La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SÉPTIMA PARTE: Bifurcados - CAPÍTULO 129

—¿Estás bien?— le preguntó Lug a Dana con preocupación, al verla de rodillas, vomitando todo el contenido de su estómago.

—Bien, solo dame un minuto— dijo ella entre arcadas—. La teleportación no se lleva bien con mi estómago, es todo.

Lug miró en derredor:

—¿Es este el lugar que visualizaste? ¿Realmente lo logramos?

—Sí, creo que sí— le respondió Dana cuando su estómago se calmó un poco.

Lug le alcanzó un pañuelo para que se limpiara la boca y su odre para que se enjuagara.

—Gracias— murmuró ella—. Realmente lo hiciste, Lug— asintió ella, impresionada.

—¿Me crees ahora?

—Ya te creía antes de desmaterializarnos, si no, no hubiera sido posible— le respondió ella, sonriendo.

—Es verdad— asintió él—. Lo hicimos entre los dos.

—¿Y ahora qué?

—Ahora vamos hasta la cúpula y terminamos con todo esto— replicó él, haciendo un gesto con la mano para invitarla a seguirlo.

Dana desenvainó su puñal y lo siguió.

En apenas cinco minutos, llegaron hasta la cúpula y presenciaron una escena de lo más extraña: Humberto y Avannon estaban frente a frente, tratando de llegar el uno al otro con sus manos extendidas, pero a la vez, paralizados en sus lugares, los rostros denotando un gran esfuerzo. Era como si entre ellos hubiese una pared invisible que los separara y no los dejara avanzar hasta el otro. Lug no sabía cuánto tiempo habían estado así, pero era claro que Humberto se estaba debilitando ante la fuerza de Avannon.

A la derecha, a unos metros de aquellos dos contrincantes, Lug y Dana vieron a sus amigos. Akir, Cormac, Govannon, y un soldado al que Lug reconoció con sorpresa como Randall, estaban manteniendo a raya a cuatro soldados de rodillas con las manos en la nuca. Ana, Juliana y Augusto, observaban a Humberto y Avannon en su lucha silenciosa.

Humberto cayó al suelo de rodillas y comenzó a sangrar por la nariz y los oídos.

—¿Qué…?— comenzó Lug, desconcertado.

Fue Ana la que se volvió hacia él y le explicó rápidamente:

—Humberto nos salvó de ser masacrados por Avannon. Lug, por favor, ayúdalo, creo que Avannon lo está matando.

Lug corrió hacia los dos rivales, cerró los ojos e invocó su habilidad.

—¡Maldición! ¡La burbuja no me permite ver los patrones!— exclamó, frustrado.

De inmediato, desenvainó su espada y tomó impulso para asestar un golpe a Avannon, pero éste, anticipó su maniobra y extendió rápidamente su mano izquierda hacia la cúpula. Un potente rayo se desprendió de la cúpula y encapsuló a Avannon y a Humberto en un campo blanquecino de energía. Para cuando la espada de Lug llegó a unos treinta centímetros de la cabeza de Avannon, rebotó hacia atrás, provocando una descarga eléctrica de tal magnitud, que arrojó a Lug al suelo y lo dejó al borde de la inconsciencia.

—¡Lug!— gritó Dana, corriendo hacia él.

Humberto se dobló en dos, las manos temblorosas, sosteniendo su estómago.

—Ana, dame tu puñal— le dijo Juliana a su amiga Sanadora.

Ana meneó la cabeza:

—Ya viste lo que pasó con la espada de Lug…

—Dámelo, Ana— insistió Juliana.

Ana se lo dio.

—Cormac, el cristal— le pidió Juliana.

Cormac frunció el ceño sin comprender la petición de Juliana, pero se sacó el cristal que colgaba de su cuello con una cinta de cuero por encima de la cabeza y se lo dio.

—Este es el cristal que creó Govannon para entrar en la cúpula— explicó Juliana, envolviendo la cinta de cuero en el mango del puñal y ajustando la gema para que estuviera en contacto con la hoja—. Si puede prenetrar la cúpula…

—Podrá penetrar el campo de energía de Avannon— comprendió Ana, tomando nuevamente el puñal de las manos de Juliana.

—Solo trata de no matarlo— le advirtió Juliana—. Seguramente, Lug querrá interrogarlo.

Ana asintió a regañadientes y lanzó el puñal. La hoja se clavó en la pierna de Avannon. Ante la sorpresa y el dolor, Avannon perdió su concentración por un momento y el campo de fuerza se desvaneció junto con la burbuja temporal que había estado sosteniendo. Lug, aun un poco mareado, aprovechó el momento y desconectó los sentidos de Avannon, desmayándolo.

—Gov, saca a tu hermano de aquí, aléjalo de la cúpula, que no pueda servirse de su energía— indicó Lug.

Govannon asintió. Él y Cormac cargaron al inconsciente Avannon.

—¿Hacia dónde?— preguntó Cormac.

—A mi casa— respondió Govannon—. Tengo una buena celda de roca para ponerlo.

Cormac desenterró el puñal de Ana de la pierna de Avannon y se lo dio a Juliana.

—Fue una idea excelente— la felicitó Cormac.




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