La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

OCTAVA PARTE: Mancomunados - CAPÍTULO 146

Avannon se despertó sobresaltado, el corazón aun latiendo desbocado a causa de la última pesadilla. Se encontró con que estaba acostado en una cama, mirando un techo de madera roja. Por un momento, pensó que todavía seguía en su pesadilla, pero su mente se despejó poco a poco, y descubrió que estaba en el mundo real.

—Debes estar hambriento— escuchó una voz.

Giró la cabeza hacia la derecha y vio a su hermano al otro lado de la enorme habitación, parado en una parte con piso de mármol.

—¿Gov?

—Aquí tienes para comer y beber, si quieres— le dijo Govannon, señalando una mesa roja sobre el piso rojo de la mitad de la habitación donde estaba también la cama donde yacía acostado.

—¿Dónde estoy?— preguntó, desconcertado.

—En mi palacio.

Avannon se incorporó en la cama, y al intentar bajar, notó el grillete en su tobillo.

—¿En serio piensas que puedes retenerme con esto?— levantó la cadena con un gesto de desdén—. No has aprendido nada— sonrió con una sonrisa malévola y abrió los brazos, extendiendo los dedos de sus manos para invocar su habilidad.

Pero su habilidad no acudió a él.

—No te molestes, hermano— le dijo Govannon—, esta madera roja que te rodea es un dispersor, absorbe la energía de la frecuencia exacta de cualquier habilidad.

—Buen truco, hermano. ¿Cómo lograste conjurar esto?

—Aunque no lo creas, no lo hice yo, la madera es natural y viene de un árbol llamado balmoral.

—Aprecio la lección de botánica, pero, ¿cuánto tiempo piensas tenerme aquí?

—Come algo— le dijo Govannon, ignorando su pregunta—. Iré a avisarles a los demás que ya despertaste.

En ausencia de Govannon, Avannon intentó otra vez convocar su habilidad, pero no obtuvo respuesta. Tironeó de la cadena y vio que estaba amurada a la pared. Caminó hacia la mitad de la habitación que no estaba forrada en madera, y pronto comprobó que no podía acercarse a menos de dos metros del piso de mármol. Intentó una vez más con su habilidad, nada. Comenzó a preocuparse.

Lo último que recordaba era su enfrentamiento con Huber en la cúpula. Después de eso, todo había sido una pesadilla detrás de otra en mundos fantasmagóricos y aterrorizantes. En cada uno de los atroces mundos imaginarios que habían azotado su mente con los terrores más abyectos, su tabla de salvación era siempre Marga. Avannon forzaba la imagen de su amada en medio de los monstruos que lo devoraban, que lo torturaban, y con esa imagen anclada en su mente, podía resistir los embates brutales de criaturas oscuras y terribles. En cada abismo insondable, en cada mar negro que lo ahogaba sin remedio en sus interminables pesadillas, solo atinaba a gritar el nombre de Marga, y ese nombre lo sostenía, lo acunaba, lo confortaba en las mil y una muertes que sufrió durante días y días, durante milenios y milenios, durante un tiempo imposible de contar. Y ahora, al despertar, el calvario parecía haber terminado al fin. No importaba dónde estaba, cualquier cosa era mejor que esos sueños interminables de locura. En el mundo real existía su Marga, y eso era para él lo primordial. Ahora que había regresado a la conciencia, se reuniría con ella y podría por fin concretar los planes por los que tanto había trabajado. Despertar en esta habitación de madera, aun cuando fuera prisionero de su hermano, era una bendición. Se preguntó cuánto tiempo había estado inconsciente.

Avannon se sentó a la mesa roja y comenzó a comer un trozo de pan con queso. Había también frutas de variados tipos y una jarra con agua. Govannon tenía razón: estaba hambriento.

Un momento más tarde, las puertas de la habitación se abrieron, y entraron Akir, Cathbad, el monigote engreído capitán de Aros y una mujer pelirroja. Venían seguidos de Govannon, que cerró las puertas tras de sí.

—¡Ah!— exclamó Avannon desde la mesa, levantando su vaso a modo de brindis—. ¡Qué bueno! ¡Todos mis enemigos juntos en un solo lugar! Eso me ahorra mucho tiempo. Solo déjenme terminar mi desayuno, ¿o es mi almuerzo?, y estaré con ustedes enseguida para eliminarlos lentamente.

—Tus fanfarronadas no te ayudarán aquí— le dijo Govannon con frialdad.

Avannon ignoró su comentario y se dirigió a Zenir:

—¿Cómo está el muchacho? ¿Llewelyn, no es así?

—¿Cómo te fue con las pesadillas?— le preguntó Zenir, sin responder a la pregunta del prisionero.

—¡Ah, ya veo! ¡Ese fuiste tú! ¿Con qué me drogaste?

—Calidea.

—Fea cosa. ¿Cuánto tiempo?

—Varios días.

—¿Cuántos?— insistió el otro.

—Siete.

—Eres un maldito, Cathbad.

—Los insultos no ayudan a tu situación, Avannon— le recordó Cathbad.

—¿Por qué estoy aquí?

—Porque el balmoral te mantiene contenido— le dijo la pelirroja.




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