La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 69

Gloria se agachó y recogió un trozo de vidrio azul del suelo. Observó con curiosidad los pedazos de formas geométricas extrañas soldadas con plomo.

—¿Qué crees que haya sido esto?— le preguntó a Franz.

—No tengo idea— se encogió de hombros Franz, mirando los destrozos en derredor.

Todo lo que quedaba en pie de la estructura eran unas paredes de mármol circulares. Lo demás era solo un mar de vidrios rotos y astillas de madera.

—Los vidrios están curvados. Es posible que hayan sido parte del techo— ofreció Franz.

Gloria atravesó las paredes por una abertura donde todavía quedaban restos de lo que debía haber sido una puerta, y entró a la estructura.

—No parece una vivienda— comentó.

—¿Tal vez un refugio?— aventuró él.

—¿Un refugio con techo de vidrio? No parece muy seguro.

—¡Señor!— gritó uno de los guardias de Franz, corriendo hacia ellos.

—¿Qué pasa?

—Alguien se acerca.

—¿Soldados de Dresden?

—No lo creo, señor. Son dos mujeres y tres hombres. Uno de los hombres parece ser un prisionero.

—Llama a los demás. Ocúltense entre los árboles y manténganse alertas.

—Sí, señor.

—¿Qué piensas?— se volvió Franz a Gloria.

—El prisionero podría ser Lug.

—Ocultémonos. Tendremos mejor oportunidad si los tomamos por sorpresa.

Gloria asintió su acuerdo y siguió a Franz, escondiéndose junto a él, a unos trescientos metros de la estructura destruida.

—¡Qué extraño!— murmuró Franz al oído de Gloria cuando los desconocidos estuvieron más cerca.

—¿Qué?— preguntó Gloria, tratando de asomarse detrás de él.

—Creo que el prisionero es Huber— dijo Franz, desconcertado.

—¡Son ellos!­— gritó Gloria, saliendo de su escondite y corriendo hacia Lug.

—¡Gloria!— sonrió Lug, saliéndole al encuentro al reconocerla—. ¡Qué bueno que estés bien!— rió, abrazándola.

—Estuvimos buscándote en el pantano por días— le dijo ella.

—Lo sé. Vianney nos dijo que habían venido a rescatarme.

—¿Estuvo con mi padre?— dijo Franz, acercándose al grupo.

—Este es Franz— lo presentó Gloria.

—Es un gran placer conocerte, Franz— le estrechó la mano Lug—. Esperaba con ansias la oportunidad de agradecerte en persona la ayuda que les has prestado a mis amigos.

—Los amigos de Gloria, son mis amigos— respondió Franz, y luego a sus hombres: —¡Todo está bien! ¡Son amigos!

Diez guardias armados salieron de sus escondites, enfundando sus espadas.

—Temía por ti. Temía que Dresden te hubiera capturado— le expresó Lug a Gloria.

—No, cuando llegamos al castillo de Vianney, desde Colportor, esperamos a Ana, pero como no llegaba, decidí venir a ver a Huber con Franz por mi cuenta. Rescatamos a tus amigos del otro mundo y los enviamos con el padre de Franz, pero cuando fuimos por ti, ya no estabas. Nos imaginamos que habrías escapado hacia los pantanos, así que te hemos estado buscando por aquí— señaló en derredor.

—Me dejaste varada con Vianney— le reprochó Ana medio en broma, medio en serio.

—¡Ana!— la abrazó Gloria con cariño—. Me alegro de que estés bien. Perdóname por no esperarte, pero el tiempo apremiaba.

—Hiciste bien— le palmeó Ana la espalda—. Estuve a punto de seguirte, pero Lug apareció inesperadamente en el castillo.

Gloria asintió y se volvió a los demás:

—Veo que Juliana y Augusto están bien también— dijo, saludándolos con efusivos abrazos.

—Gracias a ti, Gloria— le respondió Juliana.

Gloria paseó la mirada por sus amigos con una sonrisa y descubrió que alguien faltaba:

—¿Dónde está mi madre?




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