La constelación de Orión

2. Solo por las calles.

Orión fue despertado dentro del autobús por el conductor, con frío y desconcierto miró a los lados. La noche anterior se hizo un ovillo y se quedó escondido en el autobús cuando los pasajeros se fueron y el conductor terminó su día de trabajo. 

 

— ¿Has pasado la noche aquí dentro? — Le preguntó el conductor. — ¿Sabes en el lío que me puedes meter? — Lo agarró del brazo y Orión se resistió a ser levantado del asiento. 

 

— ¿Qué me va a hacer? — Preguntó Orión asustado. 

 

— Te llevaré a la policía. 

 

— ¡No! — Orión le pegó una patada y aprovechó que el hombre lo soltó maldiciendo para salir corriendo. 

 

— ¡Niño, espera! — Gritó el conductor que corrió detrás y al bajar del autobús lo vio irse corriendo por la calle. — ¡Vuelve aquí, niño! 

Orión no dejó de correr, corrió y corrió hasta que se sintió exhausto. 

 

— Tengo hambre, no puedo más. — Se lamentó, apoyándose con las manos en sus rodillas. 

Los transeúntes que caminaban de un lado de la calle al otro lo daban de lado, nadie se preguntaba, ¿qué hace ese niño solo en la calle? Orión olió el aire cuando percibió el olor a churros recién fritos y vio a un hombre que los preparaba en un puesto ambulante. El estómago le sonó, no había comido nada en mucho tiempo. 

Se incorporó y metió las manos en los bolsillos de su abrigo, encontró unas tristes monedas y corrió al puesto de churros. 

 

— ¿Quieres unos churros? — Le preguntó el vendedor al verlo detenerse delante. 

Orión asintió y le mostró el dinero que traía. 

 

— ¿Cuántos puedo comer con esto? — Preguntó. 

 

— A ver… — El vendedor miró las monedas en la mano de Orión y luego al niño. — Te alcanza para dos. 

 

— Entonces quiero dos. 

 

— ¡Marchando dos churritos para el niño! 

 

 

Orión se quemó la boca cuando le pegó el primer bocado al churro y el vendedor se rió. 

 

— Deja que se enfríe un poco. — Le dijo, guardando sus monedas. 

 

— Es que tengo mucha hambre, señor. — Respondió Orión. 

 

— ¿Señor? Que educado. ¿Oye niño, dónde están tus padres? 

 

— En casa. — Mintió Orión. 

 

— Ah, ya veo. 

Unas señoras mayores se acercaron para comprar churros y el vendedor dejó de hacerle caso a Orión, ni siquiera se percató del momento en el que se fue.

Orión se comía sus churros mientras caminaba por la calle y vio rodar hasta sus pies un montón de manzanas. Un hombre maldijo por el incidente y se puso a recoger las piezas de fruta, por lo que Orión recogió también un par de ellas. 

 

— Gracias, chico. — Le agradeció el hombre cuando por fin guardó todas las manzanas en el maletero de su coche. — Esta es para ti. — Le ofreció quedarse con una y Orión sonrió. 

El hombre le tocó el cabello y se subió en su coche para irse. 

Orión guardó la manzana en un bolsillo de su abrigo y se asustó al ser agarrando de un brazo. 

 

— ¡Este es el niño! — Gritó con euforia el conductor del autobús y Orión vio que se lo decía a un par de policías. 

 

— Está bien, señor. Suelte al niño. — Ordenó la mujer policía y se inclinó para hablar con el niño. — ¿Has pasado la noche en el autobús de este señor? — Orión no respondió y la policía se quitó su boina y se agachó. — ¿Te has perdido o escapado de casa? — Orión siguió sin hablar y ella le sonrió antes de mirar a su compañero. — Nos lo llevaremos a la comisaría. 

Se levantó y agradeció al conductor su buena labor, luego los dos policías llevaron a Orión al coche patrulla y lo hicieron subir detrás. 

 

— ¿Qué crees que sea? — Preguntó el policía hombre a su compañera. 

 

— Lleva un abrigo caro, posiblemente solo se haya escapado de su casa. Los niños de hoy en día hacen eso cuando sus padres no le compran lo que ellos piden. 

 

— Yo me escapé de casa cuando mi madre me amenazó con pegarme con la chancla. — Se rió él y se quitó la boina para subir en el coche. 

Cuando los dos agentes estuvieron dentro del vehículo se dieron cuenta de que el niño no estaba ya en el asiento de detrás. 

 

— ¿A dónde ha ido? — Preguntó la mujer policía. 

Orión corría por la calle sin mirar al frente, ya que estaba preocupado porque esos dos policías lo siguieran, pero, afortunadamente, no fue así y pudo dejar de correr. 

 

— Eso ha estado cerca. — Orión se limpió el sudor frío de la frente con la manga de su abrigo. — Si la policía me lleva me harán ir a la casa de mis tíos. Tengo que tener cuidado. — Se asintió así mismo y se quedó mirando a una familia que salió de una tienda con bolsas de regalos. 

Esa Navidad, él no tendría regalos y tampoco a su mamá. 

Comenzó a caminar sin ánimo, arrastrando las suelas de sus zapatos por el suelo salpicado de nieve. Aunque había nevado no había cuajado y la nieve ya estaba desapareciendo. 

 

 

Ivanna lloró desolada en la comisaría, vestida con la ropa del día anterior y un pañuelo en las manos. 

 

— Ya cariño, ya. — La consoló Antón.

 

— Cálmese señora. — Le pidió un policía de mediana edad. 

Ivanna lloró aún más fuerte y Antón miró al policía. 

 

— Lo siento, señor Policía. Pero mi esposa y yo queremos mucho a nuestro sobrino y estamos devastados. 

 

— Ya, hombre, es entendible. — Respondió el policía. — Pero los críos, se escapan de casa constantemente. Seguro que vuelve a la hora de la comida. 

 

— Lleva desaparecido desde anoche. — Habló Ivanna seria y golpeó la mesa. — Hagan su trabajo y busquenlo. — Sollozó en voz muy alta y abrazó a su marido fingiendo llorar. 

Antón frotó su hombro y sonrió al policía. 

 



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En el texto hay: familia, drama, amor

Editado: 04.08.2023

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