Victoria
Me obligue a respirar de forma lenta y uniforme, usando el entrenamiento de biofeedback para detener la cascada de adrenalina. Cada músculo gritaba por la huida, pero mi mente me arrastró de vuelta a la camilla. El temblor cesó, reemplazado por un frío quirúrgico. Había que sellar la brecha, tapar el agujero que la explosión había abierto en su control.
La única forma de detener a los fantasmas era dándoles trabajo.
—Estoy bien—, dije, mi voz áspera, despojada de toda emoción. Me deslizó fuera del catre, ignorando el mareo residual. —Tenemos trabajo. Jake, ¿dónde está la evidencia?
Jake señaló el pequeño mapa y el fragmento de papel carbonizado. Me dirigí a el como un depredador a su presa, con la barbilla en alto, rehaciendo la coraza pieza por pieza. Necesitaba demostrar, sobre todo a mi misma, que la Doctora en Física y la Analista de Prevención no había sido derrotada por una simple reminiscencia traumática.
La palabra impresa, "Lussuria", brillaba bajo la luz. La leí en voz alta, saboreando el italiano, intentando que la frialdad de la lingüística borrara el calor de las lágrimas recientes.
—Lujuria—, murmure. —El Teólogo está usando los Siete Pecados Capitales como base para su sistema de objetivos. Esto confirma la estructura de su modus operandi. Después de la Ira del Palazzo, ahora nos guía a la Lujuria.
Me inclinó sobre el mapa, buscando posibles referencias toponímicas en Roma que coincidieran con la palabra.
—El objetivo no es literal—, analizó, mi mente funcionando a una velocidad vertiginosa. —Es un concepto. Un lugar asociado con el exceso, el dinero fácil, la ostentación... Podría ser una casa de empeño de alta gama, una galería de arte con evasión fiscal, o...
—Victoria, detente—, la voz de Samuel me cortó, y no fue una orden.
Me detuve a mitad de una frase, con la mano extendida hacia el mapa. Me giré para mirarlo, y el aire en el búnker se hizo denso e imposible de respirar.
Samuel estaba a solo unos centímetros de distancia. No tenía su postura militar, no tenía el ceño fruncido del agente inmutable. Sus ojos estaban ligeramente enrojecidos y su mandíbula, aunque apretada, no estaba tensa por la concentración sino por una preocupación visceral. Su mano, la misma que la había sostenido, se cernía a escasos milímetros de su brazo, en una lucha interna evidente.
—Acabas de despertar de una conmoción inducida por trauma. Necesitas reposo, al menos doce horas—, insistió, su voz era grave.
Me sentí descolocada. Este era el hombre que solo respondía a la eficiencia y al protocolo. El que nunca anteponía el factor humano a la misión.
—¿Reposo?—, arquee una ceja, volviendo a un tono cortante. —No estoy incapacitada. Simplemente tuve una reacción al estrés postraumático, Samuel. Un inconveniente. El Teólogo no nos dará doce horas.
—A mí no me importa el Teólogo en este momento—, replicó él, dando un paso más cerca. El abandono del protocolo por parte de Samuel era tan palpable que era casi físico. —Me importa tu salud. Estás agotada. Y después de lo que pasó...
Sentí el calor en las mejillas, una reacción que no había experimentado desde la adolescencia. Recordé el peso de su cuerpo, la firmeza de sus brazos, el susurro que no era una orden sino un refugio. La forma en que la urgencia de la misión se había evaporado de sus ojos, reemplazada por un miedo tan puro por mi.
—¿Después de lo que pasó, qué?—, lo desafíe, bajando la voz.
La distancia se había reducido, y solo quedaba la verdad no dicha que flotaba entre nosotros. El roce de su mirada era una corriente eléctrica, un reconocimiento de que ese abrazo no había sido un simple acto de primeros auxilios.
La tensión se hizo insoportable, una cuerda a punto de romperse. Estábamos demasiado cerca, discutiendo un trauma con una intimidad que no se correspondía con la relación profesional.
Jake, que hasta entonces había observado la escena con los brazos cruzados y una expresión de puro entretenimiento, decidió que era suficiente.
—Bueno—, carraspeó Jake, fingiendo examinar con gran seriedad la camilla. —Técnicamente, una conmoción cerebral requiere que el paciente no se caliente demasiado ni discuta demasiado. El protocolo de la A.S.A. para el reposo posconmocional es un ambiente fresco y... no besarse apasionadamente sobre la evidencia.
Me separé de Samuel como si me hubieran disparado. Samuel giró la cabeza, su expresión de preocupación se convirtió en una mirada letal dirigida a Jake.
—No estábamos...—, comencé.
—No—, interrumpió Samuel, con su tono volviendo a ser glacial, aunque sus ojos aún tenían un matiz de culpa. —Estábamos debatiendo la viabilidad táctica de la Dra. Rossi como activo principal. Retoma tu puesto, Jake.
Jake puso los ojos en blanco, pero se compuso.
—El punto sigue en pie, Vic. Necesitas un par de tazas de café y un par de horas sentada. Pero si insistes... Lussuria. ¿Dónde te lleva, genio?
Aproveche la interrupción para refugiarme de nuevo en el análisis. Pero mientras señalaba el mapa, no podía evitar notar la forma en que Samuel se había reajustado, su espalda más rígida, su mandíbula más firme. Él había vuelto a ser el Agente De Luque, pero sabía lo que había detrás de la máscara ahora. Y él sabía que lo sabía.
—No es un lugar, es un edificio—, concluí , señalando un área del mapa de Roma, cerca del Panteón. —La sede de la Fundación Internacional de la Alta Costura. Es una fachada para blanquear dinero y tráfico de arte. Se inaugura mañana por la noche. Un evento de lujo, el epítome de la lujuria y la avaricia. El Teólogo atacará allí.