Orión miró con enojo a la mujer policía que le entregó un vaso de chocolate caliente.
Sus tíos y el hombre que decía ser su padre debatían en un despacho.
— Perdona por traerte a la fuerza, pero no podíamos hacer otra cosa. Solo eres un niño pequeño para andar solo por las calles. — Le dijo la mujer policía, apartando una silla de la mesa y sentándose junto a él.
Al otro lado de la mesa, su compañero policía asintió.
— Te podía haber pasado cualquier cosa. — Dijo él.
— Ellos no me quieren, solo quieren el dinero que tenía mi mamá. — Acusó Orión a sus tíos. — Van a llevarme a un colegio interno para viajar en avión privado y gastarse el dinero.
— Avión privado, ¿esos? — El policía echó una mirada despectiva a los tíos del niño.
— Emilio. — Le llamó la atención su compañera y miró luego al niño. — Te llamas Orión, ¿verdad? Yo soy Rebecca. — Orión asintió. — Orión es un nombre muy bonito.
— A mi mamá le gustaba el espacio… — Contó Orión a los policías.
— Y su constelación favorita era la de Orión, por eso te llamó así. — Afirmó Román que se acercó.
— Sí. — Dijo Orión.
Román asintió y les pidió a los dos agentes.
— Me gustaría hablar con mi hijo un segundo.
Los agentes se levantaron y se alejaron y Román se acercó a la silla que Rebecca había ocupado. La giró hacia Orión y se sentó.
— ¿De verdad es mi padre?
— Hace un rato tú mismo lo has dicho.
— Porque no quiero ir con mis tíos. — Murmuró Orión y Román giró la silla que el niño ocupaba.
— De eso te quería hablar. Vas a tener que irte con ellos unos días. Hasta que realicemos la prueba de ADN y pueda llevarte a casa conmigo.
— ¡No me iré con ellos! — Orión se levantó de golpe y Román lo detuvo de una mano. — ¡Déjeme! — Chilló el niño.
Román se levantó y se agachó delante de él.
— Mira esto. — Le enseñó la constelación de Orión que llevaba tatuada en su brazo.
— La constelación de Orión… — La reconoció el niño y Román asintió.
— Fui profesor de astronomía de tu madre, los dos nos gustamos y nos quisimos mucho. El último día que nos vimos ella te llevaba en su vientre y elegimos tu nombre.
— ¿De verdad eres mi padre?
— Lo soy.
— Hasta que el ADN lo demuestre y un juez te dé la razón, alejate de mi sobrino. — Gruñó Anton, alejando de malas formas a Orión de su padre. — Vas a ganartelo contándole solo las cosas bonitas. — Román se levantó y Anton agarró a Orión de los hombros poniéndolo delante de él como un escudo. — Deberías decirle también que no lo buscaste antes a él y a su madre porque nunca te importaron.
— Si lo tratáis mal, tomaré otro tipo de acciones en contra tuya y de tu mujer. — Le amenazó Román y sonrió después a Orión. — Nos vemos pronto, hijo.
Orión se quedó mirándolo, mientras Román se fue y Antón lo maldecía.
Ivanna empujó a Orión dentro de la habitación y agarró el tirador de la puerta para cerrarla.
— Te quedarás aquí encerrado todo el día, por malcriado. — Lo regañó.
— ¡No puedes hacer eso! — Gritó Orión, que corrió hacia la puerta, pero chocó de bruces contra ella cuando Ivanna la cerró. — ¡Abre! — Golpeó la puerta con lágrimas en los ojos y escuchó la risa de su tía fuera.
— ¡Así aprenderás quien manda! — Le dijo Ivanna.
— Sácame de aquí… — Lloró Orión por no querer estar allí encerrado y dio golpes en la puerta con sus puños cerrados.
Finalmente, acabó de rodillas en el suelo, llorando y llamando a su mamá.
— Mocoso del demonio. — Bramó Ivanna, entrando en el salón donde Anton se paseaba de un lado a otro hablando por teléfono y al colgar la llamada lanzó el teléfono fijo al suelo y gritó enfurecido. — ¿Qué dice el abogado? — Le preguntó Ivanna.
— Si ese testamento ológrafo está acreditado no podemos hacer nada. Román es el padre del niño y llevamos la de perder. — Le respondió Anton.
— ¡¿Qué?! — Ivanna se acercó a él y lo agarró del cuello de la camisa. — Tienes que hacer algo. No podemos perderlo todo antes de tenerlo.
Anton se la quitó de encima.
— Vete olvidado de los viajes y del avión privado.
— ¡No! — Se negó Ivanna y se sentó en el sofá pensando. — Tiene que haber algo que podamos hacer… ¡Haz el favor de ponerte a pensar!
— Según el abogado, la única oportunidad sería que el niño pidiera frente al juez que quiere vivir con nosotros y no con su padre.
— Bien, es una oportunidad. — Se alegró Ivanna y Anton no la entendió.
— ¿De verdad crees que va a querer algo como eso?
— Tú déjamelo a mí. ¡Catalina! — Ivanna se levantó esperando que la criada acudiera a su llamada.
— ¿Sí, señora? — Preguntó Catalina al llegar corriendo.
— Ve a comprar, hoy tienes que preparar un almuerzo excepcional. También compra un pastel de chocolate. A los niños les gusta el chocolate.
— Está claro que no hemos empezado con buen pie, pero eso va a cambiar. — Dijo Ivanna, llevando a Orión hacia el comedor agarrado de los hombros. — Entendemos que estás muy triste por la muerte de tu madre y no hemos sido muy empáticos contigo. Pero eres un niño listo y guapo, seguro que nos das a tu tío Anton y a mí, tu querida tía Ivanna, una segunda oportunidad.
Lo hizo sentarse a la mesa llena de deliciosa comida. Orión tragó comida, tenía mucha hambre.
— Sí. — Habló Antón ya sentado a la mesa. — Y ya sabes, tu madre quería que estuvieras con nosotros, no puedes decepcionarla.