La Constante Oculta de Roma

Capítulo 22: El Teólogo: Una Bala en la Incertidumbre

Victoria

El silencio después de que el campanario enloqueció era más ensordecedor que el repique. La nave central de la Chiesa dei Martiri estaba en penumbra, solo iluminada por las lámparas del altar y los reflejos temblorosos de las velas votivas. El aire olía a incienso rancio y piedra antigua.

Al centro del presbiterio, de espaldas al tabernáculo, estaba él. El Teólogo no vestía sotana, sino un traje oscuro y elegante, con un rostro que no nos resultó familiar, sino dolorosamente obvio.

—Bienvenidos a la hora cero —su voz era tranquila, resonando en la inmensidad gótica—. Samuel, Victoria. Lamento el teatro, pero era el único modo de garantizar una audiencia.

Samuel se había colocado ligeramente delante de mí, actuando como un escudo involuntario. Apreté la mano que sostenía la placa de datos de Jake.

—Dinos quién eres y por qué has hecho todo esto —exigió Samuel.

El Teólogo sonrió, un gesto que iluminó brevemente un rostro maduro, con líneas marcadas por la frustración, y unos ojos claros que nos estudiaban con una frialdad académica.

—¿Quién soy? Soy la corrección, Samuel. Soy el hombre al que el sistema ignoró. Mi nombre es Marco Vettori. Fui el investigador jefe del Proyecto Cifra, el mismo que tu padre codirigió en secreto hace veinte años.

El nombre golpeó a Samuel como un puñetazo.

—¿El Proyecto Cifra? Eso es imposible... eso fue clausurado.

Vettori asintió, su mirada se hizo intensa.

—Fue clausurado porque tu padre, Roberto de Luque, y su socio, se asustaron de su propia creación. La Cifra no es solo un algoritmo para predecir el colapso financiero. Es el esquema fundamental que prueba la fragilidad absoluta de todos los sistemas humanos, desde la economía hasta la fe. Prueba que la humanidad está diseñada para fallar, para autodestruirse.

Dio un paso lento.

—Tu padre quiso enterrar esa verdad, Samuel. Yo, en cambio, quiero liberarla. Cada paso que disteis, cada pista que os di, cada código, era un medio para que Victoria, con su genialidad criptográfica, descifrara la clave final. La información que tienes en esa placa, Victoria, es el detonante. Al llegar la hora cero, no solo se publica la Cifra, sino que se activa un script de anulación global que colapsará simultáneamente los principales mercados bursátiles. El sistema se restablecerá a la fuerza. Un caos purificador.

Samuel

El aire se hizo denso. Caos purificador. El Teólogo, Vettori, era un nihilista con un plan de rescate global a través de la destrucción.

—No vamos a dejar que hagas eso —dije, sintiendo la adrenalina regresar, esta vez mezclada con furia.

—Es tarde. El temporizador interno de la placa de Victoria ya está enlazado a la red de difusión. Intentar apagarlo ahora solo acelerará la liberación. Solo hay una manera de detener la anulación.

Vettori levantó su mano derecha. No llevaba un arma, sino un dispositivo pequeño, conectado a un cable de fibra óptica que desaparecía tras el altar.

—Aquí tengo el interruptor maestro. La única forma de evitar el colapso es destruyéndolo, y la única forma de que yo no lo pulse y acelere el proceso... es que me detengáis.

Vi el miedo reflejado en los ojos de Victoria, pero también una decisión que me aterrorizó. Ella se acercó a mí, su cuerpo vibrando con la misma tensión que el mío, pero por un motivo distinto.

—Samuel, tienes que entender—me susurró, la voz apenas audible. Sabía lo que iba a hacer. Quería lanzarse ella, con la placa, a sacrificar su vida para comprar tiempo.

La atraje hacia mí de golpe, interrumpiendo su respiración. Mi mente no procesaba la lógica, solo la necesidad instintiva de protección. La boca de Victoria se encontró con la mía, un beso desesperado, salado por el sudor y el miedo, pero ferozmente real. Un sabor a incertidumbre, a final inminente, a todo o nada.

Me separé, mis ojos fijos en los suyos.

—No te atrevas a moverte —le ordené, un simple rezo.

Vettori, el Teólogo, sonreía con la satisfacción de quien ha logrado su experimento.

—Qué conmovedor. Pero el tiempo de las decisiones sentimentales ha terminado.

Vettori levantó el interruptor. Estaba a punto de apretarlo.

No pensé. Solo actué.

—¡Victoria, agáchate!

Me lancé. Mis pies impulsaron mi cuerpo hacia adelante, la distancia hasta el altar desapareciendo en un borrón de seda y mármol. Mi objetivo no era la placa, ni siquiera el hombre, sino la mano que sostenía el interruptor.

Vettori me vio venir, pero no se inmutó. Su mano libre se deslizó bajo su chaqueta, extrayendo una pequeña pistola plateada.

Un grito desgarrado escapó de la garganta de Victoria, un sonido que apenas oí.

La figura de Marco Vettori llenó mi campo de visión. Alcancé a ver el destello del cañón y la expresión de absoluta convicción en sus ojos antes de que...

BOOM.

Victoria

El estallido sordo de un solo disparo inundó la iglesia, resonando en las bóvedas antiguas.

El aire se detuvo. El eco del golpe contra la piedra duró un segundo, dos, luego se disolvió en el vacío.

El cuerpo de Samuel se había interpuesto entre el Teólogo y yo, pero no sabia a quien había alcanzado la bala.

Todo se detuvo. La placa de datos se deslizó de mi mano y aterrizó con un golpeteo suave sobre el mármol frío, junto a una sombra que se desplomaba.

El silencio volvió. Solo quedó el sonido siseante de mi respiración y la pregunta que se cernía sobre el altar, más pesada que la propia piedra:

¿Quién de ellos había caído muerto?



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En el texto hay: accion, aventura, vaticano

Editado: 27.10.2025

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