La Constante Oculta de Roma

Capítulo 18: El Peso del Canal y el Sexto Pecado

Samuel

El protocolo exige eficiencia máxima. Esa eficiencia demandaba que Victoria se quedara en Roma. Necesitábamos a alguien que pudiera conectar el hardware físico (los documentos que encontrábamos) con el software abstracto (la línea de tiempo y el algoritmo de Jake).

—Jake es un analista superior. Y yo... no puedo arriesgarme a que el Teólogo te alcance en el Campo de la Lujuria—, le dije antes de partir.

Ella asintió, pero la frustración y la preocupación brillaban en sus ojos. Dejarlas a ambas—a la mujer que había roto mi vida y a la misión que la había definido—en manos de otro, me dejó un vacío que el uniforme nunca me había permitido sentir.

Volé en solitario hacia el Aeropuerto Marco Polo y me moví como un fantasma entre los canales. Venecia. Una ciudad construida sobre el agua, sobre el comercio y, según los registros que revisamos, sobre la Lujuria de la familia Dellacielo.

El palacio Dellacielo era un gigante de mármol grisáceo y ocre decadente, flanqueado por dos góndolas privadas que parecían nunca haber sido utilizadas. La fachada gritaba opulencia olvidada, un monumento a la vanidad.

Me infiltré por la azotea, usando los viejos conductos de ventilación. Mi entrenamiento me recordó que el silencio no es la ausencia de sonido, sino la sintonía con el ambiente. Hoy, ese ambiente era frío, húmedo, y resonaba con la ausencia de la voz de Victoria. Su análisis era lo único que me distraía de mi propio pulso acelerado.

La pista en el Vaticano era clara: “Ad luxuriae cellam veniunt” (Vienen a la cámara de la Lujuria).

Localicé el salón principal. Era una orgía de terciopelo rojo, espejos venecianos tallados y un fresco barroco en el techo que representaba, sin pudor, una escena mitológica de Baco. La cámara de la lujuria no era una alcoba, sino una exhibición de exceso visual que camuflaba la verdad.

Revisé el fresco. La riqueza de detalles no ocultaba la historia de la familia: los Dellacielo eran conocidos por sus fiestas decadentes y su colección de arte erótico, pero su riqueza real provenía de la usura. El Teólogo no estaba revelando el pecado superficial (Lujuria), sino la hipocresía que lo cubría, que era la Avaricia (el Quinto Pecado en la cadena del Teólogo).

Encontré la cerradura tras un espejo pivotante, disfrazada como el broche de una cortina de seda. Inserté la llave que Victoria había tomado del relicario Borghese. Un click seco rompió el silencio de siglos.

La bóveda no contenía oro ni joyas. Solo libros mayores, manuscritos, y certificados de acciones de bancos europeos y americanas, todas datadas entre 1740 y 1780. Esta era la evidencia de la Avaricia Dellacielo: el capital que habían movido a través de fronteras, evadiendo impuestos y financiado guerras para asegurarse el control de rutas comerciales.

Mi guante recorrió el borde de la última hoja, un documento de registro de un cargamento de especias y grano que había sido desviado intencionalmente para causar hambruna en el sur de Italia, asegurando la subida de precios para la familia. Era la prueba de que su avaricia se había transformado en algo más voraz.

La pista no estaba grabada, sino escrita en tinta sepia en el reverso de ese registro de cargamento. Mi linterna táctica iluminó el papel viejo.

El texto, en un francés antiguo y florido, decía:

*“Cuando la lengua no conoce el límite y el estómago es el amo, el hombre se convierte en bestia. El Sexto pecado no se paga con oro, sino con la escasez. Ve al lugar donde la abundancia fue tan grande que no quedó más que sal y piedra. Busca la marca del Cuerno Dorado y la leyenda de la última cena.”

La Avaricia (Dellacielo) llevó a la Envidia (destrucción celosa de la abundancia ajena). El Teólogo estaba tejiendo una red de pecados entrelazados: Gula, Ira, Soberbia, Lujuria (pista), Avaricia (crimen), y ahora, Envidia (próximo destino). La clave no era la muerte, sino la destrucción económica causada por cada pecado. La Envidia por el éxito de un centro comercial clave como el Cuerno Dorado fue lo que motivó su ruina.

El Cuerno Dorado. Era una referencia clara a la bahía de Estambul (antes Constantinopla), un nexo histórico de comercio y alimentación, un lugar que alguna vez fue el centro de la abundancia del Imperio, antes de que la envidia de los poderes comerciales se asegurara de que "no quedara más que sal y piedra."

Guardé las pruebas electrónicamente y cerré la bóveda, volviendo a colocar el espejo en su sitio. En menos de una hora, la infiltración había sido un éxito, silencioso y sin sangre. Pero la soledad amplificaba la presión del contador que ahora marcaba 4:45:00 en mi reloj.

Mi mente ya estaba en el Bósforo, pero mi consciencia se quedó en Roma. Le envié un mensaje encriptado a Jake con las coordenadas del próximo destino y la pista de la Envidia.

Protocolo M.A.S.K.: Misión y objetivo prioritarios. Corazón: Distraído y comprometido.

Debo mantener la disciplina. Mi próximo paso es Estambul.



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En el texto hay: accion, aventura, vaticano

Editado: 27.10.2025

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