La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 54

Él se adelantó caminando por el sendero con los caballos de la brida, mientras ella recogía unas hierbas. Pronto vio la cabaña. Habían andado casi todo el día sin descanso, y la idea de dormir en una cama de verdad se volvió muy tentadora. Sonrió. Miró hacia atrás por un momento para ver si ella venía. En ese momento de distracción, alguien saltó de entre los arbustos a su izquierda. Con sus reflejos largamente condicionados, alcanzó a desenvainar la espada y subirla para posarla en el cuello de su atacante. Vio que era apenas un muchachito, pero en sus ojos había un fuego que delataba las fuertes emociones que lo embargaban. Había visto ese fuego antes y sabía que no debía tomarlo a la ligera. Luego sintió la espada del chico entre sus piernas.

—¿Quién eres y qué haces aquí?— le preguntó el muchacho con un gruñido.

—¿Quién eres tú y que haces tú aquí?— le retrucó el otro.

—Te sugiero que me contestes si no quieres perder tu virilidad— lo amenazó el muchacho, presionando la hoja de la espada contra los genitales de él.

—Y yo te sugiero que me contestes si no quieres perder la cabeza— le respondió él.

—Si pierdo la cabeza, no podré contestarte. En cambio si pierdes tus genitales, todavía podrás hablar y me aseguraré de que sufras mucho antes de morir.

—¡Basta los dos!— se escucharon los gritos de ella desde atrás.

—¿Mamá?— dijo Llewelyn, desconcertado.

—¿Qué estás haciendo aquí, hijo? ¿Y por qué estás amenazando a Cormac con una espada?

—Yo…— comenzó Llewelyn confundido, bajando la espada.

Cormac retiró la espada del cuello de Llewelyn.

—¿Tú y Lug tienen un hijo?— preguntó Cormac, sorprendido.

—Sí, aunque no entiendo todavía qué hace aquí y por qué el inocente joven que dejé al cuidado de mi padre, que no dañaría ni a una mosca, de repente amenaza con mutilarte.

—Lo siento mamá, pensé que este desconocido era peligroso— explicó Llewelyn.

—Bueno, supongo que tenemos que cambiar esa impresión. Llew, éste es Cormac. Cormac ayudó a tu padre a derrotar a Wonur y ahora me está ayudando a buscarlo. Cormac, este es mi hijo Llewelyn.

Cormac ofreció su mano y Llewelyn la estrechó, poco convencido.

—¿Qué es eso?— dijo Cormac, su mirada en el anillo de Llewelyn. La Perla todavía brillaba con un azul tan oscuro que parecía negro. Llewelyn pasó su otra mano por sobre el anillo, tratando de calmarlo, tratando de hacerle entender que ya no había peligro. La luz de la Perla se apagó y el anillo volvió a su estado normal.

—Es un anillo que me dio mi padre— explicó Llewelyn—, perteneció a su madre.

Cormac tomó la muñeca izquierda de Llewelyn y la acercó a su rostro.

—¿Por qué estaba brillando?— preguntó Cormac, receloso.

—No estaba brillando— mintió Llewelyn—. La Perla ya no está activa, no desde que Wonur fue derrotado.

—Lo vi brillar— insistió Cormac.

—Solo te habrá parecido— replicó Llewelyn.

—¿Tú lo viste?— le preguntó Cormac a Dana.

—No vi nada— respondió Dana—. Tal vez solo fue el reflejo de la luna. Llewelyn ha tenido ese anillo por años, la Perla está inactiva, ya no sirve.

Cormac soltó la muñeca de Llewelyn, pero no pareció muy convencido con la explicación del reflejo de la luna.

—¿Por qué estás aquí, Llew?— le preguntó Dana a su hijo.

—Oh, mamá, sé que te vas a enojar con el abuelo, pero yo se lo pedí, necesitaba hacerlo.

—¿Hacer qué?

—Despertar mi habilidad para poder ayudar a encontrar a papá.

—¡¿Qué?!— gritó Dana—. ¿Nuada se conectó contigo? ¿Después de que le pedí específica y encarecidamente que no lo hiciera?

—Mamá, no es su culpa.

—No seas ingenuo, Llew. Conozco a mi padre y sus manipulaciones. Te hizo creer que tú querías hacerlo, pero la culpa es toda suya.




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