Samuel
El aire me quemaba los pulmones, un castigo áspero por cada bocanada. Mis pies golpeaban el pavimento irregular de las calles aledañas al Coliseo, y el único sonido más fuerte que mi respiración era el grito histérico del reloj en mi muñeca: 00:13:58.
No había tiempo para el análisis, solo para el esfuerzo. Victoria me había dado la información que nos sacó del Vaticano: la hora, el lugar, y la única evidencia que podíamos usar. Correr era la única pieza de su rompecabezas que aún podíamos controlar.
El Teólogo estaba jugando con una bomba de tiempo, y el fusible éramos nosotros.
—Tienes que aguantar, Victoria— jadeé, aunque ella ya iba tres metros delante de mí, con la determinación de una máquina, la única poseedora de la placa de datos que Jake había escondido.
El corazón me latía a cien por hora, pero no por miedo a la ley, sino por el terror de no llegar a tiempo. La Chiesa dei Martiri se alzaba adelante, al final de la Vía dei Fori Imperiali, donde el Teólogo nos había prometido el final de la verdad.
—¡La iglesia está adelante!— Mi voz se desgarraba. Los antiguos cimientos de Roma no estaban hechos para esta clase de velocidad.
Victoria
Mi mente estaba fría, enfocada únicamente en la cifra que caía: 00:09:42.
El Teólogo había sido tan soberbio al darnos todo: la ruta, la evidencia y el tiempo exacto de su colapso. Esta no era una persecución, era una puesta en escena, y mi papel era llegar al clímax. El reloj no era solo una cuenta regresiva, era un portal: una vez que llegara a cero, el último secreto se haría público, la "fórmula del colapso" se liberaría, y el Teólogo tendría su gran final.
—Dobbiamo sbrigarci!— Mascullé. [¡Debemos darnos prisa!] Las piernas me ardían, pero la adrenalina era un motor implacable.
En su plan maestro, el Teólogo había ligado el contenido de la evidencia a un temporizador externo. El único modo de detener la difusión masiva era confrontarlo en el momento exacto.
00:03:10.
Mis ojos escanearon la silueta oscura de la Chiesa dei Martiri. Él había dicho: "Cuando el reloj marque cero, el circuito se cerrará, y la verdad se hará pública. Ven a buscarme donde la fe es prueba de fuego."
Detrás de nosotros, el único sonido era el eco de nuestros pasos y el tráfico lejano de una noche romana que seguía su curso, ajena al juicio final que se estaba desarrollando en su corazón.
Ambos
00:00:59.
El campanario de la Chiesa dei Martiri, a tan solo cincuenta metros de distancia, comenzó a sonar. No era un toque de oración; era un repique frenético, irregular, y agónico. No señalaba la hora, anunciaba el final de la cuenta.
Victoria: El frío de la noche romana me caló. Sentí que toda mi vida había sido esta carrera. 00:00:30. Mi mano se extendió hacia la madera oscura de las puertas.
Samuel: Apreté el paso, la distancia se acortaba. Victoria se lanzó hacia las puertas. Estaban abiertas. 00:00:10. Vi su silueta detenerse en el umbral, iluminada fugazmente por las estrías de luz que se colaban.
Ella me miró por encima del hombro, sus ojos grises llenos de una resolución mortal.
—Andiamo—, dijo, empujando la puerta.
Entramos. La oscuridad del interior nos tragó por completo, y el estruendo metálico de las campanas pareció caer sobre nuestras cabezas.
00:00:00.