—Son solo cuatro— le murmuró Randall a Zenir desde su caballo.
El anciano Sanador cabalgaba sobre Kelor junto a Randall, quien llevaba las riendas del unicornio en la mano. Zenir tenía las manos atadas al frente y una bolsa de tela negra cubriendo su cabeza.
—¿Estás seguro?— la voz de Zenir se escuchó amortiguada por la bolsa.
—Razonablemente— le respondió el otro, volviendo a echar una mirada a los cuatro guardias que habían salido de la pequeña casilla de madera al verlos acercarse.
—Sigo pensando que la bolsa en la cabeza es demasiado— protestó Zenir.
—¿Quieres verte como un prisionero o no?— lo cuestionó Randall.
Zenir solo lanzó un gruñido.
—Será mejor que guardes silencio— lo urgió el capitán de Aros—, ya estamos cerca.
Randall intentó su mejor sonrisa y saludó a los guardias con la mano. En respuesta, los soldados le apuntaron con lanzas y flechas.
—¡Hey! ¡Tranquilos!— trató de apaciguarlos Randall, levantando las manos en señal de rendición—. Traigo al viejo que quiere el jefe.
Uno de los guardias se acercó a Zenir y le arrancó bruscamente la bolsa de la cabeza.
—Cuidado, viejo— le advirtió Randall—. Las órdenes son entregarlo intacto.
—¿De qué guarnición eres? Tu acento es extraño— lo cuestionó otro de los guardias que parecía ser el jefe del destacamento.
—Es el acento montañés— dijo Randall—. He tratado de suavizarlo para no parecer un maldito extranjero, pero parece que me brota del alma sin que pueda hacer nada al respecto— rió.
—¿Overkin te reclutó de las tierras de Kerredas?
—Así es— afirmó Randall, aunque no tenía ni la menor idea de qué o quién era Kerredas.
—¿Por qué viniste por aquí? Tu gente está en el Primer Paso.
—¿Crees que no hubiera deseado reencontrarme con mis camaradas del Primer Paso? ¡Ah, no sabes cuánto extraño a mi gente! ¡Especialmente a mi esposa! Pero las órdenes fueron traer al viejo por el Cuarto. Ya saben que no es conveniente contrariar al jefe, ¿eh?
—Sí— rió el otro, aflojando la tensión—, Overkin puede ser de lo más brutal ante la desobediencia.
—¡Ni que lo digas!
—Pero, ¿dónde está tu uniforme?
—¿Mi uniforme? Estaría loco si me presentara en el norte con un uniforme de la guardia del sur, ¿no lo crees? ¿Cuánto piensas que duraría vivo si esos salvajes del norte me descubrieran?
—¡Tienes razón!— admitió el otro de buen humor ahora.
Randall bajó las manos y desmontó.
—¿Tendrán algo refrescante para ofrecerme antes de seguir camino?— preguntó Randall.
—Claro, ven a tomar algo con nosotros— lo invitó el jefe—. Tenemos una pequeña celda donde puedes poner al viejo mientras tanto.
—¡Excelente!— aplaudió Randall.
La casilla de madera del destacamento contaba con una sola sala que contenía una mesa desvencijada y cuatro sillas. Hacia la derecha, había una reja de hierro que separaba una parte de la habitación única, convirtiéndola en celda. El jefe del destacamento forcejeó un rato con la oxidada cerradura de la reja hasta que pudo abrirla, y metieron a Zenir allí.
Los guardias invitaron a Randall a sentarse a la mesa y trajeron un pequeño barril de madera y unos vasos.
—¿Qué tienen ahí?— preguntó Randall, señalando el barril.
—Cerveza de los territorios de Merkor, amigo, la mejor— le guiñó el ojo uno de los guardias mientras servía el amarillento líquido espumoso en los vasos.
Los cinco tomaron cerveza y brindaron varias veces a la salud de varios nobles desconocidos para Randall.
—¿Cómo te llamas?— le preguntó el jefe a Randall.
—Randall.
—¿Qué clase de nombre es Randall?— frunció el ceño el otro.
—¡Es lo que todos me preguntan!— rió Randall—. Supongo que mi padre no estaba lo suficientemente sobrio como para elegir un nombre decente para mí cuando nací.
Los guardias rieron, acompañando la broma. Randall se descolgó su odre y lo escondió bajo su chaqueta, gesto que no pasó desapercibido a los soldados.
—¿Qué traes ahí, amigo Randall?
—Nada— dijo Randall cortante, dejando bien en claro que la pregunta lo incomodaba.
—¡Vamos! ¡No es de buena educación andar ocultando bebidas! ¿Acaso no compartimos nuestra cerveza contigo?
—Su cerveza no tiene comparación alguna con esto. Lo siento, amigos.
Los soldados se pusieron serios.
—Un verdadero camarada compartiría…— insinuó el jefe.
—Señores, les digo que esto no es para compartir— se mantuvo firme Randall.
—¿Por qué?
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Editado: 12.10.2019