La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 77

—¡Allá!— gritó Humberto en medio de la lluvia torrencial, señalando la entrada de una cueva.

—¡Por fin!— exclamó Juliana desde debajo de la capa de Lug.

Parecía como si el agua de un mar entero se estuviera vertiendo sobre las montañas. Además de las gruesas y copiosas gotas de agua que los azotaban, numerosos riachos habían comenzado a formarse de pronto en los senderos pedregosos, y las fuertes corrientes de agua hacían peligrosa la caminata. Humberto iba delante, luego Juliana, Ana y Augusto tratando de refugiarse los tres bajo la capa de plata que Lug les había cedido como protección, y finalmente, Lug cerraba la marcha.

Les tomó más de media hora llegar a la boca de la cueva. No podían moverse muy rápido en medio de la tormenta. Al llegar, todos se introdujeron en la cueva rápidamente, pero Lug se apresuró y los detuvo antes de que se adentraran demasiado.

—Déjenme ver si el lugar es seguro— explicó. Los demás asintieron.

Lug cerró los ojos y se concentró un momento. No alcanzó a comenzar a percibir los patrones de sus amigos cuando escuchó el terrible estruendo detrás de sí.

—¡¿Qué…?!— gritó Juliana, antes de que todo se volviera oscuridad.

—¿Mamá?— la llamó Augusto, asustado.

—Aquí— dijo ella.

—¿Todos están bien?— se escuchó la voz de Lug.

—Sí— contestó Humberto.

—¿Ana?— inquirió Lug.

—Aquí estoy, sí, bien.

—¿Qué pasó?— preguntó Augusto.

—Un derrumbe, estamos atrapados— respondió Humberto.

—¿Es esto natural?— preguntó Juliana.

—No lo creo— respondió Lug, serio—. Todos tómense de las manos y no se separen por nada— los instruyó.

A tientas, todos se buscaron entre sí hasta que lograron contacto físico.

—¿Lug? ¿Percibes algo?— inquirió Humberto, preocupado.

—Shshsh, estoy tratando— protestó Lug. Y luego: —Alguien viene.

—¿Cuántos son?— preguntó Humberto.

—Uno viene más adelante, otros tres se han quedado quietos más lejos.

—¿Humanos?— preguntó Ana.

—Sí.

—¿Hostiles?— preguntó Humberto.

—Están en alerta, igual que nosotros— respondió Lug en la oscuridad.

Lug escuchó a Ana desenvainar uno de sus puñales. No sin cierta reticencia, Lug desenvainó lentamente su propia espada.

Tembloroso y con el corazón agitado, Augusto desenvainó también su espada.

—Augusto, no…— le susurró su madre.

—Haz caso a tu madre, Augusto— le pidió Lug.

—Pero…— comenzó a protestar el joven.

—No tengo tiempo para discutir contigo ahora, Augusto. Envaina en este instante— se mantuvo firme Lug.

El muchacho volvió a envainar su arma, refunfuñando.

Desde las profundidades de la caverna, comenzó a verse la luz de una lámpara que se acercaba, cortando la absoluta oscuridad. Lug vio de reojo en la penumbra que Humberto  comenzaba a abrir sus brazos, concentrándose. En un movimiento rápido, Lug lo tomó de una muñeca.

—Ni se te ocurra— le advirtió con tono severo—. Esta situación está a mi cargo y no habrá derramamiento de sangre.

—Eres un ingenuo, como siempre— lo acusó Humberto.

Lug paseó la mirada por todos y les ordenó con firmeza:

—Es preciso que todos se queden aquí y me dejen manejar esto. Ana, si algo sale mal, defiende a Juliana y Augusto. Humberto, si intentas algo…— Lug dejó la amenaza sin concluir.

Humberto le devolvió una mirada de furia, pero asintió con la cabeza, en obediencia, y se puso en guardia junto a Ana.

Lug avanzó solo hacia la persona que venía con la lámpara. Después de unos pasos, envainó su espada para no parecer hostil, pero no abandonó el contacto de su mente con la del extraño. Lo notaba tenso, pero su mente no había ordenado ataque sobre Lug, aun. Lug caminaba lentamente y notó que el extraño hacía lo mismo, como para ganar tiempo. Lug se permitió estudiar la mente del de la lámpara con un poco más de profundidad y sintió cierta familiaridad en aquellos patrones.




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