El sábado por la mañana, Emilio pasó en su coche personal a recoger a Rebecca y Orión.
— ¡Buenos días! — Los saludó Emilio con energía.
— ¡Buenos días! — Correspondió Orión su vitalidad. — ¿Y el coche policía? — Preguntó luego, situándose entre los dos asientos de delante.
— Hoy no estamos de servicio. — Le respondió Rebecca que se abrochó el cinturón.
— Pero tengo algo para ti. — Le dijo Emilio y le colocó a Orión en la cabeza una gorra infantil de policía. — Te queda genial. — Le dio una caricia en la gorra y Orión se llevó las manos a ella.
— Hoy soy yo el policía. — Dijo Orión y Emilio le entregó una bolsa de plástico con una placa de policía y pistolas de juguete.
— Necesitarás esto. Luego podemos jugar a policías y ladrones.
Rebecca se quedó mirando lo entusiasmado que Emilio estaba y miró a Orión que no se quedaba atrás.
— ¡Yo seré el policía y tú el ladrón!
— Es hora de ponernos en marcha, ¿no? — Los interrumpió Rebecca, que llevaba el cabello recogido en una coleta y al igual que Emilio, usaba su ropa diaria y no el uniforme de policía. — Orión, ponte el cinturón.
— Voy. — Respondió el niño echándose atrás.
— ¿Tienes la dirección? — Le consultó Emilio, arrancando el coche y mirando como Rebecca puso su teléfono móvil en el soporte del coche.
— Pondré el GPS. — Respondió Rebecca, activando el GPS de su móvil y seleccionando la dirección.
Emilio se inclinó para mirar de cerca la distancia a la que estaba la casa del padre de Orión.
— ¿Le has avisado de que vamos?
— Sí. Ayer hablé con él y nos está esperando. — Rebecca lo miró y lo vio muy cerca.
— Entonces vamos allá. — Emilio se sentó derecho y Rebecca comprobó que Orión tenía puesto el cinturón.
El niño jugaba con una de las pistolas, apuntando aquí y allá como un policía.
— ¿De dónde has sacado eso? — Le preguntó a Emilio y él sonrió.
— Del bazar de mis padres. Me ha salido gratis y él está encantado.
A las dos horas de viaje por carretera, ya no había juguetes que entretuvieran y Orión estaba aburrido.
— ¿Cuándo llegamos? — Preguntó el niño tirando en el respaldo.
— Me pregunto lo mismo… — Musitó Emilio, pendiente de la carretera para no perderse la salida que llevaba a la residencia de Román. — Me estoy orinando.
Orión se rió y Rebecca negó.
— Es la siguiente. — Le dijo Rebecca que miraba el GPS.
— ¿Esa? — Preguntó Emilio, viendo una enorme cancela de hierro con un cartel en lo alto donde estaba escrito Finca Forster. — Sí, tiene que ser esa.
Orión prestó atención por la ventana y cuando Emilio sacó el coche de la carretera y lo paró en un camino frente a la cancela, se quitó el cinturón y se acercó a la ventana para ver mejor.
Rebecca recuperó su teléfono y Emilio, que la vio llamar por teléfono, echó luego un vistazo atrás y al no ver a Orión, se giró en dirección a la ventana y lo vio pegado al cristal.
— Hola. — Saludó Rebecca al teléfono. — Sí, hemos llegado.
Trás una breve conversación, Rebecca colgó y tanto Emilio como Orión la miraron.
— ¿Nos abre la cancela? — Preguntó Emilio.
— Dice que su capataz viene en camino, que no debería tardar. — Respondió Rebecca.
Emilio asintió.
— ¿Si no me gusta puedo quedarme con vosotros? — Preguntó Orión, poniéndose entre los asientos y haciendo que la pareja de policías lo mirara.
— Seguro que te agrada cuando lo conozcas. Y nosotros estaremos contigo todo el tiempo. — Le dijo Rebecca.
Orión puso cara seria, era un niño, pero era capaz de notar como Rebecca no había respondido a propósito a su pregunta.
Emilio miró al frente.
— Viene alguien. — Dijo al ver al otro lado de la cancela a un tipo a caballo.
— Bienvenidos a la finca Forster. — Los recibió una ama de llaves a la llegada a la casa, de cara simpática y con un delantal a la cintura.
— Gracias. — Respondieron a la vez Rebecca y Emilio.
Los dos se miraron y la ama de llaves sonrió.
— Usted debe ser el niño de mi Román. — Habló luego a Orión que se escondía entre la pareja de policías. — Tienes su misma nariz. — Se rió la mujer.
— Ella es Antonia, el ama de llaves. — La presentó el capataz, quien les abrió la cancela y los guió por los extensos terrenos hasta la casa. — ¿Y el señor, Antonia?
— Dijo que llegaba pronto, pero que vaya recibiendo a sus invitados en su nombre.
— ¿No se encuentra en la casa? — Preguntó Rebecca.
— Raramente está dentro de la casa. — Contestó Antonia, haciéndoles notar lo grande que eran sus tierras. — Pero, pasad. He preparado unas bebidas frías. ¿Les gusta el cochinillo? Estoy haciendo mi mejor receta para el almuerzo.
— Gracias. — Agradeció Rebecca.
Cuando la mujer caminó hacia el porche de la casa, Emilio la siguió.
— Señora Antonia. Tendría que usar el baño… — Pidió Emilio apenado.
— Claro, no hay problema. — Respondió Antonia.
Rebecca miró a Orión y le ofreció una mano.
— Vamos. — Le dijo con una sonrisa y Orión agarró su mano.
Rebecca miró los cuadros con fotografías familiares sobre una chimenea en la sala. Una de ellas llamó su atención por estar Román en compañía de hasta seis hombres y mujeres de edades similares.
— Son los hermanos de mi Román. — Le contó Antonia que se paró a su lado y Rebecca miró a la ama de llaves.