—Debes estar cansado— dijo Juliana, sirviéndose más té—. ¿Por qué no te vas a dormir y mañana seguimos hablando?
La cena había terminado hacía una media hora, y ahora estaban los dos solos en la enorme biblioteca del castillo.
—No— negó Lug con la cabeza—. No podría pegar un ojo hasta no saber lo que pasó. Necesito saber lo que te hizo Humberto, todos los detalles.
Ella suspiró y le sirvió más té a él.
—Desde que te fuiste, Humberto se mantuvo en contacto con nosotros, se hizo amigo de la familia. A Luigi no le caía del todo bien, pero Augusto estaba fascinado por sus historias, y crearon cierto vínculo que Humberto se encargó de cultivar por medio de regalos y paseos. Luigi solo lo toleraba porque Augusto había desarrollado cierto afecto por él.
—¿Y tú?
—No sabía qué pensar, pero me parecía inofensivo. Creía que solo quería mantenerse en contacto con las últimas personas de nuestro mundo que sabían de la existencia del Círculo. Estar lejos de casa es difícil para cualquiera. Pensé que lo ayudaba el compartir historias del Círculo con nosotros.
—¿Y Mercuccio y Nora? ¿Cómo era su relación con ellos?
—A Mercuccio no parecían molestarle sus intentos de acercamiento, pero Nora se afanaba por encontrar excusas para no recibirlo en su casa.
—Siempre tuvo buenos instintos.
Juliana asintió.
—¿Qué pasó después? ¿Cómo logró traerlos hasta acá?— inquirió Lug.
—Logró acceso a nuestra biblioteca a través de Augusto. El Manuscrito de los Orígenes, nuestras traducciones, todo nuestro trabajo sobre los portales, y especialmente tu diario, el que le dejaste a Augusto cuando nació. Supongo que con todo eso, logró encontrar un nuevo portal.
—¿Dónde?
—En tu bosque. Resultó ser que el viejo Strabons no había comprado esos terrenos solo para ir a des estresarse, había un campo de energía dormido allí. Humberto comenzó la construcción de una cúpula en el bosque. Engañó a Walter diciéndole que tú habías ordenado esa construcción para poder volver a visitarnos. Luego, cuando tuvo todo listo, invitó a Augusto a uno de sus paseos. No sospechamos nada. Humberto ya nos tenía acostumbrados a llevar a Augusto a montar, a practicar tiro con arco, a pescar y cazar con Walter y a muchos otros eventos que Augusto disfrutaba mucho. Luigi estaba fuera de la ciudad por una nota para el periódico donde trabajaba, y yo estaba en casa, preparando el almuerzo cuando recibí la llamada. Humberto me dijo que estaba en el bosque con Augusto y que su auto se había averiado. Me pidió que los fuera a buscar. Por supuesto, fui. Cuando llegué al bosque, Augusto corrió hacia mí entusiasmado, tomándome de la mano y tironeándome para que fuera a ver algo extraordinario. Cuando lo vi… Debo decir que era hermoso. Estaba hecho con bloques de mármol, y la estructura de vitrales estaba dividida en distintas secciones con distintos tonos predominantes en cada sección. La cúpula entera estaba montada sobre rieles y podía girar para alinear distintas partes de los vitrales con la luz del sol. En la parte de la pared circular de mármol sobre la cual descansaba la cúpula, había cuatro puertas de hierro forjado, coincidiendo exactamente con los cuatro puntos cardinales. Estaba claro que éste era un portal mucho más complejo que el construido por Prella en la casa de Nora. Éste era un portal para viajes múltiples. Humberto me mostró orgulloso su obra de arte.
—Increíble. ¿Cuánto tiempo estuvo para construirlo?— preguntó Lug sorbiendo su té.
—Años, supongo. No lo sé con exactitud, nunca pude hablar con Walter para preguntarle cuándo había empezado todo. Humberto nos invitó a pasar adentro y cerró la puerta antes de que pudiéramos darnos cuenta de lo que estaba pasando. Le rogué, lo amenacé, le grité, lo insulté y hasta quise golpearlo, pero era tarde: el portal se había activado. El pasaje fue bastante traumático. Luz, sonido, calor, bombardeando nuestros sentidos con una intensidad que nos dejó al borde de la inconsciencia. Nos desplomamos en el suelo. Solo atiné a abrazar a Augusto para protegerlo y pensé en Luigi, en otra ciudad… ni siquiera iba a saber lo que nos había pasado…
Los ojos de Juliana se llenaron de lágrimas por un momento. Lug la tomó de la mano para confortarla. Juliana se pasó el dorso de la mano por los ojos y pareció recomponerse lo suficiente como para seguir el relato.
—Cuando toda la imposible cacofonía y la luminosidad hiriente cesaron, pensé que estaríamos carbonizados por el tremendo calor que nos había invadido en el pasaje. Solté lentamente a Augusto, y vi que su piel y su ropa estaban intactas. Me miré las manos y me toqué el rostro. No estaban quemados. Esperaba ver un mar de vidrios rotos a nuestro alrededor, pero el piso estaba limpio. Miré hacia arriba: la cúpula estaba intacta. Humberto no estaba en la cúpula. Tardé unos momentos en superar la desorientación. Noté que Augusto estaba temblando y lo abracé otra vez. Después de un rato, nos pusimos de pie. Vimos que una de las puertas estaba abierta y nos dirigimos a ella, abrazados, deslizándonos por la pared circular para ayudarnos a caminar. Afuera, nos encontramos con un pantano inmenso y maloliente. Humberto estaba junto a un árbol, observando un sendero lodoso que llevaba a un bosque con extraños árboles rojos. “¿Dónde estamos? ¿Por qué nos trajiste aquí?” le pregunté. Él me dijo que estábamos en el Círculo y que nos había traído a verte a ti. Le exigí que nos llevara de vuelta, pero nos dijo que no volveríamos hasta no verte a ti. Le dije que Luigi no sabía dónde estábamos, que se preocuparía, pero él dijo que estaríamos ausentes solo unas horas, y que Luigi ni siquiera se daría cuenta. Nos llevó por el sendero hacia el bosque de árboles rojos. Atravesamos el bosque y llegamos a un palacio escondido, con hermosos jardines que vagamente me recordaron a los jardines de Versalles. El palacio era suntuoso y enorme. Humberto nos llevó por galerías y escaleras hasta el cuarto piso y nos invitó a pasar a una enorme habitación ricamente amueblada, con enormes ventanales que daban a los jardines. Había dos puertas en la habitación que daban a dos dormitorios magníficos con camas amplias y mullidas, sábanas de seda, colchas gruesas bordadas con hilos de oro. Cuando le pregunté si tú vivías allí, solo se rió. Nos dijo que nos pusiéramos cómodos y que él nos avisaría cuando llegaras. Cuando se fue, lo primero que hice fue probar la puerta. Desde luego, estaba trabada por fuera. Las ventanas tampoco abrían. Pensé en romper los vidrios, pero de todas formas era una larga caída desde el cuarto piso. Igualmente, aunque pudiéramos escapar, ¿a dónde iríamos?, no sabíamos manejar el portal. Asomada a la ventana, los vi y me corrió un escalofrío: criaturas horribles como gorilas babeantes equipados con hachas y espadas, vistiendo armaduras de cuero.
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Editado: 12.10.2019