Orión tenía la edad de ocho años el día que su madre Daniela murió y su custodia pasó a las manos de su tío Antón y su esposa Ivanna.
Su madre fue enterrada el en vísperas de la Navidad, cuando las calles comenzaban a ser adornadas y los niños paseaban bajo las luces con sus padres.
— Catalina, lleva a Orión a la habitación de invitados. — Ordenó Ivanna a la criada, abriéndose el abrigo y sentándose en un sofá para quitarse los zapatos. — Estoy más fría y muerta de cansancio que Daniela.
Una risa divertida acompañó al comentario mientras Orión era sacado del salón por la criada.
— No escuches… — Le dijo Catalina a Orión cuando quiso mirar atrás.
Sus tíos se reían de su mamá muerta.
Catalina lo acompañó hasta una habitación con decoración moderna y fría. Encendió las luces y le indicó donde encontrar el aseo, luego regresó a sus tareas. Al pasar por el salón escuchó a los señores comentando que ahora que Daniela estaba muerta su pequeño bastardo era ahora el heredero de toda su fortuna.
— Catalina. Trae la botella de champán más cara. Antón y yo tenemos mucho que celebrar hoy. — Le ordenó Ivanna.
— ¿No estás corriendo mucho? El niño es rico, no nosotros. — Habló Antón e Ivanna sonrió.
— Abre tu mente. El niño es rico y tú eres su tutor legal, no nos convierte eso en millonarios también. — Ivanna se levantó y se acercó a él, sentándose en su regazo y rodeando su cuello. — Podemos enviarlo a un colegio interno, será bueno para su educación y así no nos estorba mientras disfrutamos de su fortuna. Quiero comprar muchas cosas, una casa más grande y viajar por el mundo.
— ¡Un avión privado! Siempre he soñado con tener uno. — Dijo Antón y la agarró de la cintura tumbándola en el sofá. — Somos jodidamente ricos. — Celebró subiéndose encima de ella.
Orión los vio reírse y celebrar. Estaban planeando librarse de él metiéndolo en un colegio interno.
— ¡No quiero ir a un colegio interno! — Habló Orión, entrando con valor al salón.
Sus tíos lo miraron.
— ¿Qué haces espiando? — Le preguntó Antón, caminando hasta él e inclinándose al tiempo que lo agarró de un hombro. — ¿Quieres que te castigue?
Ivanna se incorporó en el sofá riéndose.
— Se nota que tu hermana lo tenía bien mimado. — Dijo Ivanna y sonrió al niño. — Pero eso ya se acabó, en adelante solo obedecerá a lo que nosotros digamos.
— ¡No, no lo haré! ¡No quiero! — Respondió Orión y su tío se rió en su cara.
— ¿Dice que no quiere? — Se burló Antón de él mirando a Ivanna.
— Quizás tiene cera en los oídos y no nos ha escuchado. — Se mofó Ivanna. Los dos se rieron y Orión salió corriendo hacia la puerta de la casa. — ¡Se escapa, ve a por él! — Le ordenó a Antón y él obedeció.
Al salir Antón de la casa por la puerta que encontró abierta, buscó a Orión en ambas direcciones, pero ni rastro del niño.
— ¡Mierda! — Se enfadó Antón y al ver huellas en la nieve acumulada en el suelo, sonrió. — ¡No te vas a escapar, mocoso!
Antón corrió en la dirección en las que iban las huellas, pero sintió frío por haber salido sin abrigo y acabó regresando a la casa.
— ¿Dónde está? — Preguntó Ivanna cuando lo vio entrar sin el niño.
— Ni idea. Ya vendrá cuando sienta frío. — Respondió Antón, sentándose en el sofá y ordenando después a Catalina. — Enciende la chimenea, estoy congelado.
Catalina fue a encender la chimenea electrónica e Ivanna se levantó golpeando a Antón con un cojín.
— ¡Ve ahora mismo a buscarlo, desgraciado, sin ese niño se nos acabó los viajes y el avión privado! — Le gritó, golpeándolo hasta el cansancio.
Orión dejó de correr y comprobó que sus tíos no lo seguían. Había corrido mucho y estaba cansado, no tenía frío, pero sus mejillas estaban rojas y su respiración acelerada.
¿A dónde iba ahora? ¿A la casa de un compañero del Colegio?
— No. — Negó Orión. — Me van a buscar y allí será donde llamen primero. — Poco a poco el calor de su cuerpo fue disminuyendo y se frotó las manos mientras miraba al cielo. — ¿Qué debo hacer, mamá?
Escuchó unas risas y al bajar la cabeza vio a un grupo de adolescentes subiendo en un autobús. Orión corrió hacia el transporte público y se subió en él.
— ¿Vas solo, chico? — Le preguntó el conductor, pero Orión negó y señaló a los adolescentes.
— Mi hermano es uno de esos. — Mintió y metió las manos en los bolsillos de su abrigo.
— No ha pagado tu pasaje, dile que vuelva y lo pague. — Le dijo el conductor, cerrando las puertas del autobús.
Orión sacó un grupo de monedas de su bolsillo y se las ofreció al hombre.
— Yo lo pago.
El conductor miró con desconfianza al chico y se volvió a mirar a los adolescentes que se habían sentado al fondo.
— ¿Seguro que tu hermano es uno de esos?
Orión asintió y miró hacia ellos.
— Es ese del abrigo verde… — Le señaló cual era y le habló después bajito al conductor. — Cuando va con sus amigos no quiere que yo lo moleste.
— Ya. — Lo entendió el conductor. Él también tenía hermanos mayores y eran iguales. — Vamos a ver… — Se puso a contarle las monedas y le sobraron algunas. — Ve a sentarte.
— Gracias.
Orión corrió al fondo del autobús y para no llamar la atención se sentó cerca del estudiante con el abrigo verde. Los adolescentes no le prestaron la mínima atención y él miró por la ventana. Todavía no sabía a dónde ir, pero tenía que estar lejos de la casa de sus malvados tíos. Se alejaría mucho de ellos.
— ¡Todo esto es por tu culpa, maldito idiota! — Por la mañana Ivanna sacudió a Antón y él se defendió empujándola al sofá.