La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

OCTAVA PARTE: Mancomunados - CAPÍTULO 153

—¿Qué noticias hay de Avannon?— le preguntó Lug a Dana mientras se sentaba a comer con ella y Llewelyn. Durante su ausencia, mientras sanaba a Iris, unos sirvientes habían traído un abundante almuerzo.

—No muy buenas— dijo Dana con el rostro serio—. Avannon está muerto.

—¡¿Qué?!— se puso de pie de un salto Lug— ¡Le dije a Alaris que…!

—No fue culpa de Alaris— le aclaró Dana enseguida.

—¿Ana, entonces?

—No, Lug, Ana nunca iría contra tus órdenes y los demás tampoco, lo sabes bien. Avannon se quitó la vida, se abrió las venas con el borde del grillete.

—Se suponía que debían vigilarlo, se suponía que…—. Unos golpes en la puerta de la habitación interrumpieron sus reproches.

Lug respiró hondo para calmarse y fue a abrir la puerta.

—¡Franz!— lo saludó, ensayando una sonrisa—. Pasa, por favor—. Franz entró con paso incierto—. Esta es mi esposa Dana y mi hijo Llewelyn— los señaló Lug.

—Encantado— murmuró de forma automática Franz, haciendo una leve inclinación de cabeza a Dana y observando por un largo e incómodo momento a Llewelyn. Luego se volvió a Lug con urgencia, no había venido a hacer relaciones sociales: —Tenemos que hablar…—dijo—. A solas— agregó, mirando de soslayo a la familia de Lug.

—No tengo secretos para con mi familia— le replicó Lug.

—No me importa si después les cuentas todo, eso lo has de juzgar tú, mientras tanto, esto es solo para tus oídos— dijo Franz con firmeza.

—De acuerdo— concedió Lug—. Podemos hablar en la habitación contigua— señaló Lug con la mano—. Dana, por favor encárgate de que no seamos molestados.

—Claro— asintió Dana.

Los dos pasaron a la habitación más pequeña y cerraron la puerta tras de sí.

—¿Qué es tan urgente? ¿Qué ha sucedido?— inquirió Lug.

—Será mejor que te sientes— suspiró Franz.

Ambos se sentaron alrededor de una pequeña mesa cercana a una enorme ventana que daba al patio principal del palacio.

—¿Sabías que mi padre está actuando como regente de Colportor?— comenzó Franz.

—Sí— asintió Lug—. Gloria me lo dijo.

—Yo mismo lo convencí de que aceptara el puesto, pero ahora no estoy tan seguro de haber hecho bien.

—¿Por qué?

—¿Qué te dijo mi padre sobre la ejecución de Dresden?

—Que había sido idea de Filstin y que los demás lo secundaron.

—Me imagino que omitió explicar por qué lo secundaron.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando mi padre llegó a Colportor, inmediatamente organizó la caótica ciudad y calmó la ansiedad de los nobles. Siempre ha sido bueno para la política y es hábil para resolver problemas. Todo iba bien y parecía que las cosas iban a resolverse sin sangre, pero eso cambió cuando llegó la noticia de la muerte de Helga. Mi padre está muy cambiado, Lug, nunca lo había visto así. Helga era el amor de su vida, y su asesinato ha despertado en él una furia irracional que me resulta incomprensible. Cuando Filstin propuso ejecutar a Dresden, los demás nobles se negaron, Lug.

—¿Se negaron?— repitió Lug, sorprendido.

—Merkor es un cobarde que siempre estuvo amparado por Dresden, y Kerredas es un paranoico que pensaba que el único con la capacidad suficiente para defendernos de la ilusoria invasión del norte era Dresden. Ninguno de los dos estaba muy convencido de los alegatos de Filstin sobre los planes del rey de invadir las tierras de los nobles. Querían interrogar a Dresden y escuchar el otro lado de la historia. Pero ante mi asombro, mi padre, en vez de abogar por un juicio justo en el que Dresden pudiera exponer su posición, les negó acceso a las mazmorras y los convenció elocuentemente de que debía ser ejecutado de inmediato y expuesto a la vista de todos en la ciudad para que quedara claro que había un nuevo poder en Colportor.

—No puedo creerlo…— murmuró Lug.

—No me malentiendas, creo que Dresden era culpable de los cargos de traición y de mucho más, y merecía la muerte, pero la forma en que se hizo…

—Vianney solo quería su venganza, sin dilaciones— comentó Lug.

—Sí, pero eso no es todo. Esta mañana, antes de que te presentaras en las puertas de la ciudad, llegó una partida desde el castillo de Tiresias. Traían el cuerpo de Helga. Vinieron diez soldados de Tiresias escoltando el cuerpo, junto con el médico personal del duque, Haldor. Mi padre y Haldor tuvieron una larga conversación sobre las circunstancias de la muerte de Helga. Haldor opina que la herida que le causó la muerte fue hecha con una espada que penetró desde la espalda, atravesándole el corazón. Lo extraño es que la hoja no era ancha como las hojas de las espadas de los guardias de Overkin. Haldor le dijo que la espada que provocó la herida no era común y que si encontraba la espada, podría encontrar al asesino.




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