado junto a una pequeña fogata sobre la cual había un cacharro con agua calentándose. Humberto estaba ensimismado, limpiando una daga.

—¿Qué pasó?— preguntó Lug con voz ronca. Le dolía mucho la garganta y la cabeza, sin mencionar que el resto del cuerpo lo sentía como si lo hubieran molido a palos el día anterior.

—Te desmayaste y te perdiste toda la diversión. Peleamos contra innumerables serpientes mientras tú dormías bajo el agua, ahogándote pacíficamente. Te sacamos del agua y te arrastramos hasta esta pequeña isla. Te hice resucitación y reaccionaste a duras penas, vomitando agua y todo el contenido de tu estómago.

—Eso explica el mal sabor de boca.

—Murmuraste unas incoherencias y te dormiste— continuó Humberto—. Supongo que estarás hambriento.

—Entre otras cosas— asintió Lug.

Humberto enfundó su daga y buscó en una de las mochilas. Sacó una manzana y se la arrojó a Lug, que la atrapó en el aire.

—Empieza con esto mientras termino de hacer el té.

—Gracias— dijo Lug, dando un mordisco a la manzana—, no solo por la manzana, sino por salvarme la vida.

—Un placer.

Lug sonrió, sacudiendo la cabeza.

—¿De qué te ríes?

—Es una extraña relación la que tenemos tú y yo. Me privas de mi libertad, me amenazas a mí y a mis amigos, me haces golpear, disfrutas con mi sufrimiento y luego me salvas heroicamente la vida.

—¿Disfruto de tu sufrimiento? ¿Cuándo hice eso?

—Cuando mandaste a esos dos fomores a liberarme. Hubiera sido amable advertirme que sus intenciones eran sacarme el grillete, pero dejaste que creyera que iban a quebrarme las piernas. Casi me orino del susto.

Humberto lanzó una estruendosa carcajada.

—Y no fue gracioso— señaló Lug, serio.

—Supongo que estamos a mano.

—¿De qué hablas? ¿Qué te hice yo?

—¡Qué poca memoria, Lug! ¿Qué crees que sentí yo cuando casi me decapitas con tu espada en la casa de Nora?

—Ya te pedí disculpas por eso. Te las pido de nuevo. No sabía que había sido tan traumático para ti.

—No puedo creer lo que estoy escuchando. ¿No creíste que fuera traumático blandir tu espada en dirección a mi cuello y desviar el golpe en el último segundo?

—Ni siquiera te moviste. ¿Por qué?

—Solía confiar más en ti de lo que confío ahora. Pero el que no me moviera no significó que no estuviera asustado de muerte.

—¿Por qué no confías más en mí? Soy el mismo de siempre.

—No, Lug, no lo eres. Tal vez no lo notes, pero eres muy diferente del Lug que conocí en el otro mundo.

Humberto sirvió dos tazas de té y le pasó una a Lug junto con un poco de pan y queso.

—Noté que hay uno menos de nosotros— dijo Lug, observando al fomore que estaba sentado con la espalda apoyada en un árbol. Había estado allí, casi sin moverse, durante un largo rato—. ¿Qué pasó?

—El otro fomore dio su vida para salvarnos.

—¿Voluntariamente o por orden tuya?— preguntó Lug, sarcástico.

—Pereció atacado por las serpientes. Aprovechamos para escapar mientras su cuerpo las mantenía ocupadas.

—Lo abandonaste a su muerte— lo acusó Lug.

—No tenía posibilidad. En cambio su muerte nos dio a nosotros una posibilidad.

—Suena frío y cruel.

—Es racional y práctico. Y debo decir que deberías estar agradecido.

—Lo estoy— admitió Lug—, pero eso no significa que me guste.

Humberto se encogió de hombros.

—¿De dónde salieron estos fomores? ¿Y cómo hiciste para tenerlos bajo tu control?— preguntó Lug, mirando de soslayo al fomore junto al árbol.

—No sabes nada sobre fomores, ¿no es así?

—Sé que son menos inteligentes que los humanos, pero no creo que eso le dé derecho a nadie a esclavizarlos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.