La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SÉPTIMA PARTE: Bifurcados - CAPÍTULO 121

—¿Cómo lograste atravesar el Cuarto Paso desde el norte sin que te detuvieran los guardias?— le preguntó Akir a Ana, mientras cabalgaba sobre Luar detrás de ella.

Ana sonrió con picardía:

—Dama en apuros.

—¿Dama en apuros?

—¡Oh, Akir! Te sorprendería lo que los hombres están dispuestos a hacer por una dama en apuros.

—¿Especialmente si es joven y bonita como tú?— sonrió Akir.

—Especialmente, sí— rió Ana.

—¿Qué fue lo que urdiste, hermana?

—Al llegar a la casilla de los guardias, me desplomé frente a ellos, simulando estar desmayada. Por supuesto, en vez de encerrarme en una celda o matarme, corrieron a socorrerme. Cuando volví en mí del supuesto desmayo, les conté una historia triste de abuso, y de inmediato, todos sintieron la honorable inclinación de protegerme. El papel de víctima siempre funciona, especialmente si eres mujer, y más especialmente, si te has desabotonado el frente del vestido, exponiendo parcialmente tus pechos.

—¿Qué tal si en vez de protegerte, hubieran sentido la inclinación de aprovecharse de ti, hermana? ¿No pensaste en eso?— la reprendió él.

—Akir, ¿olvidas quién soy? ¿Olvidas por lo que he pasado? ¿Crees por un momento que permitiría que las experiencias de Cryma se repitieran?

—Lo siento, no quise…

—No cometas el mismo error que esos soldados, hermano. No soy una víctima, no soy frágil. Mi esposo se encargó de enseñarme eso y de entrenarme para hacerlo realidad. Ninguno de esos soldados hubiera alcanzado a tocarme un solo pelo antes de caer muerto con la garganta cercenada, te lo aseguro.

Akir asintió en silencio, sin atreverse a seguir cuestionando el accionar de su hermana.

—Gracias— dijo después de un momento.

—¿Por qué?

—Por todo. Por venir por mí, por rescatarme, por regenerar mis pies…

—Es lo que cualquier hermana hubiera hecho— le respondió ella.

—No cualquier hermana, tú eres especial— la abrazó él desde atrás con cariño.

—Tú también eres especial, Akir— le palmeó ella el brazo con afecto.

Luar se detuvo en seco, olisqueando el aire.

—¿Qué pasa?— le preguntó Ana, inclinándose hacia el oído del animal.

—¿Crees que necesite descansar?— inquirió Akir desde atrás.

—Creo que es otra cosa— respondió ella, desmontando. Akir también bajó del unicornio.

Ana tomó la cabeza del unicornio entre sus manos y la miró fijamente:

—Luar, escúchame, debemos seguir, debemos ir al Cuarto Paso para encontrar a Kelor y a Zenir.

Luar negó con la cabeza.

—¿No quieres encontrar a Kelor?

Luar asintió.

—¿Entonces?

Luar comenzó a dar pataditas y a moverse de un lado a otro, intranquila.

—¡No puedo entenderte!— protestó Ana, frustrada.

—Luar— intervino Akir—, ¿sabes dónde están Kelor y Zenir?

Luar asintió.

—¿Están en el Cuarto Paso?

Luar sacudió la cabeza, negando.

—Los olfateaste, ¿no es así? ¿Puedes llevarnos con ellos?

Luar asintió con vehemencia.

—Vamos— le dijo Akir a Ana.

Ana asintió y los dos volvieron a montar a Luar.

—Llévanos a ellos, amiga— le susurró Ana al oído.

El unicornio se puso en camino de inmediato, tomando rumbo sureste.

Después de un buen rato de cabalgar, Ana comenzó a reconocer los terrenos por donde estaban pasando.

—Esto no está bien— musitó, preocupada.

—¿Qué pasa?

—Sé dónde nos está llevando: nos está guiando hacia la cúpula, y la cúpula es el último lugar donde Zenir debería estar.

—¿Crees que hayamos llegado tarde?

—Espero que no— respondió ella, azuzando a Luar para que se apresurara.




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