La constelación de Orión

8. Conociendo a su padre.

Al salir de la casa, Rebecca y Román encontraron a Emilio fingiendo recibir un disparo y a Orión celebrarlo con una risa incontrolable. 

 

— Emilio. — Lo llamó Rebecca acercándose. 

Emilio se incorporó en el suelo mirándola y se levantó al ver detrás de ella a Román. 

 

— Hola. — Saludó Emilio, extendiendo su mano a Román. — Lo siento, estábamos jugando. 

Román le estrechó la mano y sonrió. 

 

— Ya lo he visto. — Dijo Román, pareciéndole divertida la escena que había visto. 

Orión se acercó parándose detrás de Rebecca y ella lo miró. 

 

— Sal y saludar. — Lo animó Rebecca y lo agarró de los hombros poniéndolo por delante de ella. 

Román se agachó delante del niño y le extendió su mano. 

 

— Me alegro de verte, hijo. — Le dijo. 

Orión observó la constelación de Orión tatuada en el brazo del hombre que decía ser su padre y le estrechó la mano como si fuese un adulto. 

Román sonrió entonces y miró a los agentes de policía. 

 

— Estaremos por ahí. — Avisó Rebecca y empujó a Emilio en un brazo para alejarlo con ella. 

Orión se quedó viéndolos hasta que Román lo agarró de ambos brazos. 

 

— Sé que ahora me ves como un desconocido, pero soy tu padre y quiero lo mejor para ti. Lamento que lo hayas pasado mal con Anton y su mujer. 

 

— Si eres mi padre, ¿por qué nunca te conocí? — Le preguntó Orión serio. — Mamá nunca me habló de ti. 

 

— Hace ocho años y medio me ofrecieron un buen trabajo, parecía una gran oportunidad y de hecho lo fue, pero ese trabajo nos distanció a tu madre y a mí. Le pedí tiempo, pero no quiso darmelo y se marchó a Alemania contigo en su vientre. — Román frotó los brazos de su hijo y habló con arrepentimiento. — No debí haber elegido el trabajo por encima de vosotros dos. — Orión no lo entendió del todo y Román le puso una mano en la cara. — Esta es mi oportunidad de enmendar mi error y agradezco que Daniela pensara en mí para cuidar de ti, nuestro hijo. 

 

— Echó de menos a mamá. — Confesó Orión, sintiéndose triste. 

 

— Lo sé, hijo. — Román llevó la mano a su cabeza y lo acercó dándole un sentido abrazo. 

Emilio y Rebecca miraron desde una distancia prudente. 

 

— Creo que tienes razón y esto es bueno para él. — Opinó Emilio y Rebecca lo miró. 

 

— No me habría saltado las normas del capitán por nada. Lo mismo que saliendo contigo. 

 

— Me alegra que digas eso, porque a veces no estoy seguro de hacia dónde vamos. 

 

— ¿En serio? 

Se miraron mutuamente y Orión que se paró junto a ellos los miró a los dos.

 

— ¿Qué os pasa? — Preguntó Orión y ambos lo miraron.

 

— ¿Te gusta tu padre? — Le preguntó Emilio al niño, quitándole la gorra de policía para ponérsela recta. 

 

— Es muy pronto. — Dijo Orión. — ¿Seguimos jugando? 

 

— No sé si es adecuado… — Dudó Rebecca de que debieran ponerse a jugar, pero Emilio levantó la pistola de juguete. 

 

— Vamos. — Lo alentó. 

 

— Emilio. — Lo llamó Rebecca. — Estamos aquí para que juegue y conozca al señor Román. 

Emilio apoyó la pistola de juguete en su hombro y miró a Orión. 

 

— Rebecca tiene razón. — Suspiró y le ofreció el juguete. — Ve y se la das a tu padre para que juegue contigo. 

Orión negó y se agarró al brazo de Emilio. 

 

— ¡Juega conmigo, Emilio! — Le rogó y miró a Rebecca con ojos tristes. — Solo un rato más. 

Emilio sonrió y observó a Rebecca. 

 

— Está bien. — Asintió ella.

¿Qué más podía decir? Román era su padre, pero no podía obligar a Orión a jugar con él. 

Orión gritó para celebrarlo y corrió para esconderse detrás de un árbol. Emilio simuló que preparaba la pistola de juguete y fue detrás del niño. 

Rebecca sonrió al verlos perseguirse y dispararse, haciendo ellos mismo los efectos de los disparos. 

 

— Se llevan bien. — Habló Román que se paró junto a Rebecca. 

 

— Emilio sabe llevarse bien con los niños. — Le respondió Rebecca. 

 

— Voy a tener que pedirle algún consejo. — Román sonrió y vio a su hijo correr entre los árboles con Emilio, sin dejar de reírse. — Lo que le han hecho… — Dijo y miró a Rebecca. — Voy a tomar acciones legales contra sus tíos por malos tratos. No dejaré que se vayan de rositas. 

 

 

Después del suculento almuerzo que el ama de llaves Antonia preparó para ellos, Emilio se echó una siesta en una de las habitación de invitados y Rebecca se quedó en la sala. 

 

— Le he preparado un café. — Le dijo Antonia, que dejó en la mesita frente al sofá una taza y un plato de porcelana. 

 

— Gracias. — Le agradeció Rebecca, que dejó de mirar por una ventana y observó a la mujer. — ¿Son muy grandes los terrenos de la finca? 

Antonia elevó el mentón pensando al respecto y asintió. 

 

— Bastante. — Sonrió a la mujer policía fuera de servicio y la tranquilizó. — No se alarme. Mi Román no dejará que le ocurra nada al niño Orión. 

Rebecca sonrió por lo obvia que había sido al preguntar por los terrenos. Román se había llevado a Orión a dar una vuelta a caballo y no estaba del todo segura de si debió permitir que el niño fuese solo con él. Confiaba en que era el padre del niño y en que lo quería, pero le preocupaba que al final de cuentas era de momento solo un desconocido. 

 

 

Con su gorra de policía en la cabeza, Orión montaba a lomos de un caballo delante de Román. El niño se sorprendía por todo lo que veía, más cuando ascendieron en altura y pudieron ver la casa y sus instalaciones adyacentes. 

 

— ¿Eres un vaquero? — Le preguntó Orión a Román. 



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En el texto hay: familia, drama, amor

Editado: 04.08.2023

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