La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

OCTAVA PARTE: Mancomunados - CAPÍTULO 163

Dana apoyó al niño suavemente en el suelo, junto al arroyo, y comenzó a limpiar la sangre de su rostro.

—¿Cómo te llamas?— le preguntó con dulzura.

—Rory, señora— respondió el chico que ahora parecía más calmado y al fin había dejado de llorar.

—Yo soy Dana, y él es Lug— señaló a su esposo que se acercaba con una manta.

—Pronto estarás bien— le aseguró Lug, poniéndose en cuclillas junto a Dana.

—Lug…— le llamó la atención Dana hacia la cabeza del niño— mira.

Lug se acercó más, interesado. Tomó el paño con el que Dana había estado limpiando la sangre y lo enjuagó en el agua del arroyo. Volvió hasta Rory y siguió limpiándole la cabeza, descubriendo más piel debajo de la sangre. No podía ser. Estaba seguro de haber visto como una de las rocas le había cortado la sien izquierda.

—No hay herida— murmuró Lug, sorprendido—. Sácale la camisa— le pidió a Dana.

Rory se alejó de las manos de ella, asustado.

—Tranquilo— le sonrió ella—, solo queremos ver tu espalda.

—¡No! Por favor, no— gimió Rory.

—No vamos a hacerte daño, Rory. Solo queremos asegurarnos de que estás bien— trató de convencerlo Lug.

Rory asintió con cierta reticencia y permitió que Dana le desprendiera la camisa y se la sacara, dejando su pequeño torso desnudo.

—¿Cómo es posible?— se maravilló Dana—. Los dos vimos como esa roca lo golpeó en la espalda. No hay rastros de nada, está intacto.

—Te sanaste a ti mismo, ¿no es así?— le dijo Lug.

El niño asintió con la cabeza.

—Cuéntanos cómo lo hiciste, Rory— le pidió Lug.

—No hice nada— se escudó el niño—. Solo sucede, no sé cómo… lo juro— agregó angustiado.

—¿Cuántos años tienes, Rory?

—Seis, señor.

—Es increíblemente joven para…— murmuró Dana.

—Sí— asintió Lug.

—¿Qué van a hacer conmigo ahora que saben lo que soy?— preguntó el niño, preocupado.

—Llevarte a un lugar donde serás apreciado y amado, Rory. Un lugar donde podrás desarrollar tus habilidades de sanación, sin miedo a ser juzgado como un fenómeno maligno. ¿Te gustaría eso?

—Sí, señor— sonrió Rory.

Lug lo envolvió con la manta, mientras Dana lavaba la camisa en el arroyo.

—Ven, recuéstate un momento, duerme si puedes, debes estar exhausto— le dijo Lug al niño mientras desplegaba otra manta sobre el fresco césped.

Rory asintió y se acostó donde Lug le indicaba. En pocos minutos, se durmió.

—¿Lo sedaste?— le preguntó Dana al ver a Rory en sueño profundo.

—Apenas— asintió Lug—, su cansancio hizo el resto.

Lug se volvió de repente hacia el norte, escrutando el horizonte.

—¿Qué pasa?— inquirió ella.

—Alguien viene.

—¿El aldeano de la horquilla, con refuerzos?— preguntó, preocupada.

Lug levantó una mano para pedirle un momento. Cerró los ojos y estudió los patrones. Al cabo de un momento, los abrió y sonrió.

—Son nuestros amigos— anunció.

Unos cuantos minutos más tarde, Luca, Gio y Viño aparecieron montando por el sendero. Más atrás, una mujer robusta, de cabellos negros y ondulados, conducía una carreta cargada con enseres, tirada por un cuarto caballo. En la carreta iban también otra mujer adulta y dos niños.

Fue Luca el que hizo las presentaciones:

—Esta es mi esposa, Amanda— señaló a la mujer que conducía la carreta, quién saltó de inmediato al suelo e intentó hacer una reverencia a Lug—. Sin reverencias, querida— la tomó del hombro Luca.

La mujer se enderezó enseguida y se quedó allí parada, sin saber qué hacer. Lug la sacó de su predicamento, acercándose y estrechándole la mano:

—Un placer conocerla, Amanda.

—Estos son mis hijos— continuó Luca—, Julián de doce y Maira de diez.

—Encantado— les dijo Lug.

Gio ayudó a la otra mujer a bajar de la carreta. Esta segunda mujer parecía más frágil, su cuerpo era escuálido y su tez muy pálida. Su cabello era rubio con trazas de gris, y estaba reseco y opaco.

—Esta es Laura, mi mujer— la presentó Gio.

Lug le estrechó la mano con cuidado, pues parecía que si apretaba demasiado, le rompería los huesos.

—¿Se encuentra bien?— inquirió Lug, preocupado.

Ella asintió, ensayando una sonrisa.

—Sus pulmones están mal— se escuchó una voz infantil desde atrás. Era Rory que había despertado.




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