La Constante Oculta de Roma

Epílogo: La Incertidumbre y el Mañana

Victoria

El estampido del disparo destrozó el silencio y, de alguna manera, también mi capacidad para moverme. Mi cuerpo era una estatua helada sobre el mármol, mirando fijamente la escena en el altar. Solo podía escuchar mi propia respiración, un sonido entrecortado y agudo. La sombra que se había desplomado era grande, oscura, inerte. ¿Quién? ¿Samuel o Marco Vettori? El terror de haberlo perdido, después de todo lo que habíamos sobrevivido, me paralizó de una forma que ni las bombas ni los acertijos habían logrado.

Avancé un paso. Luego otro, arrastrando mis pies como si estuvieran hechos de plomo. Necesitaba ver, necesitaba saber. La placa de datos, con su cuenta regresiva silenciosa, se quedó en el suelo. Todo se había reducido a esto: un hombre tendido y el otro...

De repente, la sombra se agitó.

El Teólogo, Marco Vettori, seguía en el suelo, retorciéndose de dolor. Pero, para mi absoluto horror, el cuerpo que había usado como escudo, Samuel, se levantó. Se irguió sobre sus rodillas, luego sobre sus pies, tambaleándose ligeramente.

Solté un grito ahogado y retrocedí un paso, tropezando con una banca. No fue alivio lo que sentí al principio, fue puro susto. Creí que estaba viendo un fantasma.

Él me miró. Sus ojos eran una mezcla cruda de confusión, adrenalina y, por encima de todo, alivio. El Teólogo, tirado en el suelo, había soltado la pistola y el interruptor maestro al desplomarse. Samuel se había abalanzado, no para recibir la bala, sino para desviar el brazo de Vettori; la bala había impactado en un candelabro de bronce.

No hubo necesidad de palabras. Corrí hacia él, y él corrió hacia mí. Nos encontramos en medio de la nave, bajo la mirada de los santos de piedra, y nos aferramos el uno al otro. No fue un beso, fue un ancla. Un abrazo desesperado y tembloroso, la confirmación física de que ambos estábamos vivos, que ambos éramos reales.

—Estás bien —murmuró contra mi cabello. —Estás vivo —respondí, sintiendo las lágrimas calientes en mis mejillas.

El caos regresó en forma de sirenas y botas resonando. La Guardia Suiza y la policía italiana inundaron la iglesia. Entre la multitud de uniformes, vi un rostro familiar y agotado. Era Jake que se abrió paso entre los agentes. La pura sensación de alivio al verlo sano y salvo me hizo respirar por primera vez desde el disparo. Me había preocupado por él en cada paso de esta locura.

—¡Jake! —le grité.

Él solo asintió, su rostro pálido pero firme.

—Aquí, Victoria. Justo a tiempo.

La policía aseguró a Marco Vettori, el Teólogo. Había perdido su guerra.

Me separé de Samuel, respirando profundamente. Había una última cosa por hacer. Recogí la placa de datos del suelo.

—Jake, necesito que me acompañes. Esta placa contiene la clave y el script de anulación. Debemos desactivarlo. Nuestra prioridad como científicos y académicos es la verdad. Entregaremos la Cifra a las autoridades adecuadas —le expliqué. Necesitaba que él validara la autenticidad de la información.

Me fui con Jake y los agentes, dejando atrás la iglesia, el olor a pólvora y el peso del pasado.

Una hora más tarde, todo había pasado. La Cifra fue neutralizada y la amenaza de colapso global se extinguió antes de que la noticia llegara a los titulares. Jake se quedó con los agentes para gestionar el papeleo.

Samuel y yo nos encontramos en un pequeño jardín escondido tras la Basílica, lejos de las luces y el interrogatorio. La noche estaba fresca, y la luna iluminaba las estatuas.

—Sigo sin poder creer que saltaste así —le dije, sonriendo débilmente.

Él se encogió de hombros, pero sus ojos estaban graves.

—No iba a dejar que te pusieras en peligro. No podía.

Nos miramos, sin las presiones de la muerte inminente, de los códigos o de los asesinos. Era solo la verdad simple que había nacido entre el miedo.

—Me enamoré de ti en medio de este desastre, Samuel —confesé. Era liberador decirlo.

Él se acercó, tomando mi mano. Su tacto era firme.

—Y yo de la mujer que me salvó la vida más de una vez. De la Doctora en Física que me obligó a mirar más allá de la historia y a aceptar quién soy. No hay vuelta atrás ahora.

Juntamos nuestras frentes.

—¿Ahora qué, Victoria? ¿Volvemos a las clases de Física Cuántica? —preguntó Samuel, con un toque de su vieja ironía.

—Tal vez por un tiempo —respondí, mi voz llena de una nueva convicción—. Pero sé algo, Samuel. La Cifra está fuera. El mundo cambiará. Y cuando necesiten a alguien para descifrar el próximo gran secreto y analizar las implicaciones a nivel fundamental...

—Estaremos juntos —terminó él, sonriendo de verdad.

Y en la penumbra de la noche, su beso fue una promesa, un comienzo. El camino por delante era desconocido, plagado de riesgos y nuevas amenazas, pero al fin y al cabo, éramos Samuel y Victoria.

Y estábamos listos para lo que viniera.



#586 en Thriller
#270 en Misterio
#421 en Detective

En el texto hay: accion, aventura, vaticano

Editado: 27.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.