Samuel
El tiempo era ahora un enemigo, y yo detestaba a mis enemigos desordenados. Doce horas. La cifra era una burla a mi control. Mi mente, acostumbrada a la precisión de los milisegundos en el campo, se rehusaba a aceptar el caos temporal que la doctora Rossi y su "firma sónica" habían introducido.
Ignoré a Jake, que se había quedado boquiabierto ante la tableta que le había arrojado, y me moví al centro de mando temporal, la sala de mapas del Instituto. Lo primero que hice fue aislar mi perímetro; no podía permitir que ni siquiera la suciedad de la desesperación de Jake o el desorden de Victoria contaminaran mi proceso. "Ordine e metodo" [Orden y método], mi mantra.
Encendí la pantalla táctil central. Una cuadrícula de mapas de Roma, filtrados por altitud, llenó la pared. No me interesaban los campanarios comunes. "Soberbia" significaba desafío a la divinidad, una arquitectura que se elevara por encima de la media.
Mi algoritmo mental era implacable:
En segundos, el mapa se redujo de miles de puntos a solo siete candidatas. La Cúpula de San Pedro estaba descartada; era demasiado obvia. Pero había otras.
—Tenemos la Basílica de Santa Maria Maggiore, la Cúpula del Panteón, la Iglesia de San Carlos a las Cuatro Fuentes... —murmuré, mi dedo deslizando por la pantalla.
Pero una se alzó, no por ser la más alta, sino por su ubicación geográfica, su nombre y su historia. La Basílica de San Giovanni in Laterano. La catedral del Obispo de Roma, la madre de todas las iglesias. Un símbolo de poder pontificio que había sido reconstruido y exaltado a lo largo de los siglos.
La simetría era inquietante. El ataque a la Gula fue en una iglesia asociada a la opulencia. El ataque a la Soberbia debía ser en la Iglesia que simbolizaba el poder absoluto.
Abrí el archivo de planos de la Basílica. Mi ojo entrenado buscó puntos débiles, áreas que pudieran resonar. La estructura imponente, las fachadas neoclásicas... Era perfecta.
Mientras me preparaba para volver con Victoria, me detuve. Mis ojos se dirigieron a un rincón del mapa. Justo al norte de San Giovanni, había un pequeño punto rojo que mi filtro de altitud había descartado por unos pocos metros, pero su nombre era sugestivo: la Chiesa di Sant'Andrea della Valle. Su cúpula es la segunda más alta de Roma.
No era simétrico. La simetría era lo que buscaba, no la excepción. Sin embargo, la Dra. Rossi me había enseñado un nuevo tipo de orden: el de los patrones ocultos. ¿Y si el Teólogo no estaba buscando el edificio más alto, sino el segundo más alto, el que siempre vive a la sombra del primero, en un acto de soberbia oculta?
La idea me golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago. El pecado de la Soberbia, en su forma más pura, no es ser el mejor, sino querer serlo a cualquier precio. La segunda cúpula.
Me obligué a ignorar la duda. La lógica exigía San Giovanni in Laterano; la simbología sugería Sant'Andrea della Valle. Un agente de Luque siempre debe seguir el orden más riguroso. Elegí el primero, pero el segundo se quedó clavado en mi mente como una imperfección.
Regresé al laboratorio. Victoria estaba ahora rodeada de cables, micrófonos y un osciloscopio que había sacado de una caja. Su pelo oscuro recogido, su concentración absoluta... el caos de su equipo contrastaba perfectamente con su orden interno.
—Doctora Rossi —dije, interrumpiendo su concentración con la precisión de un metrónomo—. He identificado las ubicaciones potenciales de la Soberbia. La más probable, por su simbolismo de poder, es San Giovanni in Laterano.
Ella levantó la vista, sus ojos intensos fijos en mí. Su respuesta, lo supe, determinaría si íbamos a encontrar el patrón o si solo íbamos a chocar en el caos de la fe y la física.
—"Dimmi tutto, Agente" [Dímelo todo, Agente] —dijo, impaciente.
Le entregué el caos metódico que acababa de crear.