Victoria
Roma, Italia. 13:00 horas.
El sol de media tarde rebotaba con una insolencia cegadora en el capó pulido de mi auto de alquiler, un Fiat tan pequeño que parecía una broma cruel para el caos de las calles romanas. El calor de julio se pegaba a la piel y a la camisa de lino, pero el sudor era el menor de mis problemas. "Fa un caldo terribile, Roma" [Hace un calor terrible, Roma], pensé, recordando el fresco de Ginebra.
Acababa de llegar a Roma, intentando ignorar las exigencias de mi trabajo en el Colisionador de Hadrones. Aun siendo del sur de Italia, estaba acostumbrada al sol, pero no a la sombra de este tipo de misterios. Estaba aquí bajo la única dirección: "Consulta a Jake Smith en el Instituto de Restauración de Patrimonio Histórico de la Santa Sede. Código de acceso: Fides."
La solicitud de ayuda había llegado directamente al CERN, al departamento de Física Aplicada donde mi trabajo es aislar patrones invisibles en la Materia Oscura. Una locura, pero Jake sabía que mi mente era la única capaz de analizar la firma de un objeto sin contexto.
Jake no era un turista. El Dr. Jake Smith, historiador de Chicago y profesor en Oxford, era mi mentor y un especialista mundial en simbología religiosa. Ahora, él estaba en el ojo del huracán de algo mucho más peligroso que un debate académico.
Mientras entraba en el fresco y cavernoso edificio del Instituto, el silencio me pareció una bofetada. La actividad frenética que esperaba de un centro de investigación de élite había sido reemplazada por una calma inquietante. Un joven alto y de movimientos precisos me detuvo con un gesto seco.
—Il Dottore Smith non riceve visite [El Doctor Smith no recibe visitas] —me informó en un italiano impecable, aunque noté un leve acento extranjero.
—Victoria Rossi, Dottoressa in Fisica Applicata, CERN [Victoria Rossi, Doctora en Física Aplicada, CERN] —dije, mostrando mi identificación— Vengo por la consulta. Código: Fides.
El nombre clave tuvo el efecto deseado. El rostro del guardia, que exhibía una simetría notable y una concentración férrea, se tensó. Su mano se movió al comunicador en su oreja. Tras una breve conversación en susurros que no pude descifrar, me hizo un gesto para seguirlo por un laberintos de pasillos iluminados por focos de seguimiento. "Prego, mi segua" [Por favor, sígame], dijo con prisa. Reconocí en su porte la disciplina militar, no la del guardia común.
Me condujo hasta una oficina sorprendentemente pequeña, donde un hombre de unos cincuenta años, vestido con una bata de laboratorio arrugada, estaba inclinado sobre una mesa. Reconocí al instante al Dr. Smith. Pero algo estaba terriblemente mal. Jake no tenía esa sombra morada bajo los ojos, ni esa desesperación palpable.
—Victoria, pensé que no vendrías —dijo Jake, levantando la cabeza. Su voz era áspera, desgarrada por la ansiedad—. El tiempo se agota. "Dobbiamo sbrigarci" [Tenemos que apurarnos].
—Llegué tan pronto como el Vaticano me dio el permiso. ¿Qué está pasando? ¿Qué es "la Victoria" que buscabas?
Jake me empujó un recorte de periódico, arrugado como si hubiera sido leído y releído cien veces. La foto mostraba el interior de una iglesia antigua. El titular, en latín, se traducía libremente como: "El Misterio del Sacrilegio".
—No es un robo, Victoria. Es un juego. Alguien ha estado recreando los siete pecados capitales en las iglesias más antiguas de Roma. El último fue la Gula, hace doce horas. Y el asesino, el que llamamos "El Teólogo", dejó un mensaje para mí. Una cuenta regresiva.
Señaló un pequeño símbolo grabado en el margen del papel: un reloj de arena que marcaba las tres cuartas partes vacías, con una sola palabra debajo: "Superbia" (Soberbia).
—Necesito que mires esto —Jake se puso de pie, su expresión suplicando ayuda—. Es un artefacto que encontramos en la escena del primer crimen. Es la clave, pero yo no puedo descifrar el patrón. Por favor, Victoria, estás en esto ahora.
Samuel
Yo estaba en el control de vigilancia cuando la Dra. Rossi apareció. El calor en el exterior no era nada comparado con la presión arterial que experimenté al verla cruzar el umbral. "Una vera sfida" [Un verdadero desafío], pensé.
Mi puesto en el Vaticano era la prevención de catástrofes, una tarea que exigía más que mantener el orden. Mi aprecio obsesivo por la simetría y el orden perfecto, forjado en mi entrenamiento militar en Madrid, me convertía en la figura ideal para operar en el silencio efervescente de la Curia. Sin embargo, no había logrado anticipar el quiebre y la desesperación del Dr. Smith.
Victoria Rossi. La vi en las cámaras. Cada movimiento era eficiente, no había un paso de más. Ella no solo era una Doctora en Física; era una mente que procesaba el mundo con la misma precisión que el Colisionador de Hadrones. Su presencia era la única esperanza.
Escuché su conversación a través de la red de micrófonos ambientales. "Superbia". El Dr. Smith estaba al límite y le había dado demasiado rápido la información. Esto no era un caso de la policía; era una crisis de seguridad cultural y religiosa que se gestionaba en los escalones más altos, y mi presencia allí, bajo la fachada de seguridad, era clave. Necesitaba que Victoria se diera cuenta de que esto era un "pericolo imminente" [peligro inminente].
Cuando Jake le entregó el artefacto a Victoria, mi curiosidad superó mi protocolo. Meticuloso en extremo, ya había estudiado el objeto, pero mi conocimiento de mapas e historia de la Iglesia Católica me decía que la clave no era el material, sino el contexto. Me desplacé silenciosamente por la trastienda del laboratorio, observando a través del cristal.
Victoria lo tomó con una reverencia casi científica. Sus dedos finos se movieron sobre la superficie, sintiendo cada grabado, cada muesca. En segundos, su mente forense ya estaba analizando la composición. Era hipnotizante.