Ana parpadeó dos veces y le pareció que sus párpados tardaban una eternidad en bajar y subir. Abrió la boca para hablar, y sus labios se separaron con gran lentitud. El sonido de su voz sonó grave, distorsionado, sus palabras, ininteligibles. En contraste, percibió que las hojas de los árboles se movían frenéticas, aceleradas, y vio también que Humberto desaparecía por entre los árboles a una velocidad vertiginosamente imposible.
Sus oídos percibieron un sonido agudo, como una especie de zumbido. El sonido se repitió otra vez. Y otra vez. Vio que Lug estaba frente a ella. ¿En qué momento había llegado Lug a su lado? Se dio cuenta también de que el sonido agudo salía de sus labios. Le estaba hablando, pero sus palabras eran pronunciadas demasiado rápido para que ella pudiera entenderlas. Intentó decirle que no lo entendía, pero hasta sus pensamientos parecían aletargados y no podía encontrar las palabras adecuadas.
Finalmente, las cosas parecieron normalizarse y pudo entender:
—¡Ana! ¿Estás bien?— la estaba sacudiendo Lug por los hombros.
—¿Qué pasó?— articuló Ana con una voz ronca y extraña que casi no pudo reconocer como suya.
—Humberto te envolvió en una de sus burbujas temporales— le explicó Lug.
—Lo vi correr…—dijo Ana perpleja— se movía tan rápido… ¿Cómo…?
—Es su habilidad, maneja el tiempo. Te puso en un tiempo más lento para que no pudieras seguirlo.
—¿Quieres que vayamos tras él?— preguntó Dana a Lug.
—Nuestra prioridad es Akir. Nos encargaremos de Humberto después— declaró Lug.
Ana asintió su acuerdo, y los tres siguieron a Luar que los esperaba ansiosa al borde del bosque.
—No te preguntaré por qué lo liberaste— le dijo Lug a Ana al oído—. Pero espero que no sea porque has perdido la confianza en mí.
—Lug, yo…— intentó Ana.
—No es necesario que me expliques nada— la cortó él—, o que inventes excusas.
—Lo siento.
—No es cierto, así que no me vengas con eso— le respondió él, molesto.
—Por favor, no te enojes conmigo— le rogó ella.
—Es tarde para eso— le dijo él con frialdad.
Lug apuró el paso, dejando a Ana atrás, para transmitirle que ya no quería seguir con la conversación. Fue Dana la que se acercó a ella para averiguar lo que estaba pasando entre aquellos dos.
—¿Qué pasa? ¿Te culpa por la huída de Humberto?— le preguntó a Ana.
—Sí, y tiene razón— suspiró Ana.
—¿Lo dejaste ir a propósito?
Ana asintió, avergonzada.
—¿Por qué?— quiso saber Dana.
—Creí que hacía bien— se encogió de hombros Ana—. Ahora ya no estoy tan segura.
—¿De qué se trata todo esto?
Ana le explicó la teoría de Humberto sobre la identidad de la entidad que estaba ocupando el cuerpo de Llewelyn.
—¿Y Lug lo sabe?
—Sí.
—Ya veo. Ahora entiendo por qué ha estado tan irascible— comentó Dana.
—Humberto dijo que podía ayudar…— intentó explicar Ana.
—Humberto piensa que el juicio de Lug está nublado por sus emociones— comprendió Dana.
—Sí.
—Y tú también lo piensas.
Ana no contestó.
—El problema no es que Humberto y tú lo piensen— expresó Dana—. El problema es que Lug lo piensa también. Es por eso que está tan molesto.
—¿Qué?
—Ana, si Lug no estuviera carcomido por este dilema, me habría hablado del asunto. Pero no me ha dicho ni una sola palabra.
—¿Qué podemos hacer para ayudarlo?— preguntó Ana.
—Apoyarlo y ayudarlo a mantener claridad mental en esto. Para eso estamos junto a él, ¿no?
Ana asintió.
—Entonces ya deja de culparte— la animó Dana—. Lo que hiciste, lo hiciste pensando que era lo mejor.
—Desearía que Lug no estuviera enojado conmigo— suspiró Ana.
—Eso ya se le pasará. No pierdas el tiempo en angustiarte con eso. En este momento, necesitas estar enfocada en la tarea del rescate de tu hermano.
—¿Vienen?— les gritó Lug, impaciente, mientras trataba de contener a Luar que quería seguir avanzando con urgencia.
Ana y Dana asintieron y se acercaron a Lug. Él no les preguntó sobre qué habían estado hablando, solo se volvió hacia Luar y le dijo:
—Guíanos, amiga.
Luar los llevó trepando por un territorio rocoso e inhóspito hacia el oeste, hacia el mar. Después de un par de horas de escalar por las rocas, desembocaron en una cornisa de no más de treinta centímetros de ancho que bordeaba un abismo que daba al mar.
—Tal vez hubiera sido mejor ir por el frente del castillo— masculló Ana por lo bajo.
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Editado: 12.10.2019