—Manos en la espalda— le ordenó Lug a Humberto, mientras se acercaba con una soga.
—¿Es esto realmente necesario?— se quejó Humberto.
—Sabes bien que sí— le respondió Lug, mientras anudaba la soga alrededor de sus manos y luego ataba el otro extremo al tronco de un árbol cercano.
Mientras Lug inmovilizaba a Humberto, Ana se ocupó de buscar ramas para iniciar una fogata, y Dana buscó en su mochila los elementos para cocinar la cena. La noche se cernía ya sobre ellos, y habían decidido acampar en vez de seguir camino. Según Humberto, el castillo de Tiresias estaba ya a pocos kilómetros, y si salían temprano en la mañana, llegarían apenas entrada la tarde.
—En serio, Lug— siguió protestando Humberto—. ¿A dónde escaparía? Mi morada ha sido ocupada por Dresden…
—La morada de Govannon, querrás decir— lo corrigió Lug.
—Como sea. ¿A dónde iría? Vianney me pondría en una celda, y mostrar mi cara en Colportor sería una sentencia de muerte.
—En verdad te las has arreglado para que todos te odien, debe ser un don. Tal vez sea parte de una habilidad secreta que tienes y desconoces— le replicó Lug con tono sarcástico.
—En este momento, el único con el que me siento a salvo es contigo. No tengo ninguna intención de separarme de ti— le confesó Humberto.
—Si no fueras un mentiroso patológico, tus palabras me enternecerían, pero no soy tan ingenuo como para no darme cuenta de que si te quedas conmigo es solo para tratar de usarme para tu beneficio. Así que, tanto si tus intenciones son quedarte como huir, esta noche dormirás atado a un árbol.
—¿Es esta tu venganza por lo del grillete en tu tobillo?
—Interprétalo como quieras, me tiene sin cuidado.
Lug se acercó a la fogata para calentarse.
—Esto estará listo en unos minutos— anunció Dana, revolviendo una pequeña olla sobre el fuego.
—Huele bien— aprobó Lug.
Humberto se sentó en el suelo, maldiciendo por lo bajo. La soga que lo mantenía sujeto al árbol no le permitía acercarse a menos de tres metros de la fogata que los demás disfrutaban.
Después de unos momentos, Ana le alcanzó a Dana unos cuencos, y ésta sirvió la comida y repartió los humeantes recipientes entre los tres.
—¿Tampoco merezco cena?— reclamó Humberto desde su árbol.
Lug suspiró. Ya habían venido pasando por esto todo el camino.
—Si estás listo para decirme quién es la entidad que está poseyendo a Llewelyn, yo mismo te daré de comer en la boca— le dijo Lug.
—¿Y despedirme de mi boleto de salida de todo esto? ¡Claro que no!— farfulló el otro.
—Como quieras— se encogió de hombros Lug—. Entonces puedes irte a dormir sin cenar, como un niño caprichoso.
Resoplando disgustado, Humberto trató de acomodarse en el incómodo suelo húmedo.
—¿Ni siquiera vas a darme una manta?— le reprochó a Lug.
—Si deseas privilegios, ya sabes lo que quiero— le respondió Lug fríamente.
—¿Cómo puedes tratarme así? Yo te di una buena cama y buena comida, no te maltraté así.
—Si quisiera replicar el trato que recibí de ti— le dijo Lug—, necesitaría conseguir dos enormes fomores que te apalearan sin piedad, ¿te gustaría eso?
—Eso fue solo porque me atacaste, Lug, fue para mi protección. Yo no te he atacado para merecer…
—Ya basta, Humberto— lo cortó Lug—. Si escucho otra palabra de tu boca que no sea el nombre de la entidad que tiene sometido a mi hijo, dormirás amordazado.
Humberto apretó los dientes y no dijo nada más.
—Es exasperante— comentó Dana—. No sé cómo lo soportas.
—Son solo juegos— se encogió de hombros Lug.
Ana se acercó a su oído y le murmuró:
—Si quieres que lo haga hablar…
—No te molestes, Ana— le respondió él—. En realidad no creo que Humberto sepa a ciencia cierta quién es la entidad. Es posible que tenga alguna sospecha, pero nada más.
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Editado: 12.10.2019