La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Usurpadores - CAPÍTULO 106

—Lord Huber— anunció el sirviente, mientras abría las puertas del salón comedor principal del castillo, revelando a un cansado Tiresias, sentado a la mesa con una copa semi vacía de vino en la mano.

Humberto entró con paso solemne. Enseguida notó dos cosas: que Tiresias no estaba de humor, y que dos guardias estaban parados con ojos vigilantes a los lados de la enorme chimenea con el retrato de Madeleine en la parte superior.

—Mi señor duque— hizo una profunda reverencia Humberto.

—¿Para qué has venido hasta aquí, Huber? No estoy para intrigas del Concejo.

—Mi señor, me honra que se haya dignado a recibirme— comenzó Humberto, ignorando la hostilidad de Tiresias.

—Tus hipócritas muestras de respeto no me conmueven, solo significan que quieres algo de mí. ¿Qué es?

Humberto suspiró: Tiresias no se lo iba a hacer fácil. Decidió ir al grano.

—He venido a ver a lady Helga.

—¿Lady Helga?— repitió el otro, sorprendido—. Si mi mente senil no me engaña, lady Helga es la esposa del conde de Vianney. La estás buscando en el castillo equivocado.

—Tengo entendido que ella está aquí— porfió Humberto.

—¿De dónde sacaste esa idea?— lo cuestionó el duque.

Humberto notó que Tiresias lanzaba una mirada nerviosa de soslayo a los guardias que tenía tras de sí.

—Entonces, ¿no está aquí?

—Claro que no— aseguró el viejo.

—De ser así, lamento haberlo importunado— dijo Humberto, haciendo otra reverencia.

Humberto amagó a retirarse del salón, pero a medio camino se detuvo y se volvió hacia Tiresias.

—Mi señor duque, no quisiera crearle falsas esperanzas— dijo, sacando un arrugado papel de su bolsillo—. Pero en mi camino hacia aquí, al norte de las tierras del barón Filstin, a unos lugareños les pareció reconocer este retrato...—. Humberto le alcanzó el papel a Tiresias.

El duque trató de reprimir cualquier emoción al ver que el papel era el que contenía el retrato de su hija.

—El día está espléndido hoy, lord Huber. Me preguntaba si no querría dar un paseo por el patio principal del castillo conmigo. Mi viejo cuerpo necesita el ejercicio— el tono de Tiresias había cambiado completamente.

—Será un placer— sonrió Humberto.

Humberto tuvo que ayudar a Tiresias a bajar las escaleras que daban hasta el enorme patio interno. El patio estaba arreglado con macizos de flores y arbustos verdes que contrastaban con los paredones grises de la muralla. El sonido del mar se escuchaba tenuemente del otro lado, las olas rompiendo violentamente contra las rocas en el lado exterior del castillo.

Los guardias del comedor los siguieron hasta el patio, pero se quedaron en una de las galerías, mientras los dos hombres recorrían las veredas entre los canteros. Cada tanto, Tiresias se detenía ante algún macizo de flores, indicándolo con la mano, como si estuviera explicándole su procedencia a Humberto. Pero su conversación era de un tema muy diferente a las flores.

—En verdad debo hablar con Helga, y sé muy bien que está aquí, Tiresias— dijo Humberto, simulando oler una rosa.

—Helga está bajo mi protección. ¿Qué te hace pensar que te permitiré verla?

—Es ella la que me quiere ver a mí.

—Ni en tus sueños, Huber.

—Es cierto, ella me citó aquí. Si no me crees, ve y pregúntale.

—Mis movimientos en este castillo no son tan libres como solían ser— le replicó Tiresias.

—Sí— asintió Humberto—, ya noté que tus guardias no usan los uniformes de tu casa.

—Son gente de Overkin.

—¿Overkin tiene tu castillo tomado? ¿Cómo pasó eso?

—No lo tiene tomado oficialmente, pero para todos los efectos prácticos, soy un huésped bajo vigilancia en mi propia casa. En cuanto a cómo pasó... Overkin y yo tenemos ciertos arreglos...

—Pero Overkin se está extralimitando— concluyó Humberto.

—No hay mucho que pueda hacer por el momento— admitió Tiresias con un suspiro—. Incluso mis propios guardias ya no son confiables; muchos de ellos han sido comprados por Overkin. A estas alturas, ya no sé quiénes me son leales todavía.

—¿Y Helga? ¿Dónde la tienes?

—Escondida de Overkin, y por supuesto, escondida de ti también. No creo ni una palabra de tu historia de que ella te citó aquí.

—Y sin embargo, es cierto. Si se lo preguntas, ella lo confirmará.

—Vianney te detesta, y por extensión, seguramente que su esposa también. Si tus intenciones son dañar a Vianney por medio de ella...

—No se trata de eso, Tiresias, sino del espía que está en tus mazmorras— le soltó Humberto.

Tiresias se detuvo en seco.

—¿Qué sabes tú de eso?— preguntó con recelo.

—Sé que no te simpatizo, pero créeme, Overkin es más enemigo mío que tuyo, y ya sabes lo que dicen: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. He venido hasta ti como aliado, y en tu posición, yo escucharía mi propuesta.




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