La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

OCTAVA PARTE: Mancomunados - CAPÍTULO 144

—¿Qué piensas hacer con la cúpula?— preguntó Humberto a Lug, mientras volvían caminando a la cueva de Govannon. Dana y Llewelyn habían apurado el paso, y Lug se había quedado más atrás, acompañando a Humberto que todavía no estaba en su mejor forma.

—Al principio, mi idea era desactivarla…— le confió Lug.

—Pero ahora que ves la posibilidad de usarla para visitar a tus amigos, cambiaste de opinión— completó Humberto sus pensamientos.

—Seguramente vas a decirme que no vale la pena el riesgo— adivinó Lug.

—Esa cúpula tiene mucho potencial, Lug. Es una puerta a nuevos usos de energía, pero es también un arma de destrucción masiva.

—Algo así como la energía atómica en el otro mundo: puedes hacer una bomba o puedes proveer con electricidad a un país.

—Algo así— asintió Humberto—, pero la energía de la cúpula puede llegar a tener usos que van mucho más allá de proveer electricidad.

—¿Cómo cuáles?

—Abrir portales a otros mundos, como ya hemos comprobado— comenzó Humberto—, manejar el tiempo y el espacio, impedir la descomposición de tejidos vivos, manipular la materia y hasta la conciencia, y muchas otras cosas que aun no alcanzo a vislumbrar.  Pero manejarla para que haga eso… bueno, eso es otro asunto. Avannon debió estar años para aprender a usarla con propósitos específicos. Sería útil si quisiera enseñarnos lo que sabe.

—Yo no confiaría en eso, Humberto.

—Sí, lo entiendo. ¿Y qué hay de Marga?

—¿Marga? Marga no puede ayudarte con eso— negó Lug con la cabeza.

Se produjo un incómodo silencio.

—¿Vas a decirme qué le hicieron Cormac y tú?—  inquirió Humberto.

Lug siguió caminando sin contestar.

—¡Vamos, Lug! Desapareciste con Cormac por varios días y volviste solo. ¿Creíste que no iba a deducir que iban a ir tras Marga? ¿Piensas que no me di cuenta de que le diste a Dana la misión de mantenerme vigilado y ocupado, ayudándolos?

—¿Fuiste forzado a ayudarnos en algún momento?— lo cuestionó Lug.

—No, lo hice voluntariamente, pero eso no quita que me interese saber lo que pasó con Marga, Lug, así que no desvíes el tema.

—Cormac y yo nos encargamos de ella— respondió Lug.

—Sí, pero, ¿cómo? Estoy seguro de que no la mataste, no con Llewelyn a salvo. No eres un asesino a sangre fría y tampoco lo es Cormac.

Lug no contestó.

—¡Oh, no! ¡No me digas que la dejaste bajo la vigilancia de Cormac! Lug, debes saber que Cormac siempre estuvo perdidamente enamorado de ella. Será muy fácil para ella manipularlo y escapar de su custodia. Además, Cormac no tiene estómago para hacer de carcelero, ese es un trabajo que yo hubiera podido hacer mucho mejor.

—Marga no está encarcelada, Humberto, eso no es necesario.

—Lug, eres un ingenuo si piensas que…

—Cormac y yo borramos su memoria— lo cortó Lug.

Humberto se detuvo en el sendero y se lo quedó mirando:

—¿Qué parte de su memoria borraron?— preguntó con recelo.

—Todo.

—¿Todo? ¿Qué quieres decir con “todo”?

—Todo— repitió Lug—. No sabe quién es, no sabe ni su nombre, no sabe quiénes somos nosotros, no sabe lo que hizo, no sabe que tiene una habilidad…

—¿Perdió toda su vida?— inquirió Humberto con tono de reproche.

—Ganó una nueva oportunidad de vida— lo corrigió Lug.

—¿Y eso es todo? ¿Borrón y cuenta nueva? ¿No importa nada de lo que hizo? ¿No recibirá castigo alguno?

—Tú no eres la persona más adecuada para cuestionar eso, Humberto. También a ti se te dio una oportunidad y la tomaste. Y no sé si lo notaste, pero nadie te está haciendo pagar ningún castigo por todo lo que hiciste.

—Touché— murmuró Humberto.

—Fue lo más humano que se me ocurrió hacer con ella— musitó Lug, más para sí que para Humberto—. Cormac y Tiresias van a cuidarla.

—¿Tiresias?

—Le hicimos creer que era su hija— explicó Lug no sin cierta reticencia.

Humberto lanzó una carcajada, pero Lug permaneció serio.

—Bueno— concedió Humberto—, al menos el viejo Tiresias dejará de marchitarse en su angustia.

Lug tomó a Humberto de los hombros y lo miró intensamente a los ojos:

—Quiero que me prometas que nunca irás a buscarla, Humberto, que nunca le harás daño ni intentarás contactarte con ella.

Humberto suspiró:

—Lo prometo— dijo al fin—. Prometo respetar la oportunidad que le has dado, pero si vuelve a las andadas…

—Si vuelve a las andadas, seré yo el que me encargue de detenerla, no tú, ¡promételo!




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