La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SÉPTIMA PARTE: Bifurcados - CAPÍTULO 120

Randall y Zenir vieron el amplio valle, poblado por numerosos y frondosos árboles. El Cuarto Paso llegaba a su fin.

—Bueno, creo que lo logramos— sonrió Randall, satisfecho.

—No cantes victoria tan rápido— le advirtió Zenir, indicando a unos jinetes a la izquierda del camino  con la cabeza.

Randall vio que eran cinco soldados uniformados y otro hombre que vestía con atavíos nobles. Los seis iban montados a caballo y los observaban desde una distancia de unos cien metros.

—Si huimos, delataremos nuestro ardid, y con seis contra uno no tenemos buenas posibilidades de escapar— razonó Randall.

—Seis contra dos— lo corrigió Zenir.

—Te recuerdo que no sabes manejar armas y tienes las manos atadas, así que es seis contra uno. A menos que puedas hacerles crecer tejidos donde no van a seis personas en los próximos cinco minutos.

Zenir solo contestó con un gruñido.

—Sí, ya me parecía que no— respondió Randall.

—¿Qué propones?

—Sigamos con el simulacro soldado y prisionero, creo que es la mejor opción.

—De acuerdo— aceptó Zenir.

Los dos siguieron avanzando por el camino hasta que se toparon con el otro grupo. Randall trató de sonar natural:

—Buenas tardes, señor— hizo una inclinación de cabeza hacia el que venía ricamente vestido, calculando que sería algún noble.

—Buenas tardes, soldado— le respondió el otro, mirando de reojo a Zenir.

El Sanador reconoció al noble de inmediato y trató de advertir a Randall, pero no tuvo tiempo.

—¿Atrapó a este hombre en el Paso?— le preguntó el noble.

—Así es— asintió Randall.

—Hizo un buen trabajo, soldado. Yo me encargaré de este prisionero a partir de aquí.

—No creo que eso sea posible, señor.

—¿Oh?

—Verá, tengo mis órdenes.

—¿Y qué órdenes son esas?

—Debo llevar a este prisionero directo con lord Overkin— respondió Randall.

—Yo soy lord Overkin— le dijo el otro con el entrecejo fruncido—. Todos mis soldados me conocen. ¿Quién eres tú?

—Mis disculpas, señor. Soy nuevo, de las tierras de Kerredas.

—Buen intento— le respondió Overkin, y luego a sus guardias: —Desháganse de este soldado impostor.

Randall llevó su mano a la empuñadura de su espada. Overkin hizo un gesto rápido con sus manos, y Randall sintió que sus dedos se doblaban lentamente alrededor de la empuñadura para tomarla. No entendía por qué sus movimientos eran tan lentos. Levantó la cabeza hacia Overkin, pero le pareció que demoraba minutos enteros en llegar a poder posar su mirada en él. En contraste, sus guardias se movieron a una velocidad increíble y lo desarmaron casi al instante, bajándolo del caballo de un tirón. En lo que a Randall le pareció un pestañeo, se encontró tirado en el suelo boca arriba, con un soldado pisándole el pecho y tomando impulso para clavarle una enorme espada en la garganta.

—¡No!— gritó Zenir con tono desesperado.

Overkin levantó una mano hacia su guardia, y éste se detuvo con la espada en el aire.

—Por favor, Avannon— rogó Zenir—. Déjalo en paz.

—Levántenlo— ordenó Overkin a su gente.

Dos soldados tomaron a Randall por las axilas y lo forzaron a ponerse de pie, arrastrándolo hasta quedar ante Overkin:

—¿Quién eres?

—Randall.

—¿Randall? Ese nombre no me dice nada, deberás esforzarte más.

—Capitán Randall, de la Guardia Real de Aros— dijo con la frente en alto.

—¡Capitán de la Guardia Real de Aros! ¡Guau! ¿Debería temblar de miedo?— se burló Overkin.

Randall forcejeó, furioso, para tratar de liberarse de sus captores. Aunque su esfuerzo fue en vano, al menos comprobó, aliviado, que sus movimientos habían vuelto a la velocidad normal.

Overkin se volvió hacia Zenir:

—¿En verdad pensaste que este monigote engreído podía protegerte, Cathbad?

—Vine porque recibí tu mensaje— le respondió Zenir con voz helada—. Cooperaré contigo solo si liberas a Randall, Akir y Ana intactos.

Avannon lo miró por un largo momento. El rostro impávido, tratando de no delatar que no tenía ni la menor idea de quién era Ana. Sonrió: tres rehenes eran mejor que uno, aun cuando uno de ellos fuera imaginario.

—No prometo dártelos intactos, pero sí con vida. Eso debería bastarte— le respondió Avannon.

—¡Maldito!— le gritó Randall— ¿Qué le hiciste a Ana? Te juro que si le tocaste un solo pelo a mi esposa…

—¡Oh! Ya veo— comprendió Avannon—. Por eso te lanzaste a la empresa suicida de acompañar a Cathbad al sur. No te preocupes, capitán Randall de la Guardia Real de Aros, mi interés en tu mujer no fue exactamente su pelo.




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