La copa divina

Capítulo 1. Adiós a la vida tranquila

Contrario a lo que muchos piensan, no soy un hombre con pasado turbio, de esos que se alejaron de todos por perder a su familia en trágicas circunstancias. Tampoco soy “el último de su tribu” que va en busca de venganza o respuestas al sentido de la vida. La gente supone cosas de mi solo porque soy un leñador solitario, que vive en el bosque y prefiere escuchar a hablar.

Así es. Pasé gran parte de mi vida viajando, hasta que encontré un hermoso claro del bosque donde decidí construirme una cabaña. Con esfuerzo, logré crear un hogar con todo lo necesario para vivir cómodamente.

Cada tanto, voy al pueblo que linda con el límite del bosque a vender madera. Con el dinero recaudado, compro mis provisiones y me regreso a mi cabaña. Los pobladores ya me conocen y siempre me saludan cuando paso por las calles con mi leña. Pero los viajeros o recién llegados se sienten muy intimidados por mí, debido a que soy bastante alto y musculoso. Aparte, tengo una enorme barba que me hace lucir como aquel dios del trueno que tanto adoran los paganos.

Sin embargo, no desprecio mi apariencia dado que me ha ayudado a ahuyentar a los ladronzuelos que rondan por los alrededores. Nadie se atreve a contrariarme ni estafarme, debido a que creen que soy de esos tipos rudos capaces de partir a un humano por la mitad de un solo golpe.

Pese a todos los rumores que rondan sobre mí, soy un pacifista. Tengo todo lo que necesito para ser feliz, así es que no me veo en la necesidad de arruinar la vida de los demás. Sin embargo, eso no quiere decir que no sepa defenderme cuando algún loco intenta atacarme o cuando veo a personas en peligro.

Como buen habitante del bosque, tuve que saber lidiar con los depredadores y bandidos de baja calaña. A todos los vencí, tanto que en los pueblos vecinos me conocen como “la fiera salvaje” y tiemblan al escuchar mi nombre. Pero lo prefiero así, disfruto de mi soledad y lo que menos quiero es que nadie me moleste.

Por ese motivo, nunca creí que viviría esta extraña experiencia que dio un brusco cambio a mi vida.

Todo empezó cuando, luego de regresar del pueblo, me encontré con un joven desconocido arrojado a los pies de mi cabaña. Noté que estaba malherido y, por el traje de seda que llevaba, supuse que sería un adinerado que cayó en la mala suerte de toparse con asaltantes durante su viaje.

De inmediato, me acerqué a él y le dije:

– No temas. Te llevaré al hospital del pueblo para que te atiendan.

– ¡No! – me dijo el joven, tomándome del cuello de mi camisa y mirándome con súplica – No me lleves ahí, por favor. Me están acechando.

Al final, lo cargué y lo metí en mi cabaña.

Ahí noté que recibió un corte de espada en el brazo y la pierna, provocándole un profundo sangrado. Por suerte contaba con un botiquín de primeros auxilios, ya que siempre me lastimo con mis herramientas de trabajo y me ahorro tiempo en ir hasta el pueblo para curar mis heridas.

Procedí a revisar los cortes y limpiarle la sangre manchada por su ropa. Mientras, el joven me dijo:

– ¿No me harás preguntas?

– ¿Por qué lo haría? – le dije, con indiferencia – veo que eres un chico acomodado. ¿No? hiciste mal en elegir un traje de telas brillantes y sedosas, es como si pidieras a gritos que te asaltaran.

El joven sonrió, lo cual me molestó porque parecía que se burlaba de mí. Al final, cuando conseguí aplicarle los vendajes, él me explicó sin siquiera pedírselo:

– Soy el príncipe Ricardo, hijo del rey Sol y la reina Luna del reino Estrella. Sé que ahora mismo no luzco como alguien de la realeza, pero tengo un anillo que lo prueba.

Me mostró un anillo dorado, con una enorme piedra de jade, que tenía en su dedo anular izquierdo. Por un instante pensé que me estaba gastando una broma, ya que no podía creer que un príncipe estuviera andando solo por el bosque, sin siquiera un escolta. Éste, al intuir mi escepticismo, volvió a explicarme:

– Verás, estoy haciendo un viaje muy importante, ya que me encargaron la misión de encontrar la copa divina que salvará a mi madre de una enfermedad incurable. Al principio iba con mis escoltas y mi más grande amigo, pero unos bandidos nos atacaron. Mis escoltas lucharon conta ellos y mi confidente me sugirió que huyera por el bosque, que pronto me alcanzaría. Pero por más que anduve, no lo encontré. ¿Y si falleció?

– Quizás se perdió y sigue buscándote – alegué – Pero no entiendo el porqué no quieres ir al pueblo. Seguro ahí te atenderán mejor.

– Es lo que me aconsejó mi confidente – respondió el príncipe – siempre me dice que en los pueblos la gente es muy interesada y querrá estafarme para dejarme desnudo. Como es mi mejor amigo, confío ciegamente en su palabra porque sabe muchas cosas que desconozco del mundo exterior. ¡Es un genio!

Di un largo suspiro, debido a que pensaba que su consejero fue muy imprudente al optar por mandarlo al bosque, cuando lo habitual sería que lo enviara a un lugar ocupado por personas. Sin embargo, no quería tenerlo en mi cabaña por varios días, porque algo me decía que no congeniaríamos para nada.

– Creo entender por lo que pasaste – le dije – pero no puedes confiar en tu “amigo”. El bosque es muy peligroso y quien sabe qué tipos de bestias encontrarás. Tuviste suerte de que hayas llegado hasta mi casa y te viera primero.

– ¿A esto le llamas casa? – me preguntó el príncipe, con desdén, mirando a su alrededor – Bueno, quizás para un plebeyo sea confortable, pero para mí esto es una finca de caballos.

– Si no tienes nada bueno que decir, será mejor que se largue – le dije, con frialdad, tras escuchar su comentario sobre mi hogar – acabo de tener una pesada jornada y no estoy para tolerar a niños mimados y prepotentes como tú.

– ¡Espera! – dijo el príncipe, tomándome del brazo - ¿De verdad serías capaz de dejarme a la merced del bosque? Sé que fui grosero, pero entiende que tengo mucho miedo. Eres fuerte, ¿verdad? ¿Por qué no me escoltas hasta el hospital del pueblo y te aseguras que nadie me haga daño?




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