La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Usurpadores - CAPÍTULO 95

Los tres estuvieron en silencio por un largo, largo rato. Finalmente, fue Randall el que animó a Frido a seguir con el relato:

—¿Qué pasó después?

—Había tanta sangre…— murmuró Frido, ensimismado, mirando su taza de té—. Creo que también me desmayé. Cuando volví en mí, no había rastros del secuestrador o de Akir o de los caballos. Solo el pie estaba allí, en un charco negro de sangre semiabsorbida por la tierra, horrible recordatorio de la atrocidad perpetrada por aquel maldito. Yo seguía atado al árbol. Forcejeé por horas con mis ataduras hasta que logré liberarme. Con mis manos ensangrentadas por las heridas del roce de las sogas y llorando sin parar, hice un hueco en la tierra y enterré el pie. Sabía que tenía que buscar a Zenir, así que comencé a caminar por el bosque. Pero no tenía idea de donde estaba, y pronto llegó la noche. Caminé sin rumbo por un largo tiempo hasta que mi débil cuerpo sucumbió a la fatiga y caí entre los enormes árboles en medio de la noche. Desperté al otro día, aun famélico y deshidratado; nuestro captor no nos había dado ni alimento ni agua por días. Me dolía todo el cuerpo, pero la desesperación de encontrar a Zenir me empujaba a seguir caminando y caminando, aunque no sabía hacia dónde iba. Estaba tan exhausto que no podía pensar con claridad. No sé cuánto tiempo pasó. Solo caminaba, caía, caminaba… creo que perdí el sentido varias veces. En un momento dado, encontré un arroyuelo y bebí desesperado. Encontré algunas frutas y recuperé un poco las fuerzas y la claridad mental. Aun seguía perdido, pero al menos, comencé a caminar siempre hacia el norte, buscando las sierras. Hace apenas unas horas, llegué a este claro y vi el sendero. Lo seguí y encontré la cabaña. ¡No se imaginan mi alivio al verla! Pero mi alivio se disipó al comprobar que ni Lug ni su familia estaban en ella. Todo tenía el aspecto de haber estado vacío por mucho tiempo. Vi la carta bajo la roca en la mesa y rompí el sello para leerla, pero estaba en un idioma desconocido para mí. Luego escuché ruidos en el bosque, ruidos metálicos, murmullos… Me asusté y me escondí en el patio trasero, donde ustedes me encontraron.

—¿Sabes algo de Ana?— le preguntó Randall.

—¿Ana? Lo último que supe fue que estaba durmiendo en la habitación de Akir. ¿Por qué? ¿También fue secuestrada?— preguntó Frido con preocupación.

—No, Ana fue tras ustedes dos montando a Luar— aclaró Randall—. Supongo que no te cruzaste con ella…

Frido sacudió negativamente la cabeza:

—No, lo siento.

—¿Sabes alguna otra cosa? ¿Mencionó el secuestrador algún nombre? ¿Hubo algo en él que te llamara la atención?— lo interrogó Randall.

—Como ya dije, no vi su rostro—. Frido pensó un momento, y luego agregó: —Pero creo que Akir sí lo reconoció. La primera noche, cuando estuvo consciente mientras yo estaba con la bolsa en la cabeza, atado al árbol, escuché que le decía que sabía quién era, y que si buscaba a su madre había llegado demasiado tarde porque ella estaba muerta.

Aquellas palabras trajeron a Zenir a la realidad de golpe. Había estado ensimismado, nadando en su propio mundo de angustia.

—¿El secuestrador buscaba a Ema?— le preguntó Zenir a Frido con urgencia.

—No lo sé, nunca contestó a las acusaciones de Akir.

—¿Sabes quién puede ser?— le preguntó Randall a Zenir.

—Cuando Akir era un bebé, Ema huyó de Polaros porque un desconocido estaba buscándola, alguien que trabajaba para Bress. Tal vez es el mismo desconocido.

—Pero Bress está muerto— comentó Randall.

—Un sicario puede fácilmente vender sus servicios a otros.

—¿Pero a quién? Lug se deshizo de todos los Antiguos y hasta de Wonur. ¿Quién podría contratar a este asesino? ¿Y por qué buscarte a ti?

—No tengo idea— se encogió de hombros Zenir.

—¿Crees que el que tiene a Lug prisionero es el mismo hombre?

—¿Lug está prisionero?— interpuso Frido con los ojos abiertos como platos.

—Eso es lo que dice la carta cuyo sello rompiste, Frido— le dijo Randall.

—Pero, ¿cómo es posible? ¿Qué pasó? ¿Se llevaron a Dana también? ¿Y Llewelyn?— se sucedieron las preguntas de Frido.




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