Las rocas no paraban de caer por mi espalda, causándome mucho daño. Pero no pensaba retirarme de ahí, no sabiendo que esos dos jóvenes estaban en peligro. Los veía ahí, con las cabezas agachadas y cubriéndose con sus brazos, en espera a que esa pesadilla terminara.
Cuando todo terminó, me sorprendí a mí mismo de no haber perdido el conocimiento. Quizás las rocas no eran demasiado grandes, ni siquiera bloquearon el estrecho sendero donde estábamos transitando. Los jóvenes se animaron a mirarme, preocupados por la situación, temerosos de que surgiera de nuevo. Uno de ellos comenzó a lagrimear, el miedo se notaba en cada facción de su rostro. El otro mantuvo la calma, pero noté que sus hombros temblaban ligeramente.
Por suerte, el alud terminó. Podíamos seguir transitando, buscar un lugar seguro donde poder descansar sin temor a que una roca traicionera se cayera en nuestras cabezas. Una vez más, sobreviví a los caprichos de la naturaleza, eso no fue nada para mí. Pero para mis compañeros de viaje, habría sido su primera y última aventura que jamás contarían. No había de otra, debía protegerlos de todos los peligros.
Pero me equivoqué. Ellos resultaron ser más fuertes de lo que creía. Y fui yo quien terminé siendo protegido.