Dana avanzaba por delante y Lug la seguía de cerca, apoyando cada pie con cuidado por la estrecha cornisa de roca. No habían tenido problemas para escapar del castillo, Lug solo tuvo que desmayar trece guardias y dos sirvientes de camino a las mazmorras. Para cuando los demás descubrieran la ruta de escape e intentaran seguirlos, sería muy tarde, pues ya habrían alcanzado el bosque.
Lug caminaba ensimismado, sus pensamientos llenos de preocupación. Aunque su madre le había contado una historia que revelaba una personalidad retorcida y un comportamiento más psicópata que el de Bress, su enojo con ella se derivaba principalmente del hecho de que había usurpado a Llewelyn. Mientras tuviera a Llewelyn cautivo y bajo su control, Lug no tenía dudas de que merecía la destrucción para lograr la liberación de su hijo. Pero si cumplía su promesa y dejaba a Llew… ¿Tendría todavía la motivación necesaria para ajusticiarla? ¿Debería recibir algún otro castigo por sus crímenes que no fuera la muerte? ¿Estar pudriéndose por el resto de sus días en una celda oscura y húmeda con el cuerpo de Madeleine, por ejemplo? No, eso era peor que la muerte, Lug lo sabía por experiencia propia y no tenía el corazón para hacerle eso a nadie.
¡Cómo hubiera deseado quedarse con aquella imagen idílica de Marga que le había mostrado Cormac en la playa hacía más de quince años! Tal vez Cormac pudiera hacerle ese favor: borrar estos recuerdos horrendos de la entrevista con su madre en el cuerpo de Llewelyn. Pero eso solo era escapar de la realidad, escapar de la terrible verdad que debía enfrentar aunque no le gustara. Tenía que encontrar la forma de resolver esto, no de olvidarlo.
Distraído con todos estos pensamientos, Lug apoyó el pie en un guijarro suelto y resbaló. Por puro milagro, sus manos, raspadas por los manotazos que dio a las rocas, quedaron sostenidas de una saliente a unos dos metros por debajo de la cornisa, su cuerpo colgando por sobre el abismo que daba al mar.
—¡Dana!— gritó Lug.
El viento marino lo mecía peligrosamente. Lug miró hacia abajo y vio las olas rompiendo estrepitosamente contra puntiagudas rocas. Si caía, quedaría empalado en aquellas filosas piedras.
—¡Dana!— la llamó más fuerte.
¿Dónde estaba ella? Solo iba a menos de un metro delante de él, no era posible que no lo escuchara, que no lo hubiera visto resbalar.
—¡Dana! ¡Ayúdame!— gritó con todas sus fuerzas.
Después de lo que a Lug le parecieron siglos, una sombra apareció en la cornisa, moviéndose hacia él.
—¡Dana!
Pero cuando se asomó, Lug vio que no era Dana, era un viejo con el cabello largo y blanco y con una espesa barba. ¿Quién…? No había tiempo para preguntas.
—¡Por favor! ¡Ayúdeme!— le rogó Lug.
—Por supuesto— dijo el desconocido con una sonrisa amable. El viejo inspiró profundamente, como deleitándose con el aire marino y dijo con voz suave: —Cierra los ojos.
—¿Qué?— replicó Lug sin comprender. ¿Aquel hombre no veía la urgencia de la situación?
—Cierra los ojos y respira profundo— le dijo el viejo con una voz casi hipnótica.
Viejo loco, pensó Lug, ¿no ve que estoy a punto de caer por un acantilado?
—Por favor…— reiteró Lug su pedido—. ¡Por favor, ayúdeme!
—Eso estoy haciendo— protestó el viejo, contrariado.
—No, escúcheme, busque una soga, ayúdeme a subir— le explicó Lug.
—Eso no es necesario, si haces lo que te digo…
—¡No!— exclamó Lug, al borde de sus fuerzas. Las manos le sangraban, heridas por el filo de la saliente de la que apenas podía sujetarse ya—. Por favor, no sé cuánto tiempo más pueda sostenerme… necesito que busque una soga.
—Lo que necesitas es confiar en que te estoy tratando de ayudar— lo contradijo el viejo.
—De acuerdo, de acuerdo— decidió darle el gusto Lug—. Cerraré los ojos y respiraré hondo, lo que diga, pero por favor, busque una soga.
El viejo sonrió de nuevo y miró a Lug, expectante. Lug maldijo por lo bajo y cerró los ojos como el viejo le pedía. El viejo lo observó, complacido.
—Invoca tu centro de calma— le dijo el viejo suavemente.
¿En serio? ¿El viejo pretendía que hiciera una meditación guiada mientras colgaba de un abismo? Esto era demasiado.
—¡Dana!— volvió a intentar llamarla Lug.
—Si quieres vivir, haz lo que te digo— lo reprendió el viejo.
—Todo lo que necesito es una soga— le respondió Lug.
—No seas necio, todo lo que necesitas es a ti mismo. Déjame mostrártelo. Haz lo que te digo— insistió el viejo—. ¿Qué tienes que perder?
Lug miró hacia abajo. ¿Qué tenía que perder? ¡Maldito viejo demente! ¿Era posible que no entendiera que Lug estaba a punto de morir encasquetado en las rocas?
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Editado: 12.10.2019