La Constante Oculta de Roma

Capítulo 15: La Brecha del Protocolo

Victoria.

Revisé el mapa por centésima vez, no porque necesitara más datos, sino porque el análisis geográfico era la única forma en que mi mente podía seguir negando el temblor residual en mis manos. Observaba la silueta de Samuel: su espalda ancha, la forma en que revisaba su arma con una frialdad mecánica. Él había regresado a su Protocolo del Agente De Luque.; yo, a mi fachada de Doctora en Análisis Cuántico.

—El plan sigue siendo el mismo: infiltración de bajo perfil en la Fundación de Alta Costura. Asumimos que la "Lussuria" es el blanqueo de dinero—, dijo, sin mirarme. Su voz era funcional, intentando borrar la intimidad forzosa que habíamos compartido.

—Es el señuelo obvio. Es demasiado limpio—, repliqué, concentrándome en el aliento para mantener mi tono neutro.

En ese instante, mi comunicador cifrado, dormido durante años, cobró vida. Era un canal que solo yo manejaba, independiente de la red de la A.S.A. Un mensaje codificado y personal.

El verdadero deseo no se exhibe en seda, sino en el mármol que guarda su secreto.

T = 7:45:00

Mi corazón dio un vuelco, pero esta vez no fue por trauma, sino por la precisión helada del peligro. El Teólogo se estaba dirigiendo a . Sabía de mi existencia y me estaba corrigiendo.

—Cambio de planes—, anuncié, señalando un área verde en el mapa, lejos del lujo de la Alta Costura. —El objetivo de la moda es un cebo para la policía. 'El mármol que guarda su secreto' nos lleva a la Galería Borghese, a su bóveda subterránea. Esa bóveda guarda las reliquias de la Lujuria imperial. Es una elección más académica. Más propia de un teólogo—.

Y luego señalé el temporizador: 7:45:00.

—La cuenta regresiva se acaba de reiniciar, Samuel. Y esta vez, el mensaje era para mí. Es hora de movernos—.

El SUV blindado de Jake devoraba el asfalto nocturno de Roma. Yo no sentía el impacto del tiempo que se agotaba, sentía la presión del hombre sentado junto a mí. El aire se sentía espeso, cargado de la electricidad no resuelta de nuestro encuentro anterior.

Samuel rompió el silencio. No fue una pregunta, sino una confesión.

—Cuando te abracé allí atrás... rompí el protocolo. El Protocolo del Agente De Luque.

No me moví, esperando la justificación o la reprimenda.

—Mi primera operación fallida—, continuó, su voz rasposa, una fisura en el muro de su compostura. —Un compañero. Murió. Lo vi. Y mi análisis de riesgo fue erróneo—. Lo que dijo después me golpeó con la fuerza de un proyectil: —Desde entonces, confío solo en la distancia emocional. Cuando te vi en ese catre, no vi a una analista. Vi a alguien que estaba a punto de ser destruida por algo fuera de mi control. Tenía que detener esa detonación.

Me quedé helada. Él también cargaba un fantasma, y ese fantasma era la causa de su inhumanidad profesional. Había temido mi destino, había roto su propia ley para protegerme.

Aparté el mapa, mis ojos buscando los suyos en la penumbra.

—El infierno no es recordar la detonación—, le dije, dejando caer mi propia máscara. Era la primera vez que le compartía esta verdad a alguien. —El infierno es saber que la detonación viene. Mi habilidad nunca fue ver el futuro, fue calcular las fallas. Ver el punto ciego de Marcus, las consecuencias antes de que sucedan. Y aún así, fracasé. Yo lo vi, Samuel. Y no pude detenerlo.

Sentí su mano, firme y cálida, buscando la mía en el reposabrazos central. Ya no era un abrazo de rescate, sino un acto de fe.

—No fracasaste—, me juró, y el sonido de mi nombre en su boca, despojado de títulos, me hizo temblar de una manera que la adrenalina nunca podría lograr. —Fuiste una víctima. Y, a partir de esta noche, no vas a fallar. No sola. Olvídate del protocolo. Solo confía en mí.

El toque era una promesa, una violación a todas las reglas tácitas que gobernaban nuestra vida. La química se disparó, no por un flirteo superficial, sino por la profunda, aterradora vulnerabilidad que habíamos compartido. Éramos dos máquinas rotas encontrando consuelo en el defecto del otro. La tensión era insoportable. Estábamos a punto de inclinar la balanza cuando la voz de Jake, exasperada, cortó el momento.

—Llegamos a la Borghese. Por cierto, ¿saben por qué a un agente de campo nunca le gusta el ajedrez?—

—Jake, silencio—, advirtió Samuel, retirando la mano, la profesionalidad volviendo a encajar en su rostro, aunque sus ojos brillaban de una forma nueva.

—Porque odia los jaque mates—, dijo Jake, terminando su chiste.

Yo sonreí. No fue una risa, sino una sonrisa genuina. Me sirvió para reajustarme.

—Es hora de entrar—, dijo Samuel, abriendo la puerta. —Jake, tú cubres el perímetro. Victoria y yo... vamos a buscar al Teólogo.

Sentí su mirada por un instante más antes de que se pusiera el audífono. Y supe que esta misión sería diferente. El Protocolo se había roto, y ahora solo quedaba la confianza.

El plan es claro: la Galería Borghese es el nuevo objetivo y el tiempo corre. Samuel y yo estamos obligados a trabajar en una intimidad que pone a prueba todas las reglas.



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En el texto hay: accion, aventura, vaticano

Editado: 27.10.2025

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