Llewelyn dio un grito y cayó al suelo. Avannon entró en la habitación y corrió hacia él.
—¿Estás bien?— le preguntó con preocupación.
Pero el muchacho no pudo contestarle pues su cuerpo comenzó a convulsionar violentamente.
—¿Me escuchas?— le gritaba Avannon, pero era imposible para el otro articular palabra.
Avannon se arrodilló junto a él y lo abrazó como pudo para evitar que se golpeara la cabeza. Vio que el muchacho se ahogaba y lo puso de costado, pero las convulsiones no paraban.
—¿Qué hago? ¡Dime qué hago!— le gritó Avannon, desesperado.
La respiración del muchacho se hacía cada vez más difícil.
De repente, Avannon vio que el anillo ya no estaba en el dedo de él.
—¡El anillo! ¿Dónde está el anillo?— gritó, pero cualquier tipo de respuesta era imposible—. ¡Maldito niño estúpido! ¡Qué has hecho!
Avannon puso una manta debajo de la cabeza de Llewelyn y lo dejó convulsionando en el suelo, mientras se ponía a buscar frenéticamente el anillo por toda la habitación. Lo encontró tirado en un rincón, debajo de la cama. Lo recogió rápidamente y corrió a ponerlo en el dedo de Llewelyn. Las sacudidas comenzaron a disminuir casi de inmediato, y vio que el muchacho comenzaba a respirar con más facilidad. La mirada vidriosa y perdida comenzó a aclararse, y pronto pudo enfocar el rostro preocupado de Avannon.
—Eso estuvo cerca— murmuró el muchacho con la voz pastosa.
—¿Estás bien?
—Ahora sí— respondió el otro, tratando de levantarse.
—Despacio, con cuidado— lo ayudó Avannon, sosteniéndolo por la cintura hasta llegar a la cama—. Recuéstate. Eso es.
—Agua...
Avannon tomó un vaso que estaba sobre una pequeña mesa junto a la cama y lo llenó con agua de una jarra, apoyándoselo luego en los labios. El muchacho bebió de a pequeños sorbos.
—¿Qué pasó?— le preguntó Avannon.
—He estado luchando con él constantemente. No me he descuidado ni un segundo. Pero algo pasó anoche, algo que de alguna manera reforzó su determinación. Esta mañana, sentí que mi brazo derecho se adormecía, que no podía moverlo bien. No le di mucha importancia, pero debí hacerlo. Llewelyn tomó el control del brazo y la mano por un momento, solo un momento, pero fue suficiente para que alcanzara a arrancar el anillo de la otra mano y lo arrojara lejos.
—¿Cómo podemos hacer para que esto no vuelva a suceder?
—No te preocupes, no volveré a descuidarme. Además, no creo que intente deshacerse del anillo otra vez: ahora entiende bien lo que pasa si lo hace. De todas formas, necesitamos hacer el traspaso lo antes posible. ¿Alguna noticia de Cathbad?
—Nada todavía.
—Si está en camino, deberías ir a interceptarlo y llevarlo a la cúpula para acelerar las cosas. No tenemos tiempo de esperar que venga hasta aquí.
—Muy bien, iremos al Cuarto Paso, entonces. Estoy seguro de que cruzará por ahí.
—No creo poder viajar en este momento. Este episodio de Llewelyn me dejó casi sin fuerzas, y las pocas que tengo, las necesito para mantenerlo dormido. Ve tú, yo descansaré hasta mañana y me uniré a ti en la cúpula.
—No quiero dejarte así, no tiene caso que me vaya solo. Tardarás al menos dos días en llegar hasta allá. Tiene más sentido si nos vamos los dos juntos directamente mañana.
—No, tú tardarás dos días, pero yo tardaré apenas segundos. Me transportaré allá con la habilidad de Llewelyn. Adelántate y te veré en dos días. Y asegúrate de llegar con Cathbad.
—¿Es seguro usar su habilidad? ¿No te quedarás sin fuerzas para poder controlarlo?
—Sí, como están las cosas, él podría avasallar mi control si me atrevo a usar su habilidad. Es por eso que me transportaré directo adentro de la cúpula. La energía del cristal es más que suficiente para volver a ponerlo bajo mi dominio por todo el tiempo que sea necesario hasta el traspaso.
—Igualmente no me gusta la idea de dejarte...
—Estaré bien. Solo deja un par de tus guardias en mi puerta para que nadie me moleste. Necesito dormir unas horas.
Avannon asintió, pero la idea siguió sin gustarle:
—Te veré en dos días, con Cathbad.
—Hasta entonces— trató de sonreír el otro desde la cama.
Avannon se retiró de la habitación. El muchacho cerró los ojos, suspirando. Estaba mucho más débil de lo que había dejado entrever a Avannon. No había sido del todo sincero con su co-conspirador; sabía perfectamente lo que había pasado la noche anterior, lo que llevó a Llewelyn a revelarse con tal furia que casi les cuesta la vida a los dos habitantes de ese cuerpo: su madre le había hablado. En los intentos de comunicación anteriores que su anfitrión forzado había tenido con su madre, había tenido la fuerza de voluntad de mantenerse cerrado al contacto para no permitir que la entidad invasora escuchara el mensaje. Pero esta vez, seguramente desgastado y desolado, había sucumbido y se había permitido al menos escuchar la voz de ella. Con la mente y el cuerpo encadenado, Llewelyn no tuvo la capacidad de poder responder, pero al menos, se deleitó con el dulce y alentador mensaje de su madre: ella y Lug estaban en camino hacia el castillo de Tiresias.
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Editado: 12.10.2019