—Gov, hay cierto asunto sobre el que quería preguntarte— dijo Lug.
—Claro, te escucho.
—Hay una especie de portal activo, una cúpula, no muy lejos de aquí. ¿La has visto? ¿Sabes algo sobre eso?
—¿Una cúpula, dices?— preguntó Govannon, y luego se dio vuelta hacia Dana: —¿Es la cúpula que ustedes me describieron?— le preguntó.
—¿Tú la viste también?— preguntó Dana a Lug.
—Humberto nos guió hasta ella. Piensa que Akir está prisionero allí.
—¿Por qué?
—No lo sé. Creo que la verdad es que Humberto me trajo hasta la cúpula para ver si yo podía entrar. Él no sabe bien de qué se trata. Dice que intentó entrar, y la cúpula lo repele. Experimentó también con un soldado humano, engañándolo para que intentara entrar, y la energía de la cúpula lo pulverizó en el acto.
Dana asintió, seria:
—Cormac no quiso saber nada de acercarse. Intuyó también que era una construcción de mucho poder.
—¿Y tú, Gov, la has visto?— preguntó Lug.
—No, amigo, no sabía siquiera de su existencia hasta que Dana y Cormac me hablaron de ella— respondió Govannon—. Tal vez si la viera en persona, podría darte una opinión…
—Eso me gustaría, Gov. ¿Me harías el favor de acompañarnos hasta allá y verla?
—Claro, por supuesto.
—Excelente— aprobó Ana—. Terminen de desayunar y vamos.
—Ana… tal vez sería mejor que tú y Juliana se quedaran a cuidar a los muchachos— comenzó Lug—. Y también están los prisioneros...
—Ni sueñes con dejarnos aquí de niñeras— le respondió Juliana con firmeza.
—Los prisioneros no van a moverse de sus celdas, y los muchachos pueden ir con nosotros— dijo Ana.
—Ana tiene razón— dijo Juliana—. O vamos todos o no va nadie.
—Tal vez deberíamos votar— propuso Lug, molesto.
—Sería una pérdida de tiempo— acotó Dana—. Yo estoy con ellas en esto, y si les preguntas a los muchachos, estoy segura de que no se querrán perderse la aventura.
—El problema es que esto no es una aventura— protestó Lug.
—Estamos perdiendo precioso tiempo discutiendo— dijo Ana, poniéndose de pie y acomodando sus armas.
—Es verdad— concedió Dana, poniéndose también de pie y comprobando el puñal oculto en su bota. Luego se volvió a Lug:
—Si quieres, puedes quedarte a cuidar a los prisioneros, y nosotros iremos con Govannon hasta la cúpula.
—De acuerdo, de acuerdo, vamos— dijo Lug, levantando los brazos.
Govannon rió divertido:
—Es más fácil dominar a una horda de fomores que a estas tres.
—Es parte de su encanto— sonrió Lug.
Fue Llewelyn el que los guió hasta la cúpula sin titubear. Parecía recordar exactamente el camino. Dana observaba complacida cómo Llewelyn y Augusto tomaban la delantera, entusiasmados, eligiendo los senderos más convenientes, saltando sobre las raíces de los árboles, subiendo y bajando entre risas por las formaciones rocosas que se hacían cada vez más profusas en el camino.
—Nunca lo había visto así— le dijo Dana a Lug—. Nunca me di cuenta de que necesitaba amigos de su edad.
—Es increíble lo cambiado que está— asintió Lug—. Me alegra que él y Augusto se hayan conocido.
—Me alegro de que cosas buenas salgan de todo esto— sonrió Dana.
—¿Falta mucho?— preguntó Govannon.
—No, creo que ya estamos cerca— respondió Lug—. Te agradezco en verdad que nos ayudes con esto. Te prometo que te ayudaré a recuperar tu hogar.
—¿Cómo está el palacio? Seguro que esos malditos fomores estropearon todos mis jardines.
—Humberto lo mantuvo todo en excelente estado, pero no sé cómo estarán las cosas después de que los soldados de Dresden entraron por arriba y por los túneles, masacrando todo a su paso.
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Editado: 12.10.2019