Los dos soldados que guardaban la entrada de Colportor cruzaron sus lanzas al ver llegar a Lug, Dana, Llewelyn y los tres soldados que ahora estaban del lado de Lug.
—Identifíquense y declaren sus intenciones— les ordenó uno de los guardias.
Lug desmontó de Kelor y se aproximó a los guardias con actitud amistosa:
—Mi nombre es Lug y soy amigo del conde de Vianney— comenzó—. Tengo entendido que el conde se encuentra en Colportor y he venido a hablar con él.
—El conde está muy ocupado en este momento, no puede atender a forasteros— le respondió el guardia.
—Me lo imagino, sí. Con todo lo que ha pasado, debe tener muchas cosas que organizar. Es por eso que he venido a ayudarlo— le dijo Lug.
Los dos guardias cruzaron miradas, evaluando la credibilidad de las palabras de Lug. El atuendo de Lug, con su capa plateada y su magnífica espada, lo marcaba como a una persona importante y digna, seguramente un noble, pero la presencia de los tres soldados con los uniformes de la guardia personal de Overkin, les causaba cierta preocupación y duda acerca de las verdaderas intenciones de aquel extraño.
—Señores— les dijo Lug para tranquilizarlos—. No pueden confiar en cualquier extranjero que llegue a las puertas de Colportor y se declare amigo de un noble, tienen que comprobarlo primero. Si es verdad lo que les digo, que lo es, Vianney accederá a verme y si no, él verá qué hacer con nosotros. La decisión no es de ustedes sino del conde, así que les sugiero que envíen rápidamente un mensajero al palacio para esclarecer este asunto.
Los guardias parecieron aliviados ante las palabras de Lug. Uno de ellos se dirigió a una casilla donde había más soldados y les comunicó la situación. Enseguida, uno de ellos salió de inmediato hacia el palacio. Los demás soldados volvieron a la puerta para reforzar la guardia. Lug y su gente estuvieron de pronto rodeados por una docena de guardias con espadas desenvainadas y miradas atentas y recelosas hacia el grupo visitante.
Media hora más tarde, un fastuoso carruaje se aproximó a la entrada. Venía desde el palacio. Un sirviente abrió la portezuela, y Lug vio emerger a un ojeroso conde de Vianney. Lug tenía la esperanza de que su altercado por el asunto del ataque de Ror se hubiera suavizado y que Vianney lo recibiera como un amigo. Pensaba que si el conde siguiera irremediablemente furioso con él, habría ordenado a los guardias que los llevaran detenidos al palacio. El hecho de que Vianney en persona hubiera aparecido a recibirlo era alentador.
—Conde— lo saludó Lug con una inclinación de cabeza.
—Lug— devolvió el otro el saludo—. Mis hombres me dijeron que venías escoltado con guardias de Overkin— dijo con cierta frialdad, mirando de soslayo a los tres soldados.
—Sí y no— respondió Lug—. Servían a Overkin, pero ahora sirven a mi causa, y por lo tanto son enemigos de Overkin y Dresden.
—¿Tu causa? ¿Qué causa es esa?— preguntó Vianney con cierto recelo.
—La de la paz entre el norte y el sur, conde.
El conde suspiró, dubitativo.
—Esta es mi esposa, Dana, y este es nuestro hijo, Llewelyn— los presentó Lug.
—Es un honor conocerlo— dijo Dana—. Lug nos ha hablado mucho de usted.
—¿Y qué es lo que les ha dicho?— preguntó el conde.
—Que es generoso y compasivo, honesto y leal, y que sin duda apoyará la causa de la paz.
El conde volvió a suspirar:
—Vengan— les hizo seña con la mano—. Tenemos que hablar.
El cochero bajó de un salto y se puso frente a Lug. Lug reconoció a Leber, el mayordomo de Vianney.
—Deberán entregar sus armas— les indicó Vianney.
—Claro— aceptó Lug un tanto reticente. Descolgó el tahalí con su espada y se lo entregó a Leber con una fuerte sensación de dejá vu—. Tú también, Llew— le indicó a su hijo, quien hizo lo propio con su espada de Govannon. Dana sacó el puñal oculto en su bota y lo entregó también.
—Es solo una precaución— explicó Vianney—. Las cosas han estado un poco caldeadas.
—Entiendo— dijo Lug.
Vianney hizo un gesto con la mano, invitándolos a subir a su carruaje.
—¿Qué hay de estos tres?— preguntó Lug, indicando con la mano a Viño, Gio y Luca—. Te aclaro que están bajo mi protección personal.
—¿Por qué siempre que nos encontramos estás protegiendo a mis enemigos?— le repochó el conde.
—Vianney…—comenzó Lug.
—Al menos no son fomores esta vez— agregó el conde.
—Vianney— recomenzó Lug—, estos hombres no son tus enemigos. Gio y Luca son de tus tierras y fueron reclutados por Dresden a la fuerza. Viño viene de la costa, trabajaba en uno de los barcos de Merkor. Todo lo que desean es volver con sus familias y vivir en paz.
Vianney paseó la mirada por los tres soldados. Después de un largo momento, les dijo:
—Pueden entrar a la ciudad, pero les sugiero que se cambien de ropa o los apalearán a la primera oportunidad. La gente de Overkin no es bienvenida en Colportor.
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Editado: 12.10.2019