La Constante Oculta de Roma

Capítulo 6: El Escape de la Sombra

Victoria

La Avaricia. Riqueza, oro, opulencia. Mi mente necesitaba un material denso, pesado, con una alta concentración de silicato.

"Verde Antico" —dije, casi en un grito, volviendo al modo CERN. Habíamos pasado la última hora calculando densidades y Samuel había rastreado las ubicaciones de los mármoles imperiales en Roma.

Samuel asintió, su sonrisa ya reemplazada por la línea tensa de su mandíbula. El Samuel amable había desaparecido, y el Agente De Luque regresó, pero esta vez, con un respeto palpable.

—Es el mármol más asociado a la riqueza imperial. La Basílica de Santa Maria in Aracoeli —dijo Samuel, proyectando el mapa. —Antiguo templo romano, cerca del Capitolio. Usada por los césares. Su opulencia interior, y su ubicación histórica como centro de poder, encajan perfectamente con el concepto de Dives.

Mi sensor de frecuencia estaba calibrado para el Verde Antico. Calculamos una nueva frecuencia de resonancia que, si se aplicaba al material, lo haría explotar.

—Si la onda ya está en la atmósfera, mi sensor lo detectará a cincuenta metros —dije, abrochándome el cinturón en el asiento del copiloto.

El viaje fue un borrón de luces y bocinas, Samuel conduciendo con una precisión que hacía parecer que el tráfico romano obedecía a sus órdenes.

Llegamos a Santa Maria in Aracoeli. Eran las dos de la madrugada. La iglesia, encaramada en lo alto de una colina, estaba en silencio.

—Diez metros de distancia —murmuré, mirando el sensor que había colocado en el salpicadero. La pantalla estaba en verde: silencio sónico—. No ha empezado.

El alivio fue una punzada dolorosa. ¡Habíamos llegado a tiempo!

Samuel me hizo una señal. —Victoria, usted por el altar mayor. Yo cubro la sacristía y el acceso al claustro. Siga las paredes de Verde Antico hasta encontrar al Teólogo.

Entramos en la vasta penumbra de la Basílica. Mi linterna exploró las columnas y el pavimento, buscando la veta verdosa que delataba el objetivo. Entonces, lo vi. Cerca de una tumba monumental, un hombre vestido de negro, inmóvil, mirando la veta de mármol. El empresario más rico de la Curia, conocido por sus inversiones sin ética.

—Samuel, objetivo a las doce, cerca de la tumba de Capizucchi —susurré en el comunicador.

Justo cuando Samuel giraba en el pasillo lateral, un fuerte, seco y antinatural golpe metálico resonó desde el fondo de la nave. No era la frecuencia sónica, era un disparo de fogueo o una distracción deliberada.

El Agente de Luque reaccionó como un rayo. Su entrenamiento militar superó a su razón: el protocolo de seguridad exige neutralizar el peligro inmediato.

—¡Fuego! ¡Atrás! —gritó Samuel, desapareciendo en la oscuridad para asegurar el origen del ruido.

"No, Samuel, ¡es una trampa!" grité en mi mente, pero ya era tarde. Había ido tras el sonido, dejando la visión por la amenaza.

En ese instante de distracción, la escena frente a mí cobró vida. El hombre de negro, El Teólogo, no estaba parado; estaba de rodillas, con un dispositivo apuntando al mármol, emitiendo un zumbido agudo, pero audible. La frecuencia de la Avaricia.

Corrí, mi cerebro ya calculando la distancia, la velocidad. Pude ver un borrón de movimiento: el Teólogo activó el dispositivo, empujó un trozo de mármol y se deslizó hacia una puerta lateral de servicio. Lo vi apenas. Una silueta alta y esbelta, con una capucha oscura que cubría cualquier rasgo. Por un segundo, su mano, enguantada de negro, se alzó. Pude jurar que vi un anillo pesado en su dedo, pero se fue tan rápido que la imagen se disolvió.

Llegué al empresario, que ya se tambaleaba. El mármol del monumento, el Verde Antico, vibró violentamente, creando micro-fisuras silenciosas. La onda sónica atravesó el mármol, y luego al hombre que estaba junto a él.

El empresario cayó sin un sonido. Murió con una expresión de absoluta avaricia congelada en su rostro. Lo había rozado, pero fallé en interceptar el golpe.

Samuel regresó, jadeando, su rostro oscuro de furia. —¿Qué ha pasado? Era un cable, una trampa de sonido.

Señaló el cuerpo y el trozo de mármol dejado. Esta vez, era una pieza de mármol Porphyry, rojo profundo, el color de la sangre y el poder imperial.

Grabado en la piedra, el siguiente mensaje: "Ira".

El fracaso nos golpeó a ambos. Por primera vez, Samuel bajó la guardia por completo. Se acercó a mí, sus ojos grises llenos de una culpa devastadora, pero no por el protocolo fallido, sino por el hecho de haberme dejado sola.

—Lo siento, Victoria. Mi entrenamiento me falló. Fui tras el ruido en lugar de la fuente del patrón.

—No te disculpes, Samuel —dije, sintiendo el calor de su brazo rozarme mientras se arrodillaba para examinar la nueva pista. Era el contacto más humano que habíamos tenido, forjado en el fracaso—. El Teólogo nos conoce. Sabe que reaccionarías al caos. Pero mira la pieza. Mármol Porphyry. El más preciado y sangriento de los mármoles romanos. La Ira nos llevará a un lugar de violencia o tiranía.

Samuel tomó el trozo de mármol, y sus dedos rozaron los míos. El contacto fue un recordatorio eléctrico de que, más allá del agente y la científica, éramos dos personas en una carrera mortal.

—La Ira es un patrón difícil de trazar, Dottoressa —susurró, aunque su tono ya había perdido parte de la frialdad formal—. Pero encontraremos la simetría en el caos. Juntos.

El Agente de Luque se había ido. Me quedaba Samuel, con su culpa sincera y su inteligencia penetrante, en una noche en que la sombra del Teólogo se había burlado de nuestro mejor esfuerzo.



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En el texto hay: accion, aventura, vaticano

Editado: 27.10.2025

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