La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 67

Lug se dio vuelta en su cama. No podía dormir. Un portal para viajes múltiples… Obviamente no solo podía pasar más de una persona a la vez, sino que también podía usarse más de una vez. Humberto debió pasar de un mundo a otro con frecuencia para poder mantener su contacto con Juliana y su familia, y a la vez, construir su enorme palacio y entrenar a los fomores para que le obedecieran.

Lug decidió que el próximo paso sería ir hasta ese portal, y forzar a Humberto para que enviara a Juliana y Augusto de regreso a su mundo. Después de eso, tendría que navegar entre las mentiras y semi-verdades del décimo Antiguo para rescatar a Akir y descubrir lo que se estaba fraguando en el sur. Lug suspiró, exhausto. A pesar de todas sus preocupaciones, el cansancio finalmente lo venció y se durmió.

Lo que lo despertó temprano a la mañana siguiente fueron los gritos. Se puso de pie de un salto, se puso presuroso un pantalón y una camisa, y salió al pasillo. Allí, vio sirvientes y guardias corriendo hacia las cocinas. Lug detuvo a uno de los guardias y le preguntó con urgencia:

—¿Qué pasó?

—Esa inmunda bestia…— gruñó el guardia con odio.

—¿Qué pasó?— casi le gritó Lug, sacudiéndolo del brazo.

—¡Atacó a la condesa!— le gritó el guardia a su vez.

Lug soltó el brazo del guardia, negando con la cabeza. No era posible. Ror no lo haría, ¿o sí? ¿Qué sabía Lug sobre fomores y sus lealtades después de todo? Tal vez Humberto lo había forzado a… pero Humberto estaba en una celda en las mazmorras, no pudo haberle ordenado a Ror… No, no, tenía que haber otra explicación. Un malentendido, sí, eso debía ser.

Lug corrió hasta las cocinas. Cuando entró y vio la escena, su teoría del malentendido se desvaneció. La condesa lloraba histéricamente, sentada en el piso, cubierta en sangre, mientras Vianney, acuclillado junto a ella, trataba de calmarla. A unos dos metros de ellos dos, el cuerpo de Ror yacía inerte, con el mango de un cuchillo sobresaliendo de su pecho. Lug se tomó unos segundos para comprobar que el fomore estaba muerto, y luego fue hasta la condesa.

—¿Qué sucedió?— preguntó suavemente, pero Helga solo lloraba sin parar y no podía articular palabra.

—Eso es lo que le he estado preguntando— respondió Vianney—, pero creo que la respuesta es más que clara— agregó, con una mirada de reproche hacia Lug.

—¿Qué hacía Ror en la cocina? Creí que estaba custodiado en su habitación— inquirió Lug.

—Escapó— contestó Vianney.

—¿Escapó?

—Los dos guardias que custodiaban su puerta están muertos, con los cuellos rotos. Supongo que tu amigo tuvo hambre y decidió venir a la cocina, donde se encontró fortuitamente con mi esposa. Parece que intentó atacar a Helga, pero ella logró tomar un cuchillo y se defendió— explicó Vianney, mirando de soslayo el cuerpo de Ror.

La explicación del conde parecía ser la única plausible.

—Lo lamento— se disculpó Lug.

Vianney no le contestó.

—Si me permites, puedo examinarla, si está herida…— intentó Lug.

—No quiero que ningún amigo de esa bestia me toque— gimió Helga, acurrucándose más contra su esposo.

Lug retrocedió dos pasos.

—Tal vez Ana…— propuso Lug.

Helga asintió. Lug salió de la cocina y fue en busca de Ana.

 

Cuando Ana vio el rostro preocupado de Lug, se apresuró a vestirse y seguirlo hasta la cocina.

—Ana— la detuvo Lug por un momento antes de entrar—, algo no está bien, ve si puedes averiguar lo que realmente pasó.

Ana asintió y entró en la cocina. Un guardia le informó que la condesa había sido llevada a su habitación. Ana aprovechó para inspeccionar brevemente el cuerpo de Ror, y luego se hizo acompañar por el guardia hasta la habitación de Helga. Lug también fue con ellos, pero no se le permitió entrar en los aposentos de la condesa.

Después de una interminable media hora, Ana se asomó de nuevo por la puerta.

—¿Cómo está?

—Bien, descansando. Vianney está con ella— le respondió Ana.




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