Govannon emergió de la cúpula. Su rostro estaba lívido y apretaba el cristal contra su pecho con tal fuerza que sus nudillos estaban blancos.
—¿Estás bien?— le preguntó Juliana.
Govannon asintió con la cabeza, demasiado conmocionado para hablar. Las piernas se le aflojaron y Cormac lo socorrió enseguida, sosteniéndolo por la cintura.
—Ayúdame, Augusto— pidió Cormac.
El muchacho se acercó a Govannon y lo sostuvo por el otro lado. Entre los dos, lo ayudaron a caminar.
—¿Qué viste?— lo apremió Juliana.
—Dale un respiro— le pidió Cormac a Juliana.
—Lo siento, sí, por supuesto. Hablaremos al llegar a tu cueva— se disculpó la ansiosa mujer.
Govannon asintió y se dejó casi cargar hasta su morada.
Después de un buen rato, ya descansado y con té caliente en su estómago, Govannon apareció en el comedor, donde Juliana, Cormac y Augusto discutían sobre unos papeles con dibujos que estaban sobre la mesa.
—¿Estás mejor?— levantó la vista Juliana hacia él.
—Mejor, sí, gracias— respondió Govannon con una débil sonrisa.
Juliana le acercó una silla y Govannon se sentó.
—¿Qué puedes decirnos del interior de la cúpula?— lo interrogó Juliana.
—Todo está como Lug lo describió: el cristal al centro, sosteniendo la estructura de energía, y la muchacha en un estado de sueño a un costado. Es claro que el cristal comanda el portal.
—La cuestión es cómo— intervino Cormac.
—El cristal ha sido programado para trabajar de cierta manera determinada.
—¿Por su geometría específica?— preguntó Juliana.
—No exactamente, más bien, su geometría permite que pueda ser manipulado. Para manejarlo, es necesaria una llave, algo que pueda comunicarse con el cristal— explicó Govannon, apoyando el pequeño cristal que le había permitido entrar en la cúpula sobre la mesa—. Este cristal funciona para ese fin. Lo sé porque al acercarlo al otro, reaccionó de inmediato. El problema es que casi muero en el intento.
Todos permanecieron en silencio ante las palabras de Govannon. Fue Augusto el que finalmente habló:
—Es como una computadora.
Cormac y Govannon lo miraron sin comprender.
—¿Quieres explicarte?— le pidió Juliana.
—Una computadora tiene dos partes fundamentales: una es la unidad física, en este caso, el cristal de la cúpula, y la otra es la virtual, es decir, las instrucciones, los programas que la hacen funcionar de la manera deseada. La unidad física no es nada sin los programas, y los programas no son nada sin la unidad física. Funcionan en conjunto. Para poder programar a la unidad física, es necesario tener una interfaz, es decir, un elemento físico que permita la comunicación: eso sería el cristal pequeño. Para programar a esta computadora se necesitan dos cosas: primero, saber lo que se quiere hacer, y segundo, conocer el lenguaje para comunicarse con ella.
Juliana sonrió y empujó uno de los papeles con dibujos hacia Govannon.
—¿Qué se supone que es esto?— preguntó él.
—Lo que queremos hacer es viajar a nuestro mundo— comenzó ella, y luego, apoyando un dedo sobre los dibujos: —Y éste es el lenguaje.
Govannon estudió los incomprensibles dibujos.
—¿De dónde sacaste esto?
—De la cúpula que Lug construyó para volver al Círculo— respondió ella—. Mira estas líneas, representan el tiempo según la alineación de ciertos cuerpos astronómicos de nuestro mundo. Lug acomodó estos símbolos para forzar un portal a abrirse en un momento determinado.
—Podría funcionar— admitió Govannon, pensativo.
—Estos símbolos marcan el tiempo, pero estamos olvidando la variable del espacio— negó Cormac con la cabeza—. El portal por el que Lug entró tenía la conexión fija con el Círculo, pero esta cúpula no es fija, debe ser programada con el tiempo correcto, pero también con el lugar correcto. De otra forma, te estaremos enviando al tiempo exacto pero a un lugar aleatorio. El universo es demasiado grande para que desemboques en tu mundo por casualidad.
—Entonces, lo único que nos falta es un símbolo que identifique nuestro mundo— comentó Augusto.
—Podría ser cualquier cosa…— murmuró Govannon.
—¡Cormac!— exclamó Juliana de pronto—. Tú has visto los portales de Bress, ¿no es así?
—Algunos, sí— admitió Cormac—, pero no sé manejarlos, ese era territorio de Humberto.
Juliana le alcanzó un papel en blanco.
—Eso no importa. Usa tu prodigiosa memoria y dibújalos.
—¿Qué sentido tiene? No sabemos lo que significan.
—Trabajé con muchos símbolos con Lug en el otro mundo— explicó Juliana—. Estoy casi segura de poder reconocer los que lo representan si los veo.
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Editado: 12.10.2019