La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

OCTAVA PARTE: Mancomunados - CAPÍTULO 141

—Quiero verla— dijo Tiresias, dirigiéndose a la puerta del salón comedor de su castillo.

—Antes debemos hablar— lo detuvo Lug con una mano apoyada en el pecho del viejo duque.

—Puedo llamar a mis guardias y…— lo amenazó Tiresias.

—Eso no será necesario— lo soltó Lug—. Por favor, unos minutos más de espera no harán la diferencia, y en verdad debemos hablar del estado en el que la encontramos— le rogó Lug, señalando las sillas que rodeaban la mesa.

Con gran reticencia, el duque se sentó en una de las sillas, y Lug hizo lo propio con otra que estaba a su derecha. El duque estaba agradecido de que estos dos extraños del norte le hubieran traído de vuelta a su querida hija, pero no entendía del todo por qué dilataban su encuentro con ella.

—Si está herida…— comenzó Tiresias con preocupación.

—Físicamente está bien— le aclaró Lug enseguida—. Es el estado de su mente de lo que debemos hablar.

—¿Su mente? ¿Qué…?

—Cuando la encontramos, estaba vagando por el bosque, totalmente perdida. No sabía decirnos quién era ni hacia dónde iba. Mi amigo Cormac la reconoció porque había visto dibujos de su rostro en una aldea cercana a la cordillera.

—¿No recuerda lo que le pasó? ¿Dónde estuvo?

—No recuerda ni siquiera su nombre.

—Pero estará bien… irá recordando de a poco… cuando me vea… sabrá quién soy y entonces…

—Lo siento, duque, pero no lo creo— lo cortó Lug—. Todos sus recuerdos están borrados y es posible que nunca vuelva a recuperarlos.

—Usted no puede saber eso— negó Tiresias con la cabeza.

—¿Y si así fuera? ¿Y si nunca volviera a ser la Madeleine que usted conoció?

—¿Qué está tratando de preguntarme, Lug?

—¿La acogería igual?

—¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Por supuesto que la acogería igual! No me importa que tenga que pasarme el resto de mi vida explicándole quién es. No hay nada más importante para mí que tenerla de vuelta a mi lado y protegerla. Tal vez su mente sin recuerdos sea una bendición para que no tenga que sufrir con memorias del horror que seguramente tuvo que pasar para quedar así.

Lug asintió, satisfecho, y se puso de pie. Asomó la cabeza a la galería que daba al comedor y le hizo seña a Cormac para que trajera a la muchacha. Cuando Tiresias la vio entrar del brazo de Cormac, se puso de pie de inmediato:

—Mady…— extendió sus brazos con lágrimas en los ojos.

La muchacha avanzó con paso incierto hacia el anciano.

—Este es tu padre, Madeleine— se lo presentó Lug—, el duque Tiresias.

El viejo duque fue hasta ella y la abrazó con todas sus fuerzas. Ella pemaneció con los brazos a los costados, un tanto incómoda. Lug pudo ver cómo se le partía el corazón a Tiresias al ver que su hija no respondía a su afecto y no mostraba el más mínimo signo de reconocimiento.

—¿Cómo estás, querida?— le preguntó el duque con dulzura, tratando de ocultar su decepción al ver que ella no lo recordaba.

—Bien— fue la lacónica respuesta.

—Ven— la invitó—, siéntate conmigo— la tomó de la mano y la guió hasta una silla.

Ella se sentó, obediente.

—Siéntense ustedes también— les pidió el duque a Lug y a Cormac.

Los dos accedieron y se sentaron a la mesa. El duque ordenó que trajeran comida y bebida. Madeleine paseó la mirada por el amplio y oscuro salón, y sus ojos se posaron en el retrato que estaba sobre la chimenea encendida.

—Esa eres tú— le dijo Tiresias—. Fue ese cuadro el que me mantuvo viva la esperanza de volver a verte. Casi me volví loco con tu ausencia. Todas las mañanas venía aquí y le hablaba al retrato, como si fueras tú… Creo que los sirvientes llegaron a pensar que finalmente había perdido la razón— rió—, pero todo eso pasó, y ahora… ahora estás aquí…

—Lamento no poder recordar nada— se disculpó ella.

—No debes preocuparte por eso, hija. No quiero que te angusties con eso ni con ninguna otra cosa, solo quiero que te sientas segura y protegida, y que sepas que te amo sin condiciones.

—Gracias— ensayó una sonrisa ella.

—Sé que todo debe parecerte extraño, pero poco a poco te irás aclimatando— le aseguró su padre.

Ella volvió a mirar en derredor:

—Este salón es muy oscuro— dijo.

—Todo se ha oscurecido con tu ausencia— le replicó su padre—, pero ahora que estás aquí, volverá la luz a este castillo. Haré traer más lámparas y limpiaremos los vidrios de las ventanas— dijo Tiresias con entusiasmo—, y los jardines… bueno, debo confesar que tus hermosas plantas no son lo que eran, ya sabes que no tengo buena mano para eso, pero haré traer nuevas semillas, y todo volverá a florecer bajo tus habilidosas manos y tu atenta mirada. ¿Te gustaría eso?




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