Orión se fascinó al ver el telescopio gigante y Román le contó su historia con la astronomía.
— Tenía más o menos tu edad cuando mi padre me regaló mi primer telescopio. Estaba tan impresionado como tú lo estás ahora. — Se quitó el sombrero de cuero que estaba usando y sonrió. — Recuerdo que lo puse junto a la ventana y que cada noche me quedaba mirando las estrellas. Desde entonces, todos mis regalos siempre estuvieron relacionados con el espacio y las estrellas. Estudié duro y me convertí en astrónomo, y más tarde en profesor de astronomía que fue cuando conocí a tu madre. — Orión se quedó viéndolo y Román se agachó delante de su hijo. — Lamento mucho la muerte de mamá. Daniela era una mujer espléndida.
— ¿Puedo ver las estrellas? — Cambió Orión inocentemente de tema y Román asintió.
— Tendremos que esperar a que se haga de noche. — Se levantó y miró al niño que agarró su sombrero. — ¿Lo quieres?
— ¿Me lo puedo probar? — Pidió Orión y Román le quitó la gorra de policía y le puso el sombrero de cuero. — ¿Parezco un vaquero?
— Te queda bastante grande. Conseguiré uno para ti cuando te vengas a vivir conmigo.
Oyeron un coche afuera y Román miró hacia las escaleras que bajaban a la parte baja del Observatorio.
— ¡Orión! — Gritó Emilio que bajó de su coche y cerró la puerta.
— El caballo está ahí. — Dijo Rebecca, apuntando hacia el cabello en una pequeña cuadra.
Emilio dio la vuelta al coche y se acercó a Rebecca, los dos vieron entonces a Orión salir del Observatorio.
— ¡Emilio, Rebecca! — Los llamó el niño, que corrió hasta abrazarlos a la vez y mirarlos. — Papá me va a dejar ver las estrellas y la constelación de Orión. — Les contó.
Rebecca se sintió aliviada de verlo bien y feliz.
— Eh, ¿y tu gorra de policía? — Le preguntó Emilio frotando el cabello del niño.
Orión los dejó de abrazar y se tocó la cabeza.
— Eso no importa ahora. — Dijo Rebecca, mirando a Emilio y él encogió un hombro.
Sentía que para él y Orión sí era algo que importaba.
— ¿Cómo es que han venido hasta aquí? — Les preguntó Román que se acercó.
— Lo siento. — Tomó Rebecca la iniciativa. — Estábamos preocupados, hacía bastante que se habían ido.
— Me disculpo. Quería que Orión viera el lugar en el que vivo y donde él también lo hará, al menos los períodos de vacaciones. — Respondió Román, frotando el cabello de Orión.
Orión sonrió a su padre y Emilio se sintió disgustado.
— Aún no está confirmado que lo sea. Puede dejar eso para cuando estén los resultados. — Ladró Emilio.
— Emilio. — Lo llamó Rebecca, mirándolo con sorpresa.
Román asintió.
— Tiene razón. De todas formas ya le he prometido ver la constelación de Orión, ¿pueden quedarse con nosotros sí quieren? — Habló Román. — En mi familia siempre se ha dicho que cuantos más mejor.
— ¡Quedaos! — Les pidió Orión, agarrándose a Rebecca y mirando después a Emilio que todavía tenía cara de disgusto. — ¡Por favor! — Fue a agarrarse a Emilio y la expresión de éste cambió en el instante que el niño le prestó atención.
— Supongo que nos podemos quedar. — Dijo Emilio.
Rebecca asintió, bastante sorprendida por la actitud de su compañero y novio.
— ¡Bien! — Celebró Orión alzando los brazos.
Esa noche, después de ver la constelación de Orión por el telescopio, los cuatro volvieron a la casa dónde el capataz Benito y el ama de llaves Antonia los esperaban con una barbacoa al aire libre.
Más tarde encendiendo bengalas de estrellas.
Rebecca miró a Emilio sentado en solitario y caminó hasta él, ocupando la silla a su lado.
— ¿Qué te pasa? — Le preguntó Rebecca.
— Nada. — Respondió Emilio y ella sonrió.
— Emilio…
— Vale. Le he tomado cariño. — Confesó.
— No es un perro.
— Ya lo sé, no es de esa forma.
— ¿Estás celoso de que se lleve mejor con su padre que contigo? — Emilio no contestó y Rebecca sonrió pareciéndole gracioso. — Emilio.
— Emilio. — Orión lo llamó parándose delante de ellos y al ver como los dos agentes lo miraron, les preguntó. — ¿Estáis peleando?
— No. — Negó Rebecca.
Orión sonrió entonces y agarró una mano de cada uno.
— Venid a encender bengalas. — Les pidió y los dos se levantaron para ir. — Es divertido. — Les contó Orión y Rebecca observó como Emilio recuperó la sonrisa.
Esa noche Orión cayó rendido en la cama y por la mañana llegó la hora de despedirse de su padre.
Orión lo abrazó y Román lo correspondió.
— En unos días más estaremos juntos. — Le prometió Román y Orión asintió. — Cuide de él hasta entonces, por favor. — Pidió luego a Rebecca y ella asintió.
— No se preocupe. — Respondió Rebecca. — Y gracias por su hospitalidad.
Emilio los esperaba junto a la puerta del asiento conductor de su coche y sonrió a Orión cuando el niño se le acercó corriendo.
— Sube y ponte el cinturón. — Le dijo Emilio y Orión obedeció.
— Ya nos podemos ir. — Habló Rebecca, que se paró junto a la puerta del copiloto y los dos subieron después en el coche.
— ¡Espera! — Gritó Orión y se situó entre los dos asientos para avisarles. — No tengo mi gorra de policía.
Emilio miró al niño y Rebecca también.
— La tienes detrás. — Le señaló ella y miró a Emilio cuando Orión se giró a buscarla.
Su compañero tenía una sonrisa en la cara.
— ¡Cinturones puestos! — Gritó Emilio arrancando el coche.