La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Usurpadores - CAPÍTULO 108

—¿Estás listo?— preguntó Dana.

—Un segundo— pidió Lug, mientras reacomodaba las rejas de la ventana de la celda para que no se notara que había sido arrancada—. Listo— anunció después de un momento—, hazlo.

Dana se acercó a la puerta de la celda y gritó con todas sus fuerzas:

—¡Hey! ¡El prisionero se escapa! ¡Rápido!

Los dos guardias que custodiaban la celda, desconcertados al oír los gritos de una mujer, se apresuraron a abrir la puerta. Cuando entraron atolondradamente, encontraron a Dana, plácidamente sentada en el camastro.

—¿Qué…?— comenzó uno de los guardias, pero eso fue todo lo que pudo articular antes de que Lug, escondido tras la puerta, los desmayara a los dos.

Dana y Lug salieron a un pasillo oscuro y húmedo.

—¿Para dónde?— preguntó Dana.

—Hacia arriba— señaló Lug unas escaleras.

Los dos comenzaron a subir, mientras Lug se mantenía atento a percibir patrones de guardias. Llegaron a otra puerta en la parte superior de las escaleras. Lug desmayó a cuatro guardias más y se internaron en una galería bastante espaciosa, flanqueada por numerosas habitaciones.

—¿Crees que Llew esté en una de estas habitaciones?— preguntó Dana.

—Shshshsh— levantó una mano Lug, deteniéndose en seco.

—¿Qué es?— le murmuró ella al oído.

Lug sacudió la cabeza, desconcertado:

—No estoy seguro…

Acto seguido, comprobó que una de las habitaciones estaba vacía, abrió la puerta y empujó a Dana adentro.

—Ocúltate aquí y vigila— le dijo.

Dana asintió. Lug volvió a la galería mientras Dana se quedaba apoyada del lado interno de la puerta de la habitación, con una rendija apenas abierta para poder observar la galería.

Lug había percibido que una persona se acercaba, pero los patrones no correspondían a lo que se esperaría de una mente humana. Intrigado, esperó en medio de la galería, la espada desenvainada en alto… Cuando vio de quién se trataba, bajó la espada:

—¿Helga?— inquirió con asombro.

—Hola, Lug, qué suerte que te encuentro.

—¿Qué…?

—Lug, no tenemos mucho tiempo, los guardias de Overkin están por todos lados. Tengo que revelarte algo muy importante…

Y luego todo ocurrió en un segundo. Lug alcanzó a ver a su hijo venir corriendo por la galería, por detrás de Helga, con la espada en su brazo extendido hacia el frente. No tuvo tiempo de nada. Cuando pudo reaccionar ya era tarde. Vio los ojos de Helga abrirse desorbitados. Escuchó un gemido apagado escapar de sus labios. Y luego la vio caer de rodillas frente a él, la hoja de la espada sobresaliendo de su pecho. Helga abrió la boca en un intento desesperado por revelar su mensaje, pero de ella solo escapó un suspiro agónico, antes de que se desplomara del todo.

—¡Llew! ¡Qué has hecho!— musitó Lug cuando se recobró del shock.

—Salvarte la vida— le dijo el muchacho—. Ella iba a matarte.

Con extraordinaria frialdad, Llewelyn tiró de la espada para desencajarla del torso del cadáver, la limpió en la falda del vestido de Solana y la envainó.

—No, no, no…— negó Lug con la cabeza.

—Me alegro de que al fin nos hayamos encontrado, Lug— dijo el chico con una sonrisa.

—¿Llew?— lo llamó Dana que había salido de su escondite.

El joven desenvainó la espada de golpe y la apoyó en el cuello de Dana.

—¿Cuál de las dos eres?— le espetó.

—¿Qué?— pestañeó ella sin comprender—. Llew, soy yo, ¿no me reconoces?

—Responde a la pregunta— le gruñó él—. ¿Cuál de las dos hermanas eres?

—¡Llew! ¡Saca la espada del cuello de tu madre en este instante!— le gritó Lug.

—No hasta que no me diga su nombre— respondió él, y luego a Dana—. ¿Quién eres?

—Soy Dana, tu madre— le respondió ella con lágrimas en los ojos.

—¿Es eso cierto?— le preguntó a Lug.

—Sí— le confirmó Lug.

—¿Qué pasó con la otra? ¿Dónde está?

—¿Cómo sabes que Dana tenía una hermana? Nunca te hablamos de ella— lo cuestionó Lug.

—¿Dónde está Murna, Lug?— volvió a preguntar él.

—Muerta— respondió Lug.

El chico bajó la espada.

—Nuada escuchó mis consejos— murmuró él, satisfecho.

—No, fue Bress el que la mató— le aclaró Lug—. ¿Quién eres?

—Tenemos mucho de qué hablar, Lug— le respondió él, haciendo caso omiso de su pregunta.

El chico se arrodilló junto al cuerpo sin vida de Solana:




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