La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 76

—Es un portal, ¿no es así?— preguntó Lug apoyado en una roca, mientras observaba las luces azuladas formando patrones movedizos sobre la cúpula semiesférica, allá abajo en aquel hueco entre las montañas. Tal parecía que el largo viaje desde las Marismas, siguiendo la pista de Humberto, no había sido infructuoso después de todo.

—Sí— confirmó Humberto.

—¿Por qué está activo?

—No lo sé. No parece estar siendo usado para viajar.

—¿Cuánta energía se necesita para mantener activo un portal de esta manera?

—Mucha más de la que yo podría conjurar.

—¿Con qué materiales está construido?— preguntó Juliana.

—No tengo idea, nunca había visto algo como esto— respondió Humberto.

—Tal vez su existencia no es física, tal vez es solo un campo de energía— propuso Augusto. Los demás se dieron vuelta hacia él, intrigados por su comentario.

—¿Qué quieres decir?— le preguntó su madre.

—Algo así como un campo de fuerza— se encogió de hombros él.

—¿Has visto algo como esto antes?— le preguntó Lug.

—Solo en películas de ciencia ficción— respondió Augusto.

—¿Qué son películas de ciencia ficción?— quiso saber Ana.

—Puestas en escena de eventos imaginarios— respondió Lug.

—Pero esto no es imaginario, es real— dijo Ana.

—Muy real— acordó Humberto.

—Si en verdad es un campo de energía, ¿no debería estar contenido con algo?— preguntó Juliana.

Humberto asintió.

—Reunir esa energía es de por sí complicado, pero mantenerla en su lugar, manipularla… raya en lo imposible, y créeme, yo sé de estas cosas.

—Y sin embargo alguien lo ha logrado— murmuró Lug.

—La pregunta es quién y para qué— intervino Juliana.

—¿Y dices que Akir está ahí adentro?— preguntó Ana a Humberto.

—Creo que sí— asintió Humberto.

—¿Crees? ¡Dijiste que él estaba ahí! ¡Me trajiste hasta aquí para mostrarme el lugar donde lo tenían! ¿Y ahora me dices que solo crees que está ahí?— se enojó Lug—. Solo me has estado haciendo perder el tiempo, Humberto.

—El muchacho está en manos de Dresden, eso lo sé. Ha estado fanfarroneando sobre el asunto en sus reuniones de Concejo. Ha estado ufanándose de cómo lo atrapó y lo tiene ahora a su servicio. Cuando expresé interés en conocerlo personalmente, me dijo que no era posible. Entonces, busqué mi propia manera de conseguir una entrevista con él. Investigué discretamente y supe que no lo tenían en Colportor, sino en un lugar alejado. Seguí a un emisario del rey hasta este lugar, lo vi entrar y salir de la cúpula. Llevaba un enorme saco que no tenía a la salida, así que supuse que había llevado víveres al cautivo.

—¿Entonces es posible entrar y salir de la cúpula?— inquirió Lug.

—No para nosotros— negó Humberto con la cabeza.

—¿Qué quieres decir?— preguntó Ana.

—Cuando el emisario de Dresden se fue, yo mismo bajé hasta allá para intentar entrar— explicó Humberto.

—¿Y?

—No pude acercarme a más de cinco metros de la cúpula. Hay una especie de pared invisible que me repele.

—Pero entonces, ¿cómo pudo entrar el emisario? ¿Tendría algún poder especial?

—No lo creo. Era solo un soldado común.

—Tal vez eso fue lo que le permitió entrar, no tener poder alguno— musitó Lug, pensativo.

—Fue lo que yo también pensé. Tal vez había una salvaguarda para impedir que gente con habilidades tuviera acceso al portal— comentó Humberto—. Entonces, decidí conseguirme un soldado de Dresden para probar mi teoría. Corrí hasta el Cuarto Paso y convencí a uno de los guardias para que me acompañara a ver un objeto extraordinario, un arma secreta de la que su rey debía saber.




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