La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Usurpadores - CAPÍTULO 107

Humberto caminaba de un extremo a otro de la habitación como un animal enjaulado. Tiresias les había dicho a los guardias que él se quedaría a pasar la noche, y ellos le habían asignado esta habitación, recomendándole firmemente que no saliera de ella hasta la cena. Humberto esperaba que Tiresias estuviera gestionando su encuentro con Solana, pero no estaba muy seguro de que el viejo pudiera engañar a los guardias de Overkin.

Su frenético ir y venir se vio interrumpido por unos golpes en la puerta. Humberto se detuvo en seco y fue hasta la puerta. Al abrirla, una sirvienta entró con una bandeja y la apoyó sobre una mesa.

—Gracias— murmuró Humberto con la cabeza en otra cosa.

—Debemos hacer esto rápido o los guardias sospecharán— dijo ella.

Humberto no comprendió de qué estaba hablando.

—Akir está aquí, tal como dijiste, Humberto— dijo ella.

Él la observó detenidamente, totalmente desconcertado. De pronto, la reconoció:

—¿Solana?

—Bueno, si hasta tú tienes problemas para reconocerme significa que el disfraz funciona bien.

—¿Esta es la idea de Tiresias sobre esconderte de Overkin? ¿Emplearte en las cocinas?

—Una idea brillante. Este disfraz me da libertad para moverme por todo el castillo sin levantar sospechas. Puedo meterme por todos lados, excepto en el ala norte que Overkin mantiene sellada para toda la gente de Tiresias.

—¿Qué hay en el ala norte?

—Algunas habitaciones, uno de los accesos a las caballerizas y el único acceso a las mazmorras.

—¿Cuándo pasó esto? ¿Cuándo tomó Overkin control del castillo?

—Un par de días después de mi llegada. Alcancé a tomar contacto con Akir y descubrí que Overkin lo secuestró para atraer a Cathbad. Necesitan a Cathbad para hacer la transferencia. Pero Overkin no sabe que atrajo a Ana en vez de a Cathbad.

—Que Ana haya cruzado la cordillera no significa que Cathbad no esté de camino también— comentó Humberto.

—Eso es posible— admitió Solana—, pero hay algo más, algo que hace que la llegada de Cathbad carezca de importancia.

—¿A qué te refieres?

—La Perla está aquí, Humberto.

—¿Qué?

—Yo la vi con mis propios ojos.

—¿Dónde?

—En el dedo de un muchachito que apareció en el castillo de la nada.

—¿Estás segura?

—Totalmente.

—¿Dónde está el chico?

—En el ala norte, por supuesto. Los guardias le hacen reverencias y el propio Overkin parece estar siguiendo sus órdenes. No sé cómo logró hacerse con el cuerpo del joven, pero ahora que sabemos dónde está, todo lo que tenemos que hacer es…

—¡No!— la cortó Humberto.

—¿No? Pero ese era el plan. Si matamos al chico, su conciencia se perderá con él.

—Eso no lo sabes de seguro. La conciencia podría volver a la Perla— argumentó Humberto.

—¿Qué te pasa? Creí que querías esto tanto como yo.

—El chico usurpado es Llewelyn, el hijo de Lug.

—¿Qué está haciendo el hijo de Lug en el sur?

—¿Tú qué crees? ¡Lo trajo el la Perla!

—Eso no cambia las cosas.

—¡Sí las cambia! Si tus intenciones son conservar la cabeza de ese cuerpo en el que habitas, te recomiendo que no toques al chico.

—¿Crees que le tengo miedo a este supuesto Señor de la Luz?

—Si mal no recuerdo, la última vez, tú misma lo llamaste ángel vengador. Decapitó a su propio padre porque creyó que había matado a su novia. ¿Qué crees que te hará a ti si matas a su hijo?

—No tiene por qué enterarse de que fuimos nosotros. Podemos culpar a Overkin o a Dresden.

—No seas necia, Lug puede leer las mentes y percibir personas a la distancia. ¿Crees que habrá algún lugar en todo el Círculo donde puedas esconderte de él?

—Lo que creo es que el que está muerto de miedo aquí eres tú— le replicó ella con desdén.

—No es miedo, es prudencia— protestó el otro.

—Es lo mismo, Humberto. Siempre has sido un maldito cobarde.

—Si fuera un cobarde, como dices, no estaría aquí, habría aprovechado mi escape de la custodia de Lug y habría desaparecido del mapa.

—Tal vez estás aquí porque me temes más a mí que a Lug— opinó ella.

—Piensa lo que quieras, Solana.

—Si te asusta tanto este asunto, no tengo problemas en ser yo misma la que le clave el puñal, pero necesito ayuda para penetrar el ala norte.

—Te tengo otra propuesta menos peligrosa para nuestra salud— expuso Humberto.

—Te escucho.

—Dejamos que todo siga su curso, que Cathbad llegue hasta aquí, que hagan la transferencia…

—¡¿Estás totalmente loco?!— le gritó Solana.




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