La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

QUINTA PARTE: Reunidos - CAPÍTULO 86

—¿Qué piensas?— le preguntó Lug a Govannon.

El rostro de Govannon estaba pálido, su mirada entre fascinada y horrorizada. Lug y Govannon eran los que estaban más cerca del campo energético de la cúpula. Lug sentía que los vellos de los brazos se le erizaban y le corrían escalofríos por la espalda. Las tres mujeres y los dos muchachos estaban parados más atrás y a un costado de Lug por órdenes de éste.

—Lug, esto es serio, esto es muy serio— murmuró Govannon con la voz temblorosa.

—¿Sabes de qué se trata? ¿Quién puede estar detrás de esto?

Govannon asintió gravemente.

—Tenemos que hablar…— dijo Govannon. Paseó la mirada por los demás miembros de la partida y luego la volvió a posar en Lug: —A solas —, agregó.

Lug asintió.

—Dana— la llamó Lug—. Cuida de que nadie se acerque a la cúpula. Gov y yo volveremos en un momento.

Dana estuvo a punto de protestar, pero Lug no le dio tiempo y desapareció con Govannon tras unas formaciones rocosas.

—Te escucho— dijo Lug, serio.

Govannon lanzó un largo suspiro y comenzó:

—Solo una persona puede haber creado semejante aberración: mi hermano Avannon.

—¿Tienes un hermano?— preguntó Lug, asombrado.

—Tengo dos, el otro se llama Alaris.

—¿Y qué te hace pensar que fue Avannon y no Alaris?

—Sus temperamentos son muy diferentes. Además, Avannon tiene un instrumento que le permitió construir esta monstruosidad.

—¿Un Anguinen?

—No. Será mejor que te explique las cosas desde el principio…

Lug asintió y se sentó en una roca.

—Mis hermanos y yo nacimos en el sur y vivimos muchos años aquí. Desde temprana edad, comenzamos a desarrollar habilidades para manejar la energía y la materia, que en realidad no es más que la misma cosa. Alaris desarrolló la habilidad de manejar energías de seres vivos. Emocionado ante su poder, salió al mundo a gritarlo a los cuatro vientos. Alaris ayudó a mucha gente, animales, plantas… En su juventud, pensaba que podía arreglar el mundo entero por sí mismo. Pero no puedes arreglar un mundo que no quiere ser arreglado. Desilusionado, debió huir de la civilización a refugiarse en algún lugar remoto. Su nombre fue grande alguna vez, pero ahora todos lo han olvidado, y para él es mejor así. Yo soy el más joven de los tres, y por lo tanto, alcancé a ver y a aprender de los errores de Alaris. Mantuve mi habilidad en secreto, camuflándola lo más posible. Mi habilidad es, como ya sabes, la alquimia de la materia. Trabajo con las vibraciones más densas de la energía y moldeo la materia a mi antojo. Alaris fue usado y perseguido, yo no quería que me pasara lo mismo. Construí mi hermoso palacio en medio de un pantano donde nadie se aventuraba y pensé que podría vivir allí en paz, sin ser molestado. Pero entonces, Avannon llegó hasta mi puerta y me hizo una proposición: usar nuestras habilidades conjuntamente para adueñarnos del mundo.

—¿Cuál es la habilidad de Avannon?

—Avannon maneja frecuencias más sutiles de energía. Puede tomar la energía universal, compactarla, manejarla, proyectarla, pero no puede densificarla hasta formar materia sólida. Por eso me necesitaba. Sin elementos materiales, sus campos electromagnéticos no eran más que meros trucos de feria. Cuando éramos pequeños, se divertía electrocutando a los animales del bosque que Alaris había sanado… Su enfoque de vida siempre fue destructivo. No tenía la constancia ni la disciplina para desarrollar su propio poder como lo hicimos Alaris y yo. Entonces, solo le quedaba aliarse con alguien para usarlo para sus fines.

—¿Cómo respondiste a su propuesta?

—Huí. No encontré otra solución. Sabía que Avannon no se detendría hasta forzarme a participar en sus nefastos planes de dominación. Huí al norte. Me escondí en las montañas de Aros. Me enterré en vida en el corazón de la tierra, jugando con las rocas, armando mi propio palacio otra vez, bajo tierra. Y un día… un día olvidé mi origen. Era como si siempre hubiese vivido en la montaña, como si todo el sur no existiera ya en mi mente. Había días en que me despertaba sobresaltado de sueños extraños, de recuerdos que no entendía, que no podía concebir.

—Cormac…— murmuró Lug para sí.




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