El sábado siguiente, Román aparcó su coche en el aparcamiento del parque de atracciones y por el espejo retrovisor vio a Orión quitarse el cinturón y salir corriendo del vehículo.
— ¡Orión! — Lo regañó y al bajar él también del coche, vio como su hijo era agasajado por Emilio.
Un suspiro profundo escapó de su boca y regresó dentro del coche para sacar las llaves, luego cerró y se acercó a ellos.
— Hola. — Saludó Rebecca con una sonrisa y con Orión abrazado a ella.
— Hola. — Respondió Román y miró a su hijo. — No salgas así del coche.
— Lo siento, papá. Tenía muchas ganas de verlos. — Se disculpó Orión.
Román se relajó y sonrió a los agentes.
— Gracias por aceptar venir en vuestro día libre. — Les agradeció.
— A usted por invitarnos. — Respondió Emilio, a lo que Rebecca asintió. — Aunque somos un tanto grandes para las atracciones. — Se rió.
— ¡Yo no! — Dijo Orión que levantó un brazo y soltó a Rebecca para ir hasta su padre, al cual se abrazó también. — ¿Cuándo vienen los primos?
Román observó alrededor sin ver a su hermana Penélope, pero sí vio su coche de familia.
— Su coche ya está aquí. Déjame llamarlos para ver donde están. — Le pidió Román y miró a los agentes fuera de servicio. — Un momento.
Rebecca le asintió y vio como se alejó para llamar por teléfono.
Emilio aprovechó para agacharse e interrogar a Orión.
— ¿Cómo te trata?
— Emilio. — Protestó Rebecca que lo miró seria.
— ¿Qué? ¿Tú no quieres saberlo?
— Obviamente, sí, pero no puedes ser tan directo.
— Soy policía. Mis preguntas siempre son directas.
Orión los miró cómo un partido de tenis y se acordó.
— ¿Y mi regalo? — Los interrumpió el niño.
Los dos policías los miraron y Rebecca se inclinó apoyándose en sus rodillas.
— Está en el coche, te lo daremos antes de irnos, ¿de acuerdo? — Le dijo y Orión asintió. Rebecca contempló entonces que Román miraba su teléfono tras colgar la llamada y se adelantó a que volviera. — ¿Te encuentras bien viviendo con Román?
— Sí. — Sonrió Orión. — Papá me trata muy bien.
Rebecca sonrió satisfecha y levantó la mirada a Emilio.
— Me vale. — Asintió Emilio.
— Mi hermana y cuñado están esperando dentro… — Comentó Román que regresó y Orión se agarró a su mano.
— ¡Vamos corriendo, papá! — Lo animó Orión y los agentes se quedaron viendo a padre e hijo ir hacia la entrada del parque.
— Se ven felices. — Se alegró Rebecca por ellos, pero sobre todo por el pequeño Orión.
— Rebecca, Emilio, ¡vamos! — Los llamó Orión, agitando una mano en el aire y mostrando una sonrisa en la cara.
Orión se alejó con sus tres primos, Rafa, Jaime y Yael, para subirse en una atracción cercana.
— ¡Niños, no os alejéis más! — Les pidió Irene y sonrió luego a la pareja que acompañaba a su hermano mayor. — Hay que tener cien ojos en ellos.
Rebecca sonrió y Emilio arqueó una ceja mirando en dirección a los niños, literalmente, se encontraban a unos diez pasos de ellos.
— No tengo hijos, pero soy partidario de que hay que darles un poco de cuerda a los críos. — Opinó Emilio y recibió un codazo de Rebecca en el brazo.
Irene sonrió.
— ¿Son pareja o solo compañeros de trabajo? — Les preguntó Irene y sonrió a su marido que le trajo una bebida fría.
Román dejó en la mesa tres bebidas más, para los agentes y para él.
— No te inmiscuyas en su vida privada. — Regañó Román a su hermana. — Lo siento, le gustan demasiado los programas del corazón que pasan por la televisión.
— No pasa nada. — Dijo Rebecca y miró a Emilio. — Somos novios desde hace cuatro años, pero no está permitido en la comisaría salir entre compañeros y lo llevamos en secreto.
— ¿En serio? — Preguntó Irene, agarrándose las manos con emoción. — ¿Qué pasaría si se descubre?
— Iríamos a la calle. — Musitó Emilio, con desgana y mirando hacia los críos mientras bebía de la bebida que Román trajo para él.
— Seríamos suspendidos por el capitán y uno de los dos sería también transferido a otra comisaría. — Explicó Rebecca más concretamente.
— Qué injusto… No deberían cortar el amor de dos personas. — Lamentó Irene.
Su marido Billy sonrió a su lado.
— Ya le habéis dado tema para todo el día. — Comentó Billy e Irene le azotó el brazo con la mano.
— No seas malo. — Le dijo ella y Billy la abrazó por la espalda.
Román observó a la pareja que no había perdido el amor después de varios años casados y teniendo un hijo de siete años.
Miró también a la pareja de agentes, secretamente enamorados y arriesgando su puesto de trabajo.
Él era el único que estaba solo, las relaciones amorosas nunca se le dieron bien, no porque no fuese físicamente atractivo, lo era y tenía cierto éxito, lo que no tenía era el valor de lanzarse a cortejar a una mujer.
— ¿Por qué no la has invitado? — Le preguntó de pronto su cuñado Billy y Román reaccionó de sus pensamientos. — Héctor me dijo que estabas conociendo a una chica.
— No es precisamente conociendo, ya la conocía y es ella la que intenta que le dé una oportunidad. — Habló Román, incómodo.
— ¿Y por qué no se la das? — Preguntó Irene. — Hace mucho que no tienes una relación y estoy segura de que extrañas ese sentimiento.
— Está Orión… No es un buen momento.
— Orión siempre va a estar, cuñado. — Le hizo ver Billy.