—Tal vez solo escapó— ofreció Iris como explicación.
—No, Luar no me haría esto— respondió Ana, bufando. Llevaba casi tres horas buscando al unicornio, en vano.
—¿Crees que le pasó algo malo?
—No lo sé, no lo sé— contestó Ana preocupada, agarrándose la cabeza.
Cada minuto que pasaba, el carruaje de Huber se alejaba más. ¿Dónde estaba este elusivo animal? ¿Acaso Ana no le había ordenado que la esperara en el bosque? ¿Por qué le hacía esto? ¿Por qué había desaparecido así? Y de pronto, Ana recordó: su orden nunca fue para que la esperara a ella. La orden que Ana le había dado a Luar había sido: busca a Akir. Si Akir no estaba en Colportor, ¿dónde habría ido a buscarlo Luar? Imposible saberlo. Ana se maldijo por tal descuido.
—Luar no vendrá— anunció Ana.
—¿En serio? ¿Cómo lo sabes?
—Me equivoqué al darle las órdenes. Estaba segura de que mi hermano estaba aquí, en la ciudad, y le di órdenes de que lo buscara mientras yo revisaba el palacio. Pero mi hermano no está aquí.
—¿El prisionero es tu hermano?
—No. Es complicado. Vine aquí en busca de mi hermano que fue secuestrado, pero en cambio me encontré con Lug, mi amigo, que aparentemente también fue capturado aquí.
—Los rumores que corren en Colportor hablan de una invasión del Norte. Dicen que vienen a masacrarnos a todos.
—No, no es así— negó Ana con la cabeza—. Los están manipulando, están secuestrando a nuestra gente y les están haciendo creer a ustedes que son espías del Norte.
—¿Por qué harían algo como eso?
—Ojalá lo supiera. Lug es una persona importante, poderosa; es entendible que quieran capturarlo. Pero mi hermano no tiene nada para ofrecerles… no les sirve…
Ana se detuvo de pronto, su hermano sí tenía algo para ofrecerles: Akir tenía en su cabeza invaluable información sobre el Círculo, información detallada y perfecta. Ana trató de no pensar lo que estarían haciéndole a su hermano para que cooperara. Si a Lug le habían arrancado los ojos… No, no quería pensar en eso ahora.
—Tendremos que irnos sin Luar— declaró Ana, tomando una mochila del suelo y colgándosela del hombro.
Iris abrió la boca para cuestionar la decisión, pero volvió a cerrarla cuando escuchó los gritos apagados en la lejanía y los ladridos de los perros.
—Están tras nosotras— dijo, asustada.
—¡Vamos!— la tironeó Ana del vestido. Las dos comenzaron a correr por el bosque.
Los ladridos de los perros se escuchaban cada vez más cerca, junto con órdenes gritadas por los soldados.
—Es inútil— gimió Iris—. Nos alcanzarán.
—¡Vamos!— la animó Ana.
Iris volvió su cabeza hacia sus perseguidores y reconoció a uno de ellos, montado en un espléndido caballo.
—Espera— detuvo a Ana—. Tengo una idea.
—Iris…— comenzó a protestar Ana.
—No, escúchame— la cortó Iris, mientras la empujaba detrás de un grueso árbol—. ¿Ves a aquél?
—¿El del caballo?— preguntó Ana, asomando apenas la cabeza por detrás del enorme árbol.
—Su nombre es Overkin. Siempre nos ha protegido a Gloria y a mí en el palacio.
—¿Cuál es tu plan?
—Déjame ir con él, no me hará daño. Él confía en mí, soy su informante en el palacio. Puedo desviar la búsqueda para que tú escapes.
—Iris, es una locura. Ese Overkin es un hombre de Dresden, no creo que pueda protegerte…
—Confía en mí. Sé que puedo hacerlo, puedo desviarlos. Solo ve al sur, ve con Vianney y protege a mi Gloria.
—Iris, no…— trató de retenerla Ana.
Pero Iris se soltó de la mano de Ana y se fue corriendo en dirección al hombre del caballo, agitando sus brazos y gritando para llamar la atención de todos. Ana vio que el hombre del caballo le salía al encuentro a la madre de Gloria. La vio hablando con él y gesticulando hacia el norte. El tal Overkin llamó a los soldados con los perros y les dio nuevas órdenes. De inmediato, todos se dirigieron hacia el norte, en dirección contraria a donde estaba escondida Ana. De alguna manera, Iris había logrado desviarlos. El hombre del caballo tendió una mano a Iris y la subió al animal detrás de sí. En un último momento, antes de que Overkin dirigiera su caballo hacia el norte, Ana pudo ver su rostro. La Sanadora tuvo la extraña sensación de haber visto antes a ese hombre. De pronto, al recordar de dónde lo conocía, a Ana se le heló la sangre: el hombre del caballo era el mismo que había visto en los recuerdos de Akir, era el hombre que amenazó con torturar a su hermano cuando no era más que un bebé, era el hombre que había matado a sangre fría al marido de Floria, solo para que Ema saliera de la casa, era el hombre para el cual Efran trabajaba, era el hombre que estaba dispuesto a cualquier cosa para descubrir el paradero de su abuelo. Ahora sabía su nombre: Overkin. Overkin no debía ser otro más que el responsable del secuestro de Akir.
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Editado: 12.10.2019