La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SÉPTIMA PARTE: Bifurcados - CAPÍTULO 133

Humberto entró en el amplio comedor de Govannon. En un rincón, vio a Augusto mostrándole a su madre unos movimientos de ataque y defensa con la espada. Ella ya no parecía horrorizada de que su hijo portara un arma.

En una punta de la enorme mesa, estaban sentados Zenir, Akir, Ana y Randall, charlando animadamente, riendo y contándose sus aventuras. Govannon les trajo una jarra de cerveza y vasos, y se sentó con ellos, contribuyendo con sus historias, que los demás escucharon atentamente.

Humberto suspiró. Él también tenía buenas historias para contar, pero no tenía ningún amigo a quién le interesaran sus aventuras. En esta sala llena de gente y en este clima relajado y alegre, Humberto se sintió más solo de lo que nunca se había estado en la vida.

Paseando su mirada por el resto del comedor, vio que en la parte más alejada de él, Cormac lo observaba con atención. Sus miradas se cruzaron por un momento, frías, severas. Alguna vez, en un tiempo remoto, Cormac había sido un buen amigo…

Humberto vio entrar a Lug, que venía de una de las habitaciones, y lo vio ir directamente hacia Cormac. La conversación que sostuvieron, no la pudo escuchar, pero vio que ante las palabras de Lug, Cormac negaba con la cabeza y gesticulaba con los brazos, como si no aceptara lo que fuera que Lug le estaba proponiendo. Lug lo tomó de los hombros y siguió hablándole por un buen rato hasta que Cormac pareció calmarse. Finalmente, vio que Cormac asentía con la cabeza. Al parecer, habían llegado a un acuerdo. Humberto asumió que habían estado hablando de qué hacer con él. Le hubiera gustado saber qué planeaban aquellos dos, pero estaba seguro de que pronto se enteraría.

El décimo Antiguo suspiró y se distrajo con unos papeles que había sobre la punta contraria de la mesa a donde estaban sentados los amigos de Lug. Se acercó ociosamente a observarlos y vio que eran diseños de coordenadas para un portal. Al ver que Humberto examinaba sus dibujos, Juliana se acercó a él.

—Son muy buenos— dijo Humberto al ver a Juliana a su lado—. ¿Los hiciste tú?

—Con la ayuda de Cormac y sus recuerdos de los portales de Bress— asintió ella.

—Es para usarlo en la cúpula de Avannon, ¿no es así?

—Sí— confirmó Juliana.

—El diseño es simple y elegante— alabó Humberto—. Es muy posible que funcione.

Luego, Humberto tomó un trozo de carbonilla con el que Juliana había estado dibujando y acercó su mano a la lámina con el diseño:

—¿Puedo?— inquirió.

—Adelante— se encogió de hombros Juliana.

Humberto dibujó un símbolo del lado superior izquierdo de la lámina y luego lo repitió del lado derecho.

—Así está mejor— murmuró para sí.

—¿Qué es?— preguntó Juliana, interesada.

—Es para alinear la cúpula de Avannon con la del bosque de Walter. Lo que dibujaste está bien y te llevará a tu mundo, pero sin demasiada precisión. Sin estos anclajes que te dibujé, podrías terminar en cualquier parte del planeta donde hubiera un vórtice que pudiera recibir la energía de la cúpula. Sería muy inconveniente si tú y Augusto terminan en el fondo del mar en el triángulo de las Bermudas, ¿no te parece?— trató de bromear Humberto.

Juliana no sonrió. Tomó la lámina y estudió detenidamente los símbolos que Humberto había dibujado.

—¿Por qué quieres ayudarnos a volver?— lo cuestionó.

—Supongo que es lo menos que puedo hacer para disculparme por todo— le respondió Humberto.

—¿Crees que dibujar un par de símbolos te exonera de todo lo que hiciste?

—No espero tu perdón, Juliana… solo… Olvídalo, haz de cuenta que nunca dibujé nada, haz de cuenta que fue Cormac el que te dio los anclajes, pero por favor, úsalos si quieres llegar a salvo a tu mundo— dijo Humberto, dejando el trozo de carbonilla sobre la mesa y alejándose de los dibujos.

—Humberto— lo llamó Lug.

Humberto levantó la vista hacia él.

—Tenemos que hablar, ven— lo invitó Lug con un gesto de la mano.

Humberto suspiró y siguió a Lug a una habitación alejada del comedor, donde había una pequeña mesa y dos sillas al costado de una cómoda cama. Miró en derredor y supuso que Lug lo había traído hasta aquí para anunciarle que esta habitación era su nueva celda. Tal vez Cormac se había cansado de estar vigilándolo todo el tiempo y había discutido con Lug la propuesta de dejarlo aquí indefinidamente, a manos de Govannon.

—Siéntate, por favor— lo invitó Lug.

Humberto se sentó en una de las sillas con el rostro resignado, y Lug se sentó frente a él.  

Lug se sacó el cristal que colgaba de su cuello y lo apoyó sobre la mesa.

—¿Qué significa esto?— preguntó Humberto, desconcertado.

—Te estoy dando el cristal— le dijo Lug—. Adelante, tómalo, sé que lo quieres. No le has sacado casi los ojos de encima en todo el camino hasta acá.




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