La Constante Oculta de Roma

Capítulo 20: El Shock y la Última Pieza

Samuel

El pitido constante de la frecuencia cardíaca acelerada en mi intercomunicador era un ruido de fondo que intentaba ignorar mientras subía las escaleras de la iglesia de San Giorgio in Velabro. Había dejado a los equipos de apoyo en la periferia; mi única misión era encontrarla.

Al entrar en la cripta, el olor a incienso viejo y pólvora reciente me golpeó, pero solo tuve ojos para ella. Victoria estaba de pie, a un metro del cuerpo de la mujer identificada como la pecadora de la Avaricia, el arma en una mano inerte, su mirada fija en el vacío.

El alivio fue tan vasto que me sentí mareado. Estaba viva.

No lo pensé. Cruzar esa distancia, mi instinto me superó. Solté mi propio arma, dejándola colgar de su correa, y corrí a abrazarla. Mi agarre fue demasiado fuerte, desesperado, buscando fundirla a mi pecho para asegurarme de que era real, de que no era una ilusión más de esta pesadilla.

Pero ella no devolvió la presión.

Me aparté ligeramente, sosteniéndola por los hombros. Sus ojos grises estaban allí, pero el foco estaba ausente. Estaban mirando algo que yo no podía ver.

—Victoria. ¿Qué pasó? ¿El Teólogo?

Su voz salió plana, casi robótica. —Se fue. Quería que lo encontráramos. Me dio el pase de acceso.

Victoria extendió una mano, y en la palma abierta vi la última tarjeta de acceso, marcada con el único pecado que faltaba: Pereza. La tomé, mi pulgar sintiendo el frío del plástico.

—No te resistió. Solo te dio una pista—, concluí, mis ojos buscando cualquier signo de herida en ella.

—Me dio la pista porque no puede detenerme—, su voz se recuperó levemente, una chispa de rabia se encendió. —Me lo dijo todo, Samuel. El plan.

Tuve que esforzarme para mantener la calma. —Empecemos por el principio.

Victoria soltó el aire que pareció haber estado conteniendo durante los últimos diez minutos. La historia se derramó de ella, fría, concisa y aterradora.

—No es un cazarrecompensas de la moral. Es un operador. Su plan comenzó hace once años. La muerte de Marcus fue el inicio del circuito, no el final de una amistad. Yo... fui solo un daño colateral que debió ser eliminado. El objetivo siempre fue Jake.

La mención de Marcus me revolvió el estómago. Marcus, el agente de la S.I.A. que creímos que había muerto en un accidente, había sido la primera víctima.

—El Teólogo dijo que Jake descubrió un fallo estructural en el sistema que pretendía usar. Jake fue la variable principal a eliminar, la que encontró la fórmula del colapso. Por eso esta cacería, para traerme de vuelta.

—¿El colapso de qué, Victoria? ¿Del Vaticano? ¿Del sistema de seguridad global?—, la urgí, sintiendo cómo el tiempo se nos escurría entre los dedos.

Ella negó con la cabeza, sus ojos ahora fijos en los míos, la lógica tomando el control.

—El Teólogo es soberbio, Samuel. Quería que yo viera la belleza de su plan. Y en su discurso, entre líneas, me dio el dato que faltaba. Lo llamó: el elemento no cuantificable. Jake.

Señalé la tarjeta en mi mano. —¿Y la pista adicional? ¿Pereza?

—El Teólogo me obligó a buscar en un lugar donde la evidencia de Marcus y Jake estaría codificada bajo ese pecado. Una cuenta de seguridad, una caja, algo que me incrimine si la toco. Pero su error... su soberbia... fue decirme que Jake era el elemento no cuantificable.

Ella tomó la tarjeta de Pereza y la presionó junto a la de Gula.

—El Teólogo no solo mata. Él corrige. Si yo soy el daño colateral que sobrevivió, y Jake es el elemento incontrolable, el lugar donde se encontrarán es el único sitio que garantiza que, al yo obtener la prueba, el colapso sea público y me atrape. No solo busca eliminar a Jake, busca que mi acción de salvarlo, y por lo tanto, exponer su plan, sea el acto final de mi propia caída.

El entendimiento me golpeó como un puño. Él no la había dejado ir; le había dado la mecha.

—Quiere que lo encuentres para que la Guardia Suiza te encuentre a ti violando el sitio final. ¿Dónde está la evidencia que Marcus y Jake codificaron hace once años?

Victoria ya estaba caminando hacia la salida, sus pasos firmes.

—En el único lugar que puede ocultar el fallo de un sistema a través de la inacción y la opulencia que permite la Pereza de la burocracia, Samuel. No es un banco, es el Instituto para las Obras de Religión. El Banco Vaticano. Es la única bóveda inexpugnable que puede albergar la prueba de un plan que comenzó con la muerte de Marcus y que fue ignorado por el sistema.

El reloj en mi muñeca parpadeaba, un recordatorio sangriento: 00:45:15. El tiempo de la cautela había terminado. Solo quedaba la acción. Abrí mi comunicador, pero lo cerré antes de dar la orden de alarma. Si ella estaba en lo cierto, cualquier movimiento oficial era una trampa.

—Vamos, Victoria—, dije, desenfundando mi arma y guardando la tarjeta. —Si el plan es que activemos el colapso, lo haremos. Pero solo bajo nuestras reglas.



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En el texto hay: accion, aventura, vaticano

Editado: 27.10.2025

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