La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 75

—Huele a sopa— dijo Cormac con los ojos aun entrecerrados.

—Bienvenido al Valle Verde, cortesía de Llewelyn— le sonrió Dana—. Y la sopa es cortesía mía— agregó, ayudándolo a incorporarse, apoyando su espalda contra un árbol.

—Gracias— respondió Cormac—. Sabía que lo lograría.

Dana le alcanzó un cuenco humeante y una cuchara.

—Pudiste decirme que era peligroso para ti— le reprochó ella.

—Eso no era importante.

—¿Cómo puedes decir eso?

—¿Cómo está Llewelyn?— desvió Cormac la conversación.

—Bien. Fue a buscar agua a un arroyo cercano.

—¿Dijo algo de lo que sintió durante el transporte?

—No, ¿por qué?

—Por nada, solo curiosidad.

—¡Cormac!— lo regañó ella.

—Tuve que crear en él la urgencia del transporte.

—Con una emoción fuerte, sí, lo dijiste.

—Sí, bueno, lo que no dije es cómo pretendía provocar esa emoción.

—¿Qué le hiciste, Cormac?— le preguntó ella en tono acusador.

—Lo que ni siquiera me atreví a hacerte a ti. Le transmití mi visión de Lug en su celda. Le mostré a su padre ciego y al borde de la muerte. Dana, lo que casi me mató cuando tú y yo nos conectamos, no fue exactamente la combinación de nuestras habilidades, fue la intensidad de la desesperación de Lug.

—¿Le hiciste sentir a Llewelyn lo que está sintiendo su padre?

—Sí. Tenía que hacerle sentir lo grave de la situación, inflamarle el corazón para que iniciara el transporte.

—¿Lo que te dejó inconsciente fue proyectar ese recuerdo en Llewelyn?

—Sí— dijo Cormac, mirándose las manos—. Al menos esta vez no me mordieron las ratas— murmuró—. ¿Tuvo Llewelyn alguna repercusión física?

—No me pareció, no lo sé.

—Tal vez la Perla lo protegió.

Su conversación fue interrumpida por el sonido de pasos rápidos sobre la hojarasca. Dana se puso de pie, desenvainando su puñal. Respiró aliviada al ver que era Llewelyn que corría hacia ellos.

—¡Cormac! ¡Estás despierto! ¡Qué bueno!— exclamó Llewelyn, aun con la respiración agitada—. Descubrí algo extraño, del otro lado del arroyo, creo que deben verlo.

Cormac apoyó su cuenco de sopa en el suelo e hizo un esfuerzo para ponerse de pie.

—¿Qué viste, muchacho?

—No sé cómo describirlo, será mejor que vengan y lo vean por ustedes mismos— respondió Llewelyn.

—¿Puedes caminar?— le preguntó Dana a Cormac.

—Con un poco de ayuda, sí— respondió él.

Llewelyn se acercó y le ofreció su hombro.

—Apóyate en mí.

—Gracias.

Cormac y Dana siguieron a Llewelyn por un sendero entre los árboles. Al poco rato, llegaron a un arroyo de aguas cristalinas que corría por un lecho rocoso. Del otro lado del arroyo, Llewelyn les señaló un lugar donde la vegetación era más espesa. Se abrió paso entre los arbustos con su espada, y Dana y Cormac caminaron por el improvisado sendero. Cormac notó que Llewelyn no dudaba al abrirse camino, como si algo sobrenatural lo guiara. Después de varios cientos de metros, el terreno comenzó a subir. Llewelyn trepaba con agilidad, apoyando sus pies en las raíces de los árboles. Dana ayudaba a Cormac a trepar, unos metros más atrás. El terreno se volvió más escarpado, pero eso no detuvo a Llewelyn.

—¿Cuánto más?— quiso saber Cormac desde atrás—. No estoy en mi mejor forma para esto— protestó.

—Solo un poco más— lo animó Llewelyn desde más arriba.

Al llegar a la cima de la barranca, se encontraron con antiguas formaciones rocosas. Algunas les llegaban a la cintura, y otras tenían la altura de tres hombres. En conjunto, formaban un extraño laberinto.

—Por acá— indicó Llewelyn, internándose entre las rocas.




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